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AZAHARA VILLACORTA
Jueves, 20 de octubre 2016, 11:19
Richard Ford, vaca sagrada de la literatura, llegó ayer tarde del brazo de su mujer, Kristina, a la Biblioteca de Asturias 'Ramón Pérez de Ayala' como un paseante más con calcetines lilas y una bolsa de tela que hacía publicidad de una revista. Pero no una bolsa cualquiera, sino una cargada de tesoros, porque el Premio Princesa de Asturias de las Letras iba a hablar sobre sus influencias literarias ante un grupo de bibliotecarios (y, sobre todo, bibliotecarias) a los que les dijo que estaba «orgulloso de su vocación» como «niño de biblioteca» que fue desde que, con ocho años, su madre empezó a dejarlo en una y descubrió que «eran un refugio para huir del calor» de Jackson, Misisipi, y, de paso, «un ratito de ella».
Así que «uno de los escritores vivos que más ha influido» en cientos de autores y autoras como Ángeles Caso, encargada de presentarle, extrajo de su saco de tela cuatro de las obras que más le han marcado a él, aunque no necesariamente sus favoritas, una categoría que encuentra absurda, por lo que prefiere hablar de buenos libros. Y, además, defendió, «los escritores no compiten entre sí. Y por eso me desanimé mucho cuando vi a colegas quejándose por el Nobel a Dylan. ¿Por qué no celebramos el premio a un trabajo bien hecho? ¡Si es bueno para todos!».
Trabajos bien hechos son sus cuatro elegidos: 'El cinéfilo' (de Walker Percy), 'Años luz' (James Salter), 'La casa en París' (Elizabeth Bowen) y 'El intocable', firmado por su colega y sin embargo amigo, además de Premio Princesa de las Letras 2014, John Banville, que le felicitó tras conocer el galardón que ahora comparten y con el que bromeó: «Dicen que ahora sonamos para el Nobel. Desde luego, a mí me encantaría que se lo diesen a él».
De 'El cinéfilo' dijo Ford que lo leyó en Nueva Orleans, y que «no hay casi nada que se pueda comparar al efecto de leer un libro en la ciudad en la que se localiza». Un lugar en el que descubrió que la obra combina a la perfección «las dos máscaras del drama: lo humorístico, lo ligero, y lo serio, lo profundo». Así que primer aviso a navegantes: «Si vas a escribir libros, tienen que tener ambas cosas». Y una recomendación más: «Hay que inventar estructuras que te permitan meter en ellas todo lo que sabes».
Otra de las cosas que más le gustan a Ford de la obra de Percy es que «no escribe en pasado, sino en presente. Wittgenstein ya decía que, si vives en el presente, vives en la eternidad. Y yo, que cito a Wittgenstein para parecer tan inteligente como él, quiero escribir un libro que me permita vivir en la eternidad».
Banville es también un maestro en explorar como nadie «por qué los humanos hacen lo que hacen», otra característica de las buenas novelas a decir de Richard Ford. Obras «que no tienen tanto que ver con los eventos, sino con sus consecuencias». Y, al igual que sucede con Bowen, «ninguno de sus libros tiene frases libres sueltas. Todas y cada una de sus sentencias quieren tener su impacto» en el lector.
Así es como aquel niño de Jackson. Misisipi, que se refugiaba en las bibliotecas en busca de aire fresco y que lee «como si estuviese hambriento» de sentencias y estructuras, entiende el arte de escribir: «Primero viene la idea, después la palabra y luego la forma de mejorar la idea. Estoy interesado en escribir frases que se puedan aplicar a seres humanos. Porque, al final, la razón por la que leemos es para saber que hay otros ahí fuera, que no estamos solos. En el corazón de todo esto está la empatía con los seres humanos. Hace calor. ¿Nos vamos al bar?».
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