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Entre las muchas preguntas, la de Mónica Oviedo, a la que los avances de Herr le pueden hacer volver a caminar.
Hugh Herr, caminando hacia el futuro

Hugh Herr, caminando hacia el futuro

«A la discapacidad le quedan dos décadas», dice el hombre biónico ante cientos de personas

PACHÉ MERAYO

Jueves, 20 de octubre 2016, 07:31

Hugh Herr no tiene 20 pares de zapatos en su armario, sino 20 pares de piernas. Unas, como las que llevaba ayer, lucidas todo el tiempo con sus pantalones remangados, para caminar por terreno urbano. Otras para escalar, unas más para hacerlo en montañas heladas. Las tiene también para correr, para bucear, para andar en bicicleta. Un par para cada tipo de actividad. Y es, precisamente, esa diversidad de modelos la evidencia, de que, por más que haya logrado la biotecnología, las ingenierías y la inteligencia artificial, por más que el propio hombre biónico haya conseguido, «todavía queda mucho camino por delante para que podamos emular la fisiología humana, que puede ejecutar todo tipo de funciones». Y tras la certeza, la esperanza: «Llegará un momento en que seamos mejores que la biología». Así lo dijo ayer el Premio Princesa de Investigación Científica y Técnica en Laboral Centro de Arte de Gijón. Un escenario que se abarrotó para escucharle y también para preguntarle. Cientos de personas hicieron cola primero y asistieron atónitas después a su recorrido vital. También al viaje que realizó por las investigaciones que se están llevando a cabo y por los logros que está convencido se van a producir en poco tiempo. El próximo lo vivirá, nuevamente, en persona. Será el implante de dos nuevas piernas que quedarán conectadas a su sistema nervioso, de manera que sea su cerebro y no solo las computadoras instaladas en ellas las que le ayuden a moverse como si nunca hubiera perdido las de carne y hueso.

«A la discapacidad le quedan dos décadas», dijo, tras contar ese nuevo sueño a punto de ser cumplido. Hablaba Herr de pié subido sobre los seis ordenadores, 24 sensores y un número enorme de activadores adosados que componen sus extremidades de titanio, carbono y veinte materiales más. Y hablaba de cómo para llegar donde ha llegado no solo investigó todo lo imposible de la técnica y la tecnología, sino también del cuerpo. «He de entrar en él y para eso debo conocerlo profundamente». Y de esa verdad, un consejo: «Fundir en las facultades de ingenierías la biología con sus enseñanzas», porque, según él, «la respuestá está siempre en la naturaleza».

Herr la respeta profundamente, pero sobre todo porque sabe que de su conocimiento saldrá el futuro para el que está caminando. Un futuro en el que el cuerpo «será una entidad que podamos esculpir. Los propios diseñadores decidirán cómo quieren su cuerpo». De hecho también abogó por interconectar las disciplinas creativas a la tecnología y ambas con las «necesarias políticas y leyes que no permitan hacer un mal uso de la mejora humana». Una mejora que «acabará con el concepto de los límites físicos».

Para él ya no los hay. Aunque considere que queda camino para que el «gran ordenador de todos», el cerebro, ejecute las órdenes que ahora buscan en sensores y activadores sintéticos, tiene absolutamente claro que lejos de ser una persona con limitaciones es alguien tremendamente fuerte que puede hacer cosas mejor y más rápido que muchas personas con piernas de carne y hueso.

Cuando dio por concluida su charla en el auditorio también se tenía la misma sensación. De hecho culminó su intervención con la misma foto que la había empezado. Él en la cama, con solo 17 años y las piernas recién amputadas, pero la mirada ante ella dio un cambió colectivamente. De la profunda pena de un joven al que se le había quebrado la vida, a la admiración y la sorpresa de observar a alguien que ya entonces parecía saber que «no hay seres humanos rotos, sino tecnologías incapaces». Y como para eso eso sí que hay remedio se puso ya entonces a trabajar en él. Del resultado, además, le han salido unas piernas «muy sexys», como él mismo ha dicho en una ocasión. Desde luego unas piernas de las que es imposible apartar los ojos, porque parecen estar trayéndonos el siglo XXII al presente.

Una mujer, entre el público, que le preguntó por la posibilidad de acabar con su propia discapacidad, provocada por una lesión medular, devolvió a todos a la realidad que empezaba a ser una idelización. Esa realidad en la que las piernas sexys de Herr son inalcanzables. Cuestan demasiado dinero. Y esa en la que los avances que ya están entrando en sus laboratorios no llegarán al común de los mortales hasta que alguna de las generaciones en curso hayan caminado no hacia el futuro, sino hacia el término de todo. «Pero finalmente llegará». En unos años, aseguró, «nos reiremos de las piernas que llevo ahora. Entonces habremos logrado integrar toda la versatilidad. Las que lleve entonces servirán para todo». También para subir montañas como la del Urriellu, que aún no ha escalado, pero que ayer se llevó impreso en 3D por los estudiantes de la Escuela Politécnica de Ingeniería, antes de que el último aplauso pusiera en pie el centro de arte.

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