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EDUARDO ALONSO
Miércoles, 19 de octubre 2016, 00:33
El jurado del Premio Princesa de Asturias alteró el pasado 8 de junio la vida del triatleta Javier Gómez Noya (Basilea, 1983). El máximo representante mundial (cinco veces campeón del mundo, cuatro de Europa y subcampeón olímpico) de un deporte extenuante que obliga a sacrificar la juventud y llevar una vida de soledad. Con un aire de normalidad y una indumentaria informal, ofrece, más que una entrevista, una conversación fluida con el entrevistador en el Hotel de la Reconquista.
¿Cómo recibió la noticia?
Sabía que era finalista. Pero seguí mi rutina normal. Fui a nadar, pero, de repente, vi a un montón de periodistas al borde de la piscina y pensé 'ahí ha pasado algo'. Pero yo continué con el entrenamiento, aunque me costó concentrarme.
¿Le sorprendió la llamada?
Sí. El año anterior, por ejemplo, había perdido ante los Gasol por un voto. Estaba, ahora, en la final con los All Blacks, la selección de rugby de Nueva Zelanda, que lo ha conseguido todo y en algunos países es lo máximo.
¿Sabía que estaba nominado?
La Federación Española había presentado mi candidatura. Pero, anteriormente, años atrás, lo había hecho un científico que había sido Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica en 2007: Peter Lawrence. No lo esperaba. Ni lo conozco.
El jurado lo distinguió por «su esfuerzo ante la adversidad»...
Mi historia es un poco diferente por los problemas que he tenido que pasar. Que se haya valorado eso, que no haya tirado la toalla, es bonito.
Usted debutó en el triatlón en una prueba en Castropol con quince años.
Aquel fue mi primer triatlón. Allí empecé mi relación con Asturias. Pero he corrido también un par de veces en Gijón, he nadado en Avilés, he participado varias veces en la travesía de Navia... Ahora, a nivel profesional, he venido menos.
El triatlón avanza a pasos agigantados en Asturias.
Se han organizado pruebas importantes a nivel nacional e internacional. Y el número de licencias también ha aumentado. Es un orgullo.
También trabajó unos años con el técnico asturiano Omar González.
Esa ha sido también otra relación con el Principado.
¿Cómo se encuentra de su rotura del radio?
El codo está mejor. Sigo con rehabilitación diaria y estoy empezando a entrenarme de cara a 2017.
Usted la definió como «una caída tonta a no más de 15 por hora».
De todas las caídas, ha sido en la que iba más despacio y la única en la que me he roto un hueso.
Supuso la peor noticia: su adiós a los Juegos de Río.
Las caídas siempre están ahí. Fue muy inoportuna y decepcionante. Estuve triste, pero lo asumí rápido.
La suya sí que ha sido una historia de superación personal.
Sí porque, en un momento dado, tuve que enfrentarme a las instituciones. Concretamente, al Consejo Superior de Deportes y a la Federación por mi derecho a competir, a que se escucharan a expertos cardiólogos. En ese sentido, fue una rebeldía porque, si no, no estaría aquí ahora.
¿Qué le parece que esa valvulopatía que sufre y que amenazó su carrera no sea ya ahora causa para prohibir competir?
Mi problema ha hecho que se investigara más y se cambiaran los criterios. Si para algo ha servido mi lucha, habrá valido la pena.
Esos éxitos le exigen jornadas maratonianas: piscina, carrera, estiramientos, propiocepción, ejercicios decore, bicicleta, más estiramientos y más gimnasia...
Me entreno siete u ocho horas diarias. Para ser el mejor del mundo hay que trabajar mucho.
¿Es cierto que alguna vez, para aprovechar el tiempo, ha ido al aeropuerto en bicicleta?
Alguna vez, pero a la vuelta, me recogía mi padre e iba a casa con la bici para hacer 50 kilómetros (risas).
¿Cómo lo soporta su cuerpo?
Es difícil de explicar. Es importante cuidarse. Alguna vez he dicho que lo único que no me ha dolido son las cejas... La alimentación, el entrenamiento y el descanso son básicos.
¿Hay tiempo para el descanso?
Tiene que haberlo. Si nos sacas tiempo, tienes que bajar el trabajo.
¿Y la alimentación?
No llevo una dieta estricta, pero trato de comer sano y evitar salsas y productos manufacturados.
El componente mental debe ser importante.
Es fundamental. Es clave automotivarte y buscar motivos.
Su novia neozelandesa es también triatleta. ¿Es la única forma de mantener una relación?
Cuando tu pareja hace lo mismo que tú y te entiende, es mucho más fácil. Ella me apoya y yo la apoyo. De lo contrario, sería difícil de compaginar.
¿No hablarán de triatlón?
Pues, a veces, sí. Es casi una enfermedad (risas).
¿Sabe cuántas medallas ha ganado a lo largo de todos estos años?
No. Son muchas temporadas... Cientos o miles.
A los hermanos Brownlee les vemos un poco como los malos.
Mantengo una buena relación. Aquí son los malos y, en Inglaterra, lo seré yo. Tienen un carácter especial, son agresivos al competir y muestran mucha confianza en sí mismos.
¿Qué piensa de la imagen de Jonathan dando tumbos y su hermanos Alistair ayudándole?
Fue una anécdota. Mi opinión es que, cuando un atleta está casi inconsciente y desorientado y se agarra a un juez, deberían ser los médicos los que se encargaran. Forzarle a seguir puede ser un riesgo.
¿Ha pensado ya en su futuro?
De momento, seguiré el año que viene con las pruebas olímpicas. Más tarde será el momento de valorar participar en pruebas de 'ironman'.
Se ha federado en Madrid y ha traslado sus entrenamientos de Pontevedra a Lugo.
He ido a Lugo porque mi entrenador es de allí y mi club es el de Lugo. Por otra parte, tengo unas diferencias importantes con la Federación Gallega. Ellos decidieron no hacer ningún cambio y yo seguí mi camino. No compito por Galicia, pero me siento muy gallego.
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