Final (casi) de una pesadilla
diego carcedo
Lunes, 19 de octubre 2015, 12:48
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diego carcedo
Lunes, 19 de octubre 2015, 12:48
A los jóvenes hablarles de la catástrofe de Palomares quizás les recuerde el Paleolítico Inferior. A los mayores, en cambio, tal vez les venga a la cabeza la fotografía forzada de Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo, bañándose en pose fotográfica al lado del embajador de los Estados Unidos, Angier Biddle Duke, en aquellas playas almerienses. Incluso algunos evocarán la memoria de Paco el de la Bomba, el pescador local, convertido en héroe por sus paisanos, que después de meses de búsqueda señaló el punto exacto en el mar donde había caído una bomba termonuclear con una carga explosiva de 1,5 megatones y que continuaba sin localizar
Ocurrió en enero de 1966, año en que ya empezaba a perderse en la memoria el dolor de la Guerra Civil, cuando en España se vivió uno de los momentos más dramáticos de su historia contemporánea. Dos aviones militares norteamericanos que intentaban la maniobra de repostaje en vuelo, se rozaron en el intento y se estrellaron dejando caer cuatro bombas atómicas, una en el mare y tres en tierra, que por suerte no explotaron: hubiese sido una catástrofe nuclear de magnitudes inimaginables. Centenares de miles de vidas salieron indemnes de aquel milagro que el Régimen enmascaró o minimizó como pudo.
La iniciativa del ministro y el embajador bañándose en unas aguas que se temía estuviesen contaminadas calmó las preocupaciones de los turistas que habían empezado a renunciar a sus vacaciones en el Mediterráneo. La prensa extranjera, que llevaba meses informando del desastre, se convirtió entonces en escaparate de la normalidad con que los dos Gobiernos, el de España y el de EE UU, pretendían dar por superado el incidente. No era tanto así, además del susto, en los lugares donde cayeron las bombas aumentó de forma peligrosa la radioactividad y fue necesario aislar más de 200 hectáreas de terreno y mantenerlas inaccesibles ni cultivables desde hace medio siglo.
Las tierras contaminadas, millones de toneladas, quedaron en el área de Palomares y Cuevas de Almanzora como un recuerdo de la pesadilla vivida por sus habitantes. Casi cincuenta años después, parece que se va a poner punto final a las secuelas del riesgo más grande que se ha cernido sobre los españoles. El ministro de Exteriores, García Margallo, y el secretario de Estado, John Kerry, acaban de firmar un acuerdo de intenciones en función del cual la tierra contaminada será trasladada a los Estados Unidos y almacenada en silos adecuados.
De partida es un acuerdo de intenciones en el que no se especifica ni cuando se hará el traslado ni quien lo financiará. Por eso la euforia que despierta que la vieja pesadilla llegue al final hay que rebajarla con un casi. Las intenciones no siempre se acaban cumpliendo. Pero por algo se empieza.
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