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José Ángel García
Sábado, 14 de junio 2014, 01:46
Montserrat González y su hija Triana tejieron un plan para asesinar a la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, con la cooperación necesaria de la agente de la Policía Local Raquel Gago. Así consta en las diligencias practicadas por el Juzgado de Instrucción número 4 de León que investiga los hechos acaecidos el pasado 12 de mayo y que forman parte del sumario al que ha tenido acceso este periódico.
No dudó desde el primer momento Montserrat en asumir toda la responsabilidad de los hechos. Sin embargo, diversas contradicciones en los testimonios, tanto de su hija como de la agente, alimentan la tesis de la Fiscalía de que el plan para acabar con la vida de la líder del PP leonés fue confeccionado por más de una persona.
El día de autos, Montserrat González y su hija se acercaron al centro de León en el coche de Triana. El pretexto era visitar una pastelería que, casualmente, ese día estaba cerrada. La madre, siempre según las explicaciones que ofreció a la Policía, decidió ir a dar un paseo corto. Su hija, «como ocurre otras muchas veces», no le preguntó dónde iba. Portaba su bolso y dentro escondía un revolver que ella misma había cargado. «Es muy fácil, lo aprendí en internet», afirmó en su declaración. «Me lo enseñó la persona a la que compré el arma», señaló a renglón seguido, de forma contradictoria. Esa persona, según precisó, se llamaba Armando y regentaba un bar en el barrio gijonés de La Calzada, «que estaba junto a una iglesia (Fátima)». «Se la compré hace dos años», abundó. No se acuerda del mes ni del día pero sí cómo llegó al vendedor. «Ese señor desgranó en su testimonio era conocido en Gijón. Lo sabía por los comentarios de la gente que escuché en los mercadillos». La adquisición del arma no fue «fácil», tal y como confesó.
Ante la Policía, Montserrat reconoce que visita la ciudad, donde tiene junto a su marido un piso en la calle del Marques de Casa Valdés. «Iba a Gijón muchas veces sola. Mi marido y mi hija iban en julio, mientras que yo también aprovechaba unos días en mayo y septiembre», ahondó. En sus repetidas estancias en la ciudad acudía con frecuencia al bar de Armando, de acuerdo al relato que hizo a los agentes. Allí, según sus palabras, se encontró con gente «que no era de fiar», pero eso no la frenó en su propósito de hacerse con el arma. En su declaración, por cierto, siempre hace alusión a la pistola que utilizó para asesinar a Isabel Carrasco. No obstante, deja claro en otro pasaje de su testimonio que adquirió dos armas, admitiendo que gastó dos mil euros en la compra de ambas. Esa otra pistola fue encontrada en el domicilio de su hija, el mismo que utilizan cuando pernocta en León. El citado Armando le entregó también, además de la munición, una navaja que ella llevaba en el bolso el día que cometió el crimen, de acuerdo a las explicaciones que ofreció en su primera declaración a la Policía. Aseguró que su intención era encontrarse con Isabel Carrasco. En la pasarela que atraviesa el río Bernesga la persiguió. Isabel Carrasco no fue consciente de su presencia. «No sé lo que sentí en ese momento», advirtió. En aquel momento, sin titubeos, sacó el arma del bolso y disparó por la espalda hasta en tres ocasiones al cuerpo de Carrasco. «No podía más, estaba harta. Era injusto el trato que estaba sufriendo mi hija», aseguró. En su declaración nunca eludió su responsabilidad, pero siempre intentó justificarla ante la Policía.
Deshacerse de la bolsa
Si había gente a su alrededor no le importó. Montserrat, según consta en el sumario, salió huyendo del lugar del crimen y fue al encuentro de su hija, a la que le dio una bolsa con el arma para que se deshiciera de ella. Por el camino se había desprendido del pañuelo que utilizó para taparse la cabeza y se colocó una gorra de color negro. Triana, confesó a la Policía, vio a su madre en ese instante «pálida, nerviosa y desencajada». Montserrat se metió en el coche, donde se cambió de vestimenta. Su hija, mientras tanto, se acercó a la zona donde se encontraba la agente de la Policía Local Raquel Gago con su coche. Ésta, que se encontraba hablando con un operario de la ORA, vio cómo Triana abría el vehículo y depositaba dentro la citada bolsa. «¡Hola! Voy a comprar fruta. Te dejo esto en el coche», le espetó. Pocos repararon en ese momento en la escena. Ambas afirmaron en sus respectivas declaraciones que este encuentro fue «casual». Sin embargo, aquí es donde la investigación ha encontrado fisuras en ambos testimonios. Triana, por ejemplo, en una de sus declaraciones negó que hubiera visto a Gago previamente. Sin embargo, en otra de sus comparecencias ante la Policía expuso que ambas habían estado en su casa tomando un café y charlando animadamente. Para disculpar este dislate argumental, Triana se escudó en los «tres días sin dormir» que acumulaba. Los agentes, de todos modos, desmontaron la coartada de la joven mediante el rastreo de los móviles, donde apareció una llamada de 17 segundos que Triana le hizo a Raquel Gago solo dos minutos después del crimen.
Reencuentro
Triana regresa a su coche donde, supuestamente, la esperaba su madre. Allí, junto al vehículo, ve a un policía local y a un hombre hablando por el móvil. «Sí, se parece; la bufanda no es», escucha. A continuación, llegan al lugar más agentes de paisano. Mientras, suena su teléfono móvil. Era Raquel Gago. Atendió la llamada ante la Policía. A continuación, se puso en contacto con su padre para informarle de que las estaban identificando.
La Fiscalía considera que Gago también participó en la trama, aunque ella se afanó en desligarse de cualquier vinculación. Considera que sus explicaciones fueron «poco creíbles» en los tres episodios clave de la tarde de autos. Es decir, cuando se cruza en la calle con Triana, cuando esta introduce la bolsa en su coche y cuando ambas mantienen una breve conversación telefónica. «Ella participó en los hechos de acuerdo con las otras dos imputadas», resume el Ministerio Fiscal.
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