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FRANCISCO ÁLVAREZ VELASCO
Sábado, 24 de junio 2006, 02:00
«SI decimos madera, se oye el viento / poniendo entre los árboles su música», -escribe el poeta. ¿Y si decimos tatayuba? Por la Villa de Jovellanos andan ahora a vueltas con la tatayuba. A mí la palabra me cautivó desde el principio y me evocaba a Nicolás Guillén y la poesía afrocubana. La eufonía va acompañada, además, de una onomatopeya adecuada para el entarimado de una plaza -la de Europa- por donde transitan tantos ciudadanos. Ta-ta-yu-ba: ¿ta! ¿ta!, con ritmo de taconeo, de un pisar con garbo, marchoso, de madreña o de tablao flamenco. Y ¿yuba! me sonaba a son cubano; y después, cuando supe que el árbol es abundante en las selvas brasileñas, parecía escuchar la samba o la lambada o cualquier ritmo de Carlinhos Brown. Todo muy en consonancia con estos buenos tiempos de 'mesturies': Brasil, Andalucía, Cuba, Asturias... ¿Cuántas veces no habré dado un rodeo, sólo por sentir el sonar de la madera bajo los pies! Ahora están a punto destatayubar la plaza gijonesa, así que estas líneas sirvan de elogio y elegía a un tiempo. Lo han decidido los munícipes para no cargar a las arcas del Ayuntamiento tantos euros como van gastados en indemnizar por las consecuencias de tropezones y resbalones.
Por mi parte, las motivos no me convencen precisamente por ese reduccionismo economicista. Podrían poner unas cuantas madreñas a la entrada y salida de los paseos entarimados, al modo como los japoneses hacen en los vestíbulos de sus viviendas con las zapatillas. Y junto a las madreñas, un cartel con texto estilo Cortázar: «Instrucciones para andar en madreñas por la tatayuba». Y, ¿hala!, «los asturianos leré / van de madreñes / ruxen los clavos leré / en les maderes». Y, además, los rendimientos económicos serían innegables: a) protección de la industria regional de la madreña, b) inyección de euros en alguna apretada economía familiar (diría la mujer: -«Anda, Xuan, vete dar un paseín po la tatayuba. A ver si hay suerte y sacamos una indemnización pal nietu, que ta ensin trabayu». No olvidemos que algún resbalón ha podido producir más de cincuenta mil euros.
Unos metros cuadrados de tatayuba quedan junto a la Playa de Poniente. Los que se tumban sobre ellos para el rito del bronceado saben de las buenas vibraciones y la energía positiva y antiestresante que efunde por las carnes una madera «moderadamente nerviosa en la contracción» y de los aromas de las selvas brasileñas atesorados en ella.
La de la plaza la sustituirán por granito de cantera gallega, pero el que hasta ahora ha empedrado Gijón tiene más de la severidad triste y escurialense de Felipe II que de la dulcedumbre morriñosa de Rosalía de Castro, que le pedía al Señor que convirtiera las piedras en «prata fina».
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