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ZIGOR ALDAMA
Lunes, 27 de abril 2015, 01:00
La respuesta internacional no se ha hecho de rogar y en Nepal ya trabajan equipos de rescate que ayer llegaron procedentes de China, India y Pakistán. Su presencia es vital, porque las primeras horas desde que ocurre un terremoto como el que destruyó cientos de edificios el sábado -sacudió la tierra con una fuerza equivalente a 20 explosiones termonucleares- resultan claves para encontrar supervivientes entre los escombros. En un país con recursos tan limitados, profesionales con la ayuda de perros adiestrados y tecnología más avanzada pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte para miles de personas. No en vano, Policía, Ejército y ciudadanos corrientes están llevando a cabo las labores de búsqueda y de rescate utilizando casi exclusivamente las manos entre el caos que se ha apoderado de la capital, Katmandú.
Más allá de sus vecinos más cercanos, multitud de países han comprometido ayudas económicas o preparan envíos de decenas de expertos en desastres, como EE UU, todo tipo de material de asistencia y equipos pesados para remover escombros y ONG de todo el mundo han puesto en marcha un gran operativo de ayuda humanitaria. El objetivo es dar soporte a la rudimentaria asistencia médica que pueden dispensar hospitales y clínicas locales que están al borde del colapso.
«Los médicos están exhaustos porque llevan a cabo turnos de 24 horas, y comienzan a escasear las medicinas», reconoció ayer al diario The Kathmandu Post el ministro nepalí de Información, Minendra Rijal, que pidió a la comunidad internacional bolsas para cadáveres, tiendas de campaña y medicamentos. Incluso empresas privadas se han volcado con el país. Es el caso de Viber, una aplicación de chat para móvil similar a WhatsApp muy popular en Asia, que ha anunciado llamadas gratuitas para todos sus usuarios en Nepal. «Necesitamos todo tipo de ayuda desesperadamente», sentenció Rijal.
Por si la falta de medios fuese poco inconveniente, no está siendo nada fácil trabajar. Las réplicas continuaron ayer, y una de ellas incluso alcanzó una fuerza de 7,1 grados en la escala de Richter según el Instituto de Geología de China. Los edificios volvieron a crujir, cundió el pánico y el principal aeropuerto del país tuvo que volver a cerrar durante unas horas. Y esta situación retrasó las llegadas previstas de personal sanitario y de ayuda humanitaria. «Es imposible saber cuándo y con qué intensidad se van a provocar nuevas réplicas que pueden resultar muy destructivas. La gente tiene que permanecer alerta durante los próximos días», comentó a Reuters L.S. Rathore, director de la Agencia india de Meteorología. Consciente de ello, la mayoría de los ciudadanos decidieron instalarse en las calles aunque, para colmo de males, anoche comenzó a llover.
La falta de organización también se ha convertido en un grave problema. «Las líneas telefónicas apenas funcionan, estamos casi todo el tiempo sin electricidad y los hospitales están atendiendo a los heridos en la calle, donde la gente tampoco sabe qué hacer si se repite el terremoto», comentó ayer Surbhi Sharma, residente de la capital. «El Gobierno tiene que tomar una decisión rápida y echar mano de los recursos del Ejército», apremió Peter Olyle, de la ONG Save the Children. «Hemos pasado la noche a la intemperie en una escuela. El agua potable empieza a escasear. La gente trata de hacer vida normal cocinando el desayuno en las calles, pero este país necesita ayuda urgente», añadió Omar Havana, fotoperiodista español radicado en Katmandú para la agencia Getty.
Cremaciones masivas
No en vano, la verdadera magnitud de esta colosal tragedia se va revelando poco a poco con el lento avance de los equipos de rescate locales. Ayer el número de muertos se disparó hasta superar los 2.500, muchos de los cuales todavía yacen en los alrededores de los hospitales, identificados únicamente con un número en una etiqueta, a la espera de las cremaciones masivas que comenzaron por la tarde. Hasta anoche se habían contabilizado ya más de 5.000 heridos, muchos de ellos graves. Se estima que unos 6,6 millones de personas se han visto afectadas de alguna manera y todavía se espera que estas dramáticas cifras crezcan de manera notable cuando ses posible acceder a las remotas poblaciones más cercanas al epicentro del terremoto, situado en el centro del país.
Buen ejemplo de la devastación sufrida en Nepal es Gorkha, un pequeño pueblo que ayer fue fotografiado desde el aire y en el que no parece que haya quedado ningún edificio sin daños. «Todavía no conocemos el estado de muchas localidades que han quedado aisladas por las avalanchas y los corrimientos de tierra. Sin duda, el daño puede ser muy superior al descubierto hasta ahora», reconoció un funcionario del Ministerio de Sanidad mencionado por The Times of India.
Curiosamente, los científicos ya esperaban un terremoto de estas características. De hecho, un grupo de cincuenta expertos se había desplazado a Katmandú sólo una semana antes para evaluar el grado de preparación de la capital de cara a hacer frente a uno de los grandes seísmos de grado 8 en la escala de Richter que la han sacudido históricamente cada 75 años, más o menos.
En tiempo de prórroga
Teniendo en cuenta que el último se había producido en 1934, sabían que Nepal estaba en tiempo de prórroga. «Era una pesadilla que iba a ocurrir en cualquier momento», aseguró ayer a AP el sismólogo británico de la Universidad de Cambridge James Jackson. «Física y geológicamente ha sucedido exactamente lo que predijimos que iba a ocurrir». Y, tristemente, no será la última vez que pase. «El problema de Asia es que hay grandes concentraciones de gente en lugares muy peligrosos». Y Nepal, con 28 millones de habitantes, no es Japón, un país en el que los edificios están especialmente preparados para hacer frente incluso a seísmos de fuerza 9. Con una de las rentas per cápita más bajas del continente y edificios endebles, la tragedia era previsible pero inevitable.
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