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OLGA ESTEBAN
Sábado, 12 de marzo 2016, 02:28
'La educación no cambia el mundo. Cambia a las personas que, algún día, cambiarán el mundo'. A la gijonesa Lucía Álvarez le encanta esta frase que lee cada día a su llegada a la Facultad de Formación del Profesorado, en Oviedo, donde da clase. Álvarez realizó, entre 2012 y 2013, un estudio sobre los 'Perfiles y realidad del alumno en riesgo de abandono escolar', que no solo fue su tesis doctoral, sino que le dio la oportunidad de trabajar con 188 estudiantes (de 140 familias )y 121 profesores de once centros escolares de España, Chipre, Austria y Holanda en el marco del programa Sócrates de la Unión Europea y de un proyecto encargado al Centro de Recursos y Profesorado de Avilés. De Asturias, en concreto, pudo trabajar de cerca con 61 familias.
Con todas las diferencias sociales y culturales que pueda haber, ¿cuáles fueron las principales conclusiones comunes del estudio?
El alumnado es sincero: no aprueban porque no trabajan lo suficiente, no les motiva y quieren abandonar el colegio. Pero también dan pistas de qué se podría mejorar: no se implican ni se esfuerzan más porque creen que a una parte del profesorado no les interesan. Llama la atención que, cuando se pregunta a los profesores, ofrecen un perfil mucho más negativo de los alumnos y sus familias que los propios alumnos y las propias familias. Casi la mitad de los docentes admite que tiene bajas expectativas respecto a ellos y creen que las posibilidades de mejora son escasas o nulas.
Es decir, se les da por perdidos.
Sí. Pero además la mayoría de los profesores admiten que les faltan herramientas para saber cómo relacionarse con estos alumnos y sus familias. Esa es una de las principales demandas: cómo comunicarse con ellos.
Respecto a las familias, ¿cuáles fueron las conclusiones?
Pese a que la mayoría tenía solo estudios primarios (principalmente las madres), se molestan por ayudar a los hijos en casa hasta donde pueden y hasta donde los hijos les dejan. Se implican de una forma que no siempre significa sentarse con ellos a ayudarles a resolver dudas. Pero intentan proporcionarles todo lo que necesitan para el estudio. En cambio, cuando se les pregunta a los profesores a qué tipo de familia creen que pertenecen esos estudiantes, el 70 o el 80% habla de familias disfuncionales, desfavorecidas y que no se preocupan por los hijos. Pero cuando les preguntamos a las familias españolas por su nivel de ingresos, era un nivel medio, y se preocupan y apoyan a sus hijos.
¿Entonces, prevalecen los prejuicios? Porque esos chicos acaban abandonando los estudios.
Sí. Yo creo que los padres no saben cómo hacer que esa ayuda sea eficaz. Tanto el profesorado como las familias perciben una necesidad de formación específica: los primeros, de relación y emociones, y los padres, sobre técnicas de estudio. Cuando hemos hecho talleres conjuntos con todos el resultado ha sido muy bueno. Hay que romper la espiral y que por primera vez haya una comunicación para cuestiones positivas y no para hablar de un suspenso, una expulsión o un anuncio de repetición de curso.
¿Algo tan grave como el absentismo se podría atajar simplemente mejorando la comunicación?
La comunicación entre familias y centros y dentro de las familias.
Porque no todo el fracaso es de los centros escolares...
Eso quedó muy claro. Cada parte tiene unas responsabilidades. Si el centro no tiene información y colaboración de las familias hace un esfuerzo baldío. El alumnado, si no es capaz de confiar en el profesorado o en sus padres, volvemos a lo mismo. Funcionan en burbujas independientes y los esfuerzos independientes no llegan a nada. Se pierden recursos, inversión y tiempo.
Leyes, reformas, Libro Blanco... ¿Lo tienen en cuenta?
El propio José Antonio Marina apuesta mucho por la comunicación entre los distintos agentes y hacer a cada uno responsable de su parcela. Pero no se puede olvidar que tenemos un marco europeo que nos condiciona y nos dice que para 2020 el fracaso escolar tiene que ser del 10%. A veces nos quedamos con lo inmediato, pero olvidamos algunas cosas. Como los profesores. Lo que perciben es 'no se me reconoce, tengo estrés, hay mucha burocracia, las familias protestan, no puedo coordinarme con los compañeros y, encima, me quieren evaluar aún más'. Parece que siempre ponemos en un plano secundario a quien tiene que asumir las responsabilidades y quien se va a ver afectado por las medidas que se acuerden.
Rebajar el absentismo
¿Importan más las cifras?
Nos planteamos reducir la tasa de fracaso, de absentismo, el abandono en distintas edades... Pero son solo datos. ¿Qué precio pagamos por alcanzar esas cifras? Cuando acercamos a alumnos, profesores y familias, cuando entienden que no pueden ocultarse información... A veces actúan como enemigos y deben ser aliados.
¿En qué tasa de abandono estamos?
En un 29% de fracaso escolar. Lo positivo es que se está dando mayor valor social a la FP y eso ayudará. Y la vuelta de alumnos de entre 20 y 25 años que dejaron de estudiar para trabajar y que, con la crisis, están volviendo. Puede que bajemos las cifras pero, ¿qué hacemos con los que ahora están en riesgo? No se trata de mejorar estadísticas, sino la calidad y formación de las personas que van a ser el futuro.
Dice que las alarmas del fracaso saltan en Primaria.
En sexto, y ya antes, a partir de tercero y cuarto. Empiezan los bajos rendimientos, alguna ausencia no justificada... Pero Primaria es más flexible, hay otro tipo de relación entre el centro y la familia y se confía en que todo mejore. Pero en cuanto llega primero de la ESO, en la primera evaluación, fracaso rotundo. Y empiezan las culpabilizaciones y ya es tarde.
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