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Jueves, 10 de diciembre 2015, 00:29
Un minuto de silencio. Esos 60 segundos de recuerdo en el Pleno de ayer en el Consistorio gijonés fue el único parón que el PSOE se permitió. «El mejor homenaje es no parar, él no lo consentiría», repetían ayer los familiares y amigos de Marcelo García, el presidente del PSOE gijonés fallecido en la noche del martes a los 85 años. «Si se entera de que no seguimos trabajando, nos lleva a todos por delante. Lo primero era la gente, el partido, hacer política», explicaba su sobrina-nieta y diputada en la Junta General, Carmen Eva Pérez.
Ella era una de las cabezas visibles del nutrido grupo de familiares y amigos que velaban el cuerpo del fallecido dirigente. Todos suavizaban el dolor de la pérdida con la puesta en común de los recuerdos generados en más de ocho décadas de vida tan larga como intensa, dura y, sin embargo, feliz. «Mi tío era una persona que transmitía felicidad, por muy dura que hubiera sido su vida», recordaba Bibiana García, la hija de Arquímedes. El tercero de los hermanos García y el último de un cuarteto nacido en Sotrondio en la antesala de la etapa más negra de la historia reciente del país.
Los nietos de Pepa, 'la Roxa'
«Mi padre está muy entero, pero no para de decir que 'solo quedo yo'. Los cuatro hermanos eran un equipo». Uno del que Vicente, el mayor, y Marcelo, el segundo, se convirtieron en 'protectores', aunque solo le llevaban uno y dos años a los más pequeños. A los obligados a ser bautizados como Alberto y José Manuel, pero que siempre han sido Arquímedes y Arcadio, 'Cayo'.
«Somos todos descendientes de Pepa 'la Roxa'», dice con una sonrisa otro de sus sobrinos, Gilberto, en referencia a la abuela paterna que se hizo cargo de los cuatro pequeños García, de entre cinco y un año, cuando el corazón de Consuelo Suárez no resistió el encarcelamiento, uno más, de su marido, Alfredo García.
En 'Marcelo, los otros niños de la guerra', la biografía que del líder socialista escribió Jaime Izquierdo en 2004, el protagonista recordaba «la cicatriz siempre abierta» que esa muerte prematura le causó, a la vez que destaca la «enorme» figura de su abuela paterna, que tras criar a once hijos se hizo cargo de los cuatro de su hijo Alfredo, al que entre la cárcel y el exilio sus hijos apenas tendrían oportunidad de ver.
Una güela que no dudó en poner de vuelta y media a un profesor que dijo a sus nietos que su padre había violado todos los sacramentos de Dios o un grupo de mujeres que en el Muro, viendo cómo los cuatro chiquillos comían felices una 'bomba de Berlín', un pastel relleno de nata, se lanzaron a acusarles de comerse los pasteles 'como alijeros que sois'.
Acusación por la leyenda negra de que quienes habían participado en el asalto al Banco España, en Oviedo, para sufragar la lucha minera, se habían quedado el dinero. «Mi padre guardó y devolvió las 900.000 pesetas, como quedó probado en los recibos del sindicato», recordaba Marcelo en sus memorias.
Una aseveración respaldada por todos sus herederos. «Era un político íntegro. Se murió como vivió, sin coche, ni casa, ni nada. Todo era para los demás». Para pagar copiadoras con las que llenar la ciudad de octavillas contra la dictadura, para proteger en su casa a dos sevillanos que luego serían todo en el PSOE, Felipe González y Alfonso Guerra, y para, ya en democracia, «acoger en su casa a nuestros novios. Vinieran de donde vinieran», decía con un llanto risueño Bibiana.
Las riñas de Encarna
«Porque él solo trabajaba para los demás. Dice Jaime Izquierdo que él solo puede hablar de la esfera política, yo, también, porque Marcelo tuvo la cualidad de convertir en política todo lo que tocaba», ensalzaba su sobrina-nieta. Carmen Eva Pérez solo contenía el llanto cuando recordaba las salidas de su tío. «Un verano estuve sin verle tres meses. Cuando nos encontramos esperaba que me dijera '¿Qué tal las crías?' o algo así. El me espetó, '¿Entonces, lo de El Musel cómo va?».
Una comportamiento nada anómalo, insiste: «Cuando fui a verle al hospital, después de un ingreso, le digo: 'Tío, ¿cómo estás' y él me responde 'Yo muy bien, y Josechu, ¿cómo lo está haciendo? Tal cual. Como cuando me eligieron diputada. Le pregunté: 'Tío, ¿cómo lo ves?' Su respuesta fue: 'Veo que llegaste, ahora, a trabayar». Lo de 'trabayar' era «su obsesión», recuerda su amigo y cantante Julio Ramos. El Marcelo que hizo su primera 'huelga' en el cole, después de ver cómo un profesor dejaba inconsciente a su hermano Vicente de una patada en la cabeza; el Marcelo que fue salvajemente torturado, acusado de ser el cabecilla de la huelga en La Camocha, o el que lideró una revuelta por el impago a los obreros en la construcción del hoy Hotel Príncipe de Asturias, solo pensaba «en cumplir con la gente». Ramos rememoraba lo ocurrido tras la muerte de Encarna, la pareja, compañera y amor eterno de Marcelo, fallecida hace ocho años. «Al día siguiente teníamos un acto en Turón. Él iba a hablar y yo a cantar. Cuando le dije: 'No vamos, ¿no?', me contestó '¿Estás loco? Y fuimos».
Encarna Vega, Encarna, la peluquera de la calle Dindurra, la que según Marcelo «no tenía marcha atrás» y, según sus amigos y familiares, «era una máquina de reñir», estuvo ayer muy presente en el tanatorio. Todos hacían mención a la mujer que se las apañaba para meter coñac en las latas de melocotón en almíbar que llevaba a su marido a la cárcel, «solo nos faltaba el puro y el café», recordaba él. La que años atrás se había plantado en jarras ante el novio que le ocultaba qué hacía los fines de semana. '¿Tienes otra novia o qué?', le espetó. Ante su: «Soy socialista y estoy en la clandestinidad», ella concluyó: 'Pues yo quiero ser clandestina contigo'. Ya están juntos de nuevo. Para siempre.
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