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Domingo, 10 de mayo 2015, 00:48
Los domingos toca el órgano.
(Se sonroja) Voy a misa en Lavandera. El párroco, José Luis Montero, lamentaba el abandono del órgano. Soy pianista y me ofrecí.
También en la Iglesiona.
Javier Vilumbrales me vio tocar y me pidió que bajara a la Iglesiona. A veces, toco en las dos. Hay domingos que trabajo más que un cura... Y gratis (carcajadas).
¿Es fácil para una pianista?
¡Qué va! Me da vergüenza. Ser organista es algo muy serio. Abuso de un compañero, Javier Quirós, que me ayudó a reciclar. Toco porque se lo debo a mi madre.
¿Es ella pianista?
No. Ella es una mujer bellísima, me siento un patito feo a su lado. Cuando cumplí 7 años me sentó ante un piano y a los 15 era pianista. No seguí la carrera porque vi que lo mío eran las matemáticas.
Una se basa en la otra.
Totalmente. Por eso insisto ahora en que mi hijo Iván toque el piano. Si no le gusta, al menos estudiar solfeo le valdrá. Pero seguro que le gustará. Elsa, mi hija, es muy artística, pero él tiene cualidad para el piano.
¿Y sin no quiere tocar?
Humm (carraspea)... Bueno (risas).
Mensaje para Iván: deja de leer esta entrevista.
(Carcajadas) Sé que es muy duro, pero también gratificante. Mi hermano me dice que no juego con los críos porque no sé jugar. Y es verdad, me pasaba el día de la escuela al conservatorio. Me gustaba.
Es creyente. ¿No pierde la fe?
Pienso que ser creyente me salva de no perder la fe en el ser humano.
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