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LUCÍA RAMOS
Viernes, 26 de diciembre 2014, 00:15
Un cuarto de siglo da para mucho. Atrás queda aquel año de 1989 en el que nacía, en el Centro Penitenciario El Coto, la asociación Siloé, que más adelante pasaría a ser fundación y absorbería a la veterana Chavales. Ahora, con varios programas para menores, discapacitados o enfermos de VIH-sida en funcionamiento, la entidad ve reconocido su trabajo mediante la Medalla de Plata de Gijón que recientemente aprobó concederle el Pleno. Su fundador, José Antonio García Santaclara, 'Santa', repasa, con mano dura, la situación actual.
Enhorabuena.
Gracias. Enhorabuena y es hora buena, sí (risas). Como no podía ser de otra forma, estamos muy agradecidos por este reconocimiento, lo cual no significa que ahora vayamos a dormirnos. Esto es un aliciente para seguir trabajando. Adquirimos un compromiso con la ciudadanía.
¿Llega este reconocimiento en un momento complicado para entidades como la suya?
Sí. Hubo tiempos mejores en el tema de las políticas sociales. En este momento hay que reconocer que hay una involución importante, aunque también es cierto que hay aspectos en los que evolucionamos.
¿Por ejemplo?
Evolucionamos debido a que este momento nos aprieta y estamos comprobando que hay una carencia de humanidad o conciencia de las personas, de su bienestar. Nuestra respuesta fue unirnos aún más, sobre todo entre las entidades sin ánimo de lucro. Adquirimos una clara conciencia de que tenemos que resistir, hacer propuestas y saber decir no. Es importante tener, como ciudadanos, una conciencia más política y combativa, en el mejor sentido de la palabra, para defender los derechos que habíamos conquistado y que ahora nos arrebataron. Se habla de recortes, pero no siempre lo son. En ocasiones desaparecen los derechos, nos los quitan.
En Gijón hay una fuerte red de entidades sin ánimo de lucro como Siloé, ¿están haciendo el trabajo que correspondería a las administraciones públicas?
Quizás. Sea como sea, debemos seguir haciéndolo, como colaboradores que somos de las administraciones y porque, posiblemente, ellas no lo puedan hacer todo. El problema es que ahora se ha dado acceso a entidades lucrativas, lo que es sumamente grave, pues tras ellas hay una ideología en la que manda el mercado. La burocracia es otro de los retrocesos, se ha complicado de una manera asombrosa. Parece que importa más lo burocrático, lo mercantil, que las personas. Si dedicas el tiempo a la burocracia y a los cálculos de dinero no puedes dedicarte como debiéramos a la gente.
Gente que, además de comer, necesita otras cosas...
Exacto. Necesitan cariño, cercanía, que les escuchen. Nuestro objetivo siempre fue la persona por encima de todo. Una cosa que a mí me asombra y me produce inquietud es ver cómo los niños y adolescentes que están en la calle en sitios como Ceuta no son acogidos porque no tienen papeles y, entonces, son ilegales. Es algo terrible. ¿Qué podemos esperar de un gobierno o sistema que dice que las personas son ilegales porque no tienen papeles, y no les dan papeles porque son ilegales? ¿Qué podemos esperar de una inhumanidad tan brutal? Esto es un grave delito, algo impresentable.
¿Todavía hay esperanza?
Sí. Salida la hay, pero no necesariamente tiene que venir de partidos, de parlamentos o de quienes gobiernan, sino de los ciudadanos. Tenemos que unir fuerzas y ayudarnos los unos a los otros a ver la realidad, a interpretarla tal y como es y a poner en primer plano siempre a las personas. La ley no está por encima de todo, al menos la que no es justa. En esto me identifico plenamente con el nuevo Papa, quien cumple aquello que dice el Evangelio de que 'la ley es para el hombre y no el hombre para las leyes'. Hay que ser ilegal cuando proceda, y si eso hace bien o ayuda a las personas a estar bien y a recuperar sus derechos hay que tener el coraje de saltarse la ley.
¿Cambió el perfil de sus usuarios en los últimos años?
Bastante. Volvimos, en algunos aspectos, a la época en la que comenzamos, hace treinta años. Estamos poniendo en práctica de nuevo modelos como los comedores o los bancos de alimentos. Algo que era de una sociedad no muy desarrollada y parecía que no iba a volver. Además, hoy, el usuario puede ser cualquiera de nuestros vecinos el que no tiene recursos. Antes era más habitual ver en nuestros programas a familias desestructuradas por motivos diferentes a los económicos.
Hace más de dos décadas que abrieron la casa de Mareo para enfermos de VIH-sida, ¿cambió mucho su situación desde entonces?
Sí, hubo una evolución enorme. De hecho, creo que terminaremos consiguiendo el objetivo con el que nació la casa, que era desaparecer por no ser ya necesaria. También cambió mucho la forma en que les ve la sociedad, aunque sigue habiendo personas recelosas, sobre todo debido al aspecto exterior que provoca el consumo de algunos medicamentos. Pero, en general, la sociedad tiene claro que el VIH no se contagia tan fácilmente.
También gestionan, desde hace unos años, pisos tutelados...
Sí. Dentro del programa Innuit tenemos pisos para gente que, por su situación social, no puede incorporarse a una familia pero está en una fase donde no hace falta un acompañamiento tan riguroso como en la casa. También tenemos pisos en el proyecto Prometeo de salud mental. Sus usuarios son autónomos casi al 100% y hacen vida como cualquier ciudadano, que es lo que interesa. Se organizan, hacen sus comidas, gobiernan la casa e, incluso, nos animan a ir a manifestaciones a reivindicar algo que es nuestro y de todos.
Sacyr se acaba de quedar con sus dos pisos de discapacidad.
Es muy mala noticia para nosotros. La del Principado ha sido una decisión tomada de una forma tremendamente arbitraria, con gran incoherencia y notable deslealtad. Es la expresión de un cambio de modelo: deshumanizante y neoliberal puro.
Ustedes están en contacto permanente con la ciudadanía, ¿ven por algún lado los brotes verdes de los que hablan nuestros gobernantes?
No. Salieron de la crisis los que nunca entraron. Los demás no. Cada día lo ves, es algo que se palpa. Ellos lo dicen porque es la mentira que toca ahora, pero los demás no somos ciegos, ni estamos dormidos. No nos lo creemos fácilmente y eso les va a perjudicar algún día. Parece que nos intentan convencer para que seamos sauces llorones, cuando lo que de verdad debemos ser es girasoles, siempre buscando el sol, su calor y su luz. Porque de aquí vamos a salir, pero entre todos.
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