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PACHÉ MERAYO
Martes, 27 de enero 2009, 09:03
Un cartel puede hacer y de hecho lleva haciendo a largo de la historia, desde el siglo XVI en que emprendió su aventura, propaganda política, publicidad deportiva, industrial, religiosa, incluso de guerra. Ha enmarcado a lo largo del tiempo avisos de ferias y fiestas, de tardes taurinas, de bailes de máscaras, de historias de cine, teatro y circo. Desde sus rasgos, primero sin tintas de color ni dibujos de apoyo, el cartel ha hecho oda a las propiedades de algunos alimentos y de muchas bebidas, puesto focos sobre barcos que se llenaban de sueños de ultramar, avisado sobre los peligros de la salud y las virtudes de la higiene y hasta se ha hecho eco de la prevención de accidentes laborales. «Su conocimiento es, sin duda, una fuente importante para comprender el pasado y las características de una comunidad». Así lo advierte Joaquín López, director del Museo Etnográfico del Pueblo de Asturias (MUPA) y custodio de la colección de 900 carteles que éste tiene en sus fondos y que ahora sale a la luz en una selección que abarca desde el siglo XVIII al XX.
La cita esta vez no es en el museo, sino en el Centro de Cultura Antiguo Instituto (CCAI). Allí se abre mañana, en su sala mayor, una «impresionante exposición», dice López, en la que se exhiben los mejores anuncios de la sociedad de 1700 a 1983. Pero también los mejores testimonios, advierte el director del MUPA, ya que eso es al final un cartel: «un testigo de la memoria de los pueblos».
La exposición, que se inaugura bajo el título 'El cartel en Asturias', muestra, por tanto, las actividades que desarrollaba la sociedad que las engendró. «Habla de sus ideas, de los productos que fabricaba y consumía». Pero también de las capacidades creativas de su tiempo.
De hecho, advierte López, «junto al valor documental, los carteles son una relevante manifestación artística». No en vano desde su aparición (En Asturias no se imprimieron hasta entrado el siglo XVIII) constituyó «un lenguaje nuevo en el que se expresaron muchos creadores». La mayor parte de los artistas de finales del siglo XIX y del siglo XX hicieron carteles, recuerda el director del museo. Así en la colección están representados desde Julio García Mencía, uno de los principales cartelistas, hasta Evaristo Valle, pasando por Vaquero Palacios, César Pola, Paulino Vicente 'el Mozo', Sócrates Quintana y el joven Juan Botas.
La exposición gijonesa tiene su umbral como queda dicho en 1700, pero la historia del cartel comienza en el XVI, cuando llegan a los lugares públicos impresos anunciando disposiciones reales o religiosas. No son los carteles que hoy conocemos. Nada de color, nada de figuras. Sólo información.
En Asturias las primeras imprentas que editaron este nuevo lenguaje vieron la luz en el siglo XVIII y en Oviedo. En el XIX, con la expansión de la litografía, «era ya uno de los medios dominantes de la comunicación de masas».
'El cartel en Asturias', que cuenta con la experta voz de Francisco Crabiffosse -él aporta toda la lección histórica de la muestra en un libro catálogo-, sumará en las paredes del CCAI más de cien carteles, cuyo discurso está dividido en tres épocas.
De 1700 a 1891
Son los menos vistosos, pero los más valiosos. La conservación de carteles es, dice Crabiffosse, tremendamente difícil, ya que su principal característica, usar y desaparecer, es «su principal enemigo». A esta época pertenecen los llamados carteles tipográficos. Son órdenes reales o de la autoridad civil de Asturias, de cofradías religiosas y de la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias. Hay carteles relacionados con el motín de Esquilache (1766), la Guerra de la Independencia (1808-1814), la Primera Guerra Carlista (1833-1840) o la proclamación de Alfonso XII (1877). A finales del siglo XIX también aparecen carteles anunciando servicios médicos y colegios de enseñanza.
De 1892 a 1939
Con la implantación de la industria litográfica en Asturias, el cartel cambia de un modo totalmente radical. Entran en juego las imágenes y los colores. En este apartado de la exposición se detectará por esta razón especialmente la presencia de los artistas.
Además aumentan también los motivos de los anuncios. Películas, Feria de Muestras, aperos agrícolas y sobre todo avisos comerciales de bebidas (la gran reina es la sidra), chocolate, mantequilla, papel de fumar, medicamentos, y hasta cera para velas y depilaciones varias.
Aparecen también por el tiempo que se narra los carteles relacionados con la II República Española y la guerra civil, «que es una de las etapas más fructíferas del cartelismo asturiano y español».
De 1940 a 1983
La muestra se cierra en este tercer periodo en el que la producción de carteles ha ganado varios enteros e introducido nuevos cambios. Y como la industria del cartel es un espejo de la sociedad de su tiempo, ésta también sufre en estos años variaciones muy importantes.
Continúan de todos modos los motivos anteriores, aún apareciendo otros nuevos, como la prevención de riesgos laborales, la moda de nuevos deportes (ciclismo, hípica, fútbol, pesca submarina) y hasta se anuncian a todo color festivales de música. Adquieren gran importancia los carteles comerciales y los de fiestas. Y por supuesto, la firma de los autores es trascendental.
En este apartado hay un espacio dedicado a Alfonso (Alfonso Iglesias López de Vivigo, Navia, 1910-Oviedo, 1988), que es el cartelista asturiano más representativo de este periodo, y también a la obra mexicana del cartelista gijonés Germán Horacio (Germán Horacio Robles Sánchez, Gijón, 1902-México DF, 1975), que en 1939 tuvo que exiliarse a México donde murió.
Pero no sólo habla esta exposición de la sociedad sólo a través de los temas y las formas de sus carteles. También, como relata Crabiffosse, «de las aberraciones ortográficas, que delataban el bajo nivel cultural de Gijón». Llegó, cuenta el experto, a nombrarse una Comisión de Redacción para evitar lucir faltas en exposiciones regionales y nacionales. De todos modos, alguna quedó para la historia.
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