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ELENA S. HERRERO
Domingo, 7 de agosto 2016, 01:06
Llegar se antoja misión imposible. A pocos kilómetros de Arriondas comienza la aventura festiva al ritmo que marcan las luces blancas de los frenos de los coches que hacen cola entre primera y punto muerto para llegar a destino. Lo mejor está por llegar. Y lo peor también: aparcar requiere de la paciencia de Job y los poderes de un superhéroe. Pero, al final, el coche se para, los viajeros toman tierra santa sellera y comienza cuando aún no ha caído la noche una juerga inenarrable que no terminará hasta que las piraguas lleguen a meta. Como mínimo.
Se ponga la mirada donde se ponga, hay gente, más y más gente. Miles de visitantes, tanto nacionales como internacionales, acuden a las Piraguas a disfrutar de la fiesta pura y dura y del deporte, para reír, cantar, bailar, beber y, en definitiva, vivir la gran experiencia de las Piraguas. «Hace 15 años que no venimos, y ya tocaba volver porque nos gusta mucho esta fiesta», afirmaban los lucenses José Manuel Jubon y su amigo Diego Pérez. De Galicia, Bilbao, Madrid, Barcelona, Zaragoza... De Dinamarca, Sudáfrica, Bélgica... Tantos como vivas se dan a la salida. Visitantes llegados de todas las partes del mundo se reunieron en la noche del viernes en Ribadesella y Arriondas con idéntico ánimo y espíritu. En las dos localidades hay alegría a toneladas, se puede ver y charlar con los piragüistas, se acampa, se baila, se canta, se comparten culinos de sidra y se escucha música hasta altas horas de la madrugada.
Todo estaba a favor. En la capital parraguesa, el sol radiaba con energía a los selleros que invadían las calles de la villa desde primera hora de la tarde. Para no desentonar entre tanto brillo, en cada esquina, se podían adquirir camisetas con los dos colores asturianos, el azul y el amarillo. Las vías se cortaron para que cada bar pudiera sacar su propia barra y sus dj's, mientras los balcones lucían engalanados con la bandera de la cruz de la Victoria, y los coches y remolques cargados de piraguas le daban el punto de gracia a la estampa.
Tras el izado de banderas y el hermanamiento de las aguas de los ríos Sella y Bidasoa todos volvieron frente al Ayuntamiento donde eran observados desde lo alto del centro de la plaza por el mismísimo Dionisio de la Huerta -eso sí, en fotografía-. Gaitas y bailes animaban a la multitud, entre la que se encontraba una mezcla de piragua y pez, nadie se asustó pues no era más que la mascota oficial que lucía con simpatía los colores de la bandera del Sella. Y allí estaba 'La Piragüina' un año más. «Vengo todos los años a esta fiesta, no puedo faltar», revela María Jesús Caneja, gijonesa de 86 años. «Acudo sola y me lo paso muy bien porque todos me conocen ya». Y es que 'La Piragüina' tan solo ha faltado, desde los cuatro años, dos veces a esta celebración, «cuando me casé y cuando se casó mi hija», cuenta. Y advierte que no volverá a ocurrir.
A medianoche, 700 velas brillaron por las aguas del río Sella en recuerdo a todos los selleros que tantas veces bajaron el río y aquellos otros que participaron en la fiesta. Este acto dio paso a una noche en la que no faltaron ni la alegría ni diversión y ni los excesos etílicos.
Entre los miles de brazos que escanciaban culinos de sidra no pasaron inadvertidos los fuertes dorsos bronceados y no tan morenos que delataban a algunos de los piragüistas en las barras de los bares, dejando -cómo no- a más de una embobada ante tal espectáculo. «Estaré un poco de marcha pero me iré en breve a dormir para poder competir mañana», anunciaba el piragüista de Miranda de Ebro Mariano Teixeira. Puede ser que ese «en breve» se convirtiera en unas cuántas horas más. Un poco más formal estaba Paul Robinson, que venía desde Sudáfrica para competir en la prueba, con su mujer Sarah Robinson. «Es mi primera vez aquí, pero ella ya ha participado otro año y creo que es impresionante todo esto», apuntó. Más adelante estaba Ángela Hevia, de Arriondas, con su chaleco, su montera y su collar de flores para continuar cada año con la tradición. «Siempre estoy aquí, nunca falto». Sin duda toda una «reina de las fiestas», así la llaman sus amigos.
Grupos de amigos, para continuar con la celebración, caminaban hacia la zona de acampada y cargaban grandes bolsas en las que las botellas de agua no eran las protagonistas. La diversión también se transformó en batallas con pistolas de agua cargadas de calimocho hasta los topes, los amigos se convertían en enemigos que disparaban a diestro y siniestro llenando el lugar y a más de uno de carcajadas y de vino.
Al otro lado del río, a unos 20 kilómetros, miles de selleros invadieron las calles de Ribadesella. No cabía ni una montera más. «Nuestro hotel está completo todo el fin de semana y ocurre lo mismo con todos los de la zona. Es una locura», aseguró la recepcionista del hotel Marina, Sultan Erden. Locura también la guerra de decibelios que había en la localidad riosellana. Todos los establecimientos sacaron grandes altavoces que resonaron hasta altas horas de la madrugada. Daba igual que la música se entremezclase, lo importante era estar con los amigos y pasarlo bien.
Unos cuantos bailaban la Macarena en la plaza Reina María Cristina. Los más atrevidos vestían faldas y enseñaban pierna a algunas de las mozas que pasaban por allí. Más adelante, se encontraba el concejal de Festejos de la localidad que marcaba el ritmo a sus amigos con sus playeros de luces fluorescentes. «La fiesta sigue igual que siempre, hay mucha gente y es lo mejor», expresó Pablo García.
En la plaza Nueva, la orquesta Principado Siglo XXI hizo que, entre cubatas y sidra, cientos de personas moviesen el esqueleto hasta el gran momento final, que era un nuevo principio, cuando sonó la famosa 'Asturias' de Víctor Manuel. Millones de puños gritaron y otros aprovecharon para dedicarse muestras de cariño, como la joven pareja de asturianos Favila Roces y Paula Sánchez. «Estamos viviendo fuera de la región pero hemos hecho lo imposible para poder venir este año a esta gran fiesta».
El que tiene suerte de venir todos los años es el bilbaíno Íñigo de la Calle que tiene una casa por la zona y en esta ocasión tuvo la oportunidad de estar acompañado de un grupo de amigos de Bilbao. «No falto nunca. Quiero enseñarles a mis amigos lo bien que se lo pasa uno estos días aquí», dijo entre risas con una copa en la mano.
No pasaron inadvertidos los bailes de Félix Martínez, quien lleva moviendo la cintura e impresionando a todos desde hace más de 40 años. «Esta celebración es una Asturias reducida, aquí la gente no se siente extranjera, el pueblo acoge a todo el mundo con alegría». La frase la firma él, pero la comparten todos.
El ruido de la fiesta se escuchaba también al otro lado del puente. Los miles de jóvenes que acampaban junto al polideportivo apuraban los tragos del 'botellón' antes de ir al centro de la villa para continuar la juerga en la plaza del Mercado del Ganado. Y así terminó la noche. En Asturias, un año más, todos siguen la misma corriente: la del Sella.
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