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ANTONIO CORBILLÓN
Domingo, 28 de febrero 2016, 02:27
Los psiquiatras lo llaman 'mecanismo de negación'. Es la fase de rechazo de la realidad: la persona se niega a creer lo que está viviendo y por eso no acaba de aceptarlo. Hasta que esa verdad se impone. «No es una patología, sino una estrategia mental para sobrellevar la situación», explica Jacoba Hernáiz, la psicóloga del juzgado que examinó a Raquel Gago Rodríguez antes de que la policía local leonesa, de 41 años, fuera también condenada por un jurado popular por el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, el 12 de mayo de 2014.
Raquel aplicó ese 'mecanismo de negación' durante 30 horas. Las que pasaron desde que su amiga Triana Martínez escondió en su coche el revólver que había empuñado su madre para tirotear a la también presidenta del PP de León, hasta que hizo saber a los investigadores que el arma había aparecido en su Volskwagen Golf, debajo del asiento del copiloto. «Más que no querer ver la realidad, Raquel intentó retrasarla, pero de forma consciente», continúa la experta.
Esa pasividad de poco más de un día le va a costar bastantes años de cárcel. Un jurado popular condenó a Raquel a la misma pena que a Montserrat González -la madre que apretó hasta cuatro veces el gatillo y mujer del comisario de la Policía Nacional Pablo Antonio Martínez, hoy destinado en Gijón- y a Triana: asesinato. El fiscal pide 15 años de reclusión y el juez tiene ahora que fijar el castigo. Pero hay una pregunta que no dejan de hacerse todos los leoneses y lanzó ese fiscal:
¿Cómo pudo hacerle esa faena una amiga?
No lo sé... La verdad es... Yo no tengo vida desde que ha sucedido esto... Lo que ella (Triana) haya pensado es su conciencia.
Dicen quienes estaban en la sala que habló «sin odio ni rencor». Durante las cuatro semanas de vista oral, Raquel y Triana ni se miraron. Veinte años de amistad arruinados por colaborar en el plan urdido por la madre y por la hija para acabar con la todopoderosa Isabel Carrasco, que había convertido en un infierno la vida laboral de Triana.
«Entré como testigo y salí como imputada... ¡Soy inocente!», rompió a llorar la inconsolable Gago. Pero las lágrimas no ablandaron a quienes tenían en sus manos su destino. Solo uno de los nueve miembros del jurado creyó que su único error fue estar en el lugar más inoportuno y en el momento menos indicado.
Sin carácter
Quien sí la ha absuelto es otro jurado popular: el de la ciudadanía. En pocos días, 6.000 personas han reclamado en las redes sociales, en firmas en bares y restaurantes, que siga en libertad gracias a una campaña orquestada por su hermano, que reside en Oviedo, hasta que se resuelvan los recursos que se presentarán al fallo.
La Audiencia de León la dejó en la calle el viernes previa fianza de 30.000 euros. Los jueces no descartan el «riesgo de fuga», pero admiten su «arraigo familiar y social». Y creen que en casa podrá llevar mejor el tratamiento psiquiátrico que inició tras salir en libertad provisional en enero de 2015.
Todo en la vida de Raquel parece situar su voluntad en un segundo plano. Hija mayor de una familia de comerciantes de Vegas del Condado, a 30 kilómetros de León, es la primogénita «responsable, hogareña y discreta», según su entorno.
Estudió Magisterio, pero sacó unas oposiciones de policía local en 1997 para garantizarse un trabajo estable. Esto explica los testimonios de sus compañeros de la Comisaría leonesa.
Uno declaró que «siempre se quedaba detrás» cuando había que mediar en un incidente. Otro admitió que «era imposible» que tuviera que ver con un hecho así. El único expediente en 17 años de servicio lo promovió ella misma para reclamar el pago de sus horas extra. Una aversión al uniforme que le llevó a presentarse sin éxito a una plaza de profesora de Educación Física en 2007.
Para encontrar el origen de su amistad con esta familia hay que viajar dos décadas en el tiempo hasta Carrizo de la Ribera, el pueblo donde Triana, su madre y su marido, el comisario Pablo Antonio Martínez pasaban los veranos.
Con 20 años, la universitaria Raquel trabajó como socorrista de la piscina de verano. Es fácil imaginar su influencia en la sobreprotegida Triana, entonces una adolescente.
Tuvieron que pasar otros diez años hasta que se hicieran inseparables. En el juicio quedó claro que hablaban por teléfono varias veces al día.
Raquel vivía por su cuenta desde hace doce años cerca del domicilio familiar, donde comía a diario. Sus vecinos del barrio de Eras de Renueva apenas ponen cara a esta mujer aficionada a correr y a la que «solo visitaban chicas». Una forma de vida que dio paso a comentarios maliciosos sobre la naturaleza de su amistad con Triana y que Gago zanjó en el juicio.
Desde el banquillo, la policía relató su relación desde hace 16 años con Fernando, un comerciante con tiendas en León y Ponferrada, casado y con hijos y hasta nietos.
Tras el crimen y la implicación de Raquel, este hombre confesó todo a su familia. Mientras un juzgado tramita su divorcio, declaró en el juicio. «Estábamos enamorados», aseguró. De hecho, no dejó de visitarla en los 258 días que Gago estuvo en la cárcel de Mansilla de las Mulas. Su letrado, Fermín Guerrero, con querencia al melodrama, no para de insistir en que «ojalá todas las personas que conozco tuvieran la bondad de Raquel y a Dios pongo por testigo».
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