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ester requena
Sábado, 5 de diciembre 2015, 00:33
Hace días que Anne Igartiburu (Elorrio, Vizcaya, 1969) anda desaparecida del mapa tras conocerse que vuelve a lucir la alianza de casada. Ni siquiera la han visto por el Albaicín, donde se encuentra su nidito de amor en un bonito carmen -la típica casita del viejo barrio granadino- con vistas a la Alhambra y huerto propio de tomates y limoneros. La semana pasada la presentadora se paseaba en deportivas por la ciudad andaluza de la mano de su novio, el director de orquesta Pablo Heras-Casado (Granada, 1977), como cualquier otro fin de semana. Incluso ensayaba entre risas unas improvisadas campanadas en la abadía del Sacromonte... aunque sin uvas ni cámaras de por medio. Sí hubo un beso de película con la sierra ya nevada de fondo. Disfrutaban de su último fin de semana de solteros. El martes se cruzaban España de sur a norte para casarse en el pueblo natal de la vasca, con apenas un par de testigos. Fue un enlace civil y por sorpresa, muy al estilo de Cristina Pedroche, una de sus rivales en las próximas campanadas.
Anne esta vez no ha subido los 231 zigzagueantes escalones de la ermita vizcaína de San Juan de Gaztelugatxe, donde le dio el sí, quiero en 2004 al bailarín Igor Yebra. El sacrificio de llegar al altar con tacones y vestido entallado le valió de poco. Solo dos años después firmaban el divorcio de mutuo acuerdo. Luego se sumarían a su curriculum sentimental los empresarios Álvaro Fuster y Daniel Alcázar, el tenista Feliciano López o el torero Israel Lancho. Pero la pasión musical de Igartiburu, que toca el piano y la flauta travesera, le llevó en 2012 a entrevistar para el programa + Gente a Pablo Heras-Casado, uno de los directores de orquesta españoles con más proyección internacional e íntimo de Daniel Barenboim. La chispa saltó de inmediato pese a su diferencia de edad: ella le lleva ocho años. De nuevo un artista volvía a robarle el corazón. Todo un «maestro», como ella le llama.
Comenzaban poco después una discreta relación lejos de los focos hasta que los paparazzi los pillaron en un romántico viaje a Marsella el año pasado con Noa, la hija adoptiva mayor de Anne, una quinceañera de origen indio (la familia se completa con la vietnamita Carmen, de cuatro años). Públicamente la pareja no se ha prodigado mucho. En una reciente entrevista ella respondió: «Es muy importante amar y sentirse amado, y en ese sentido también tengo suerte. Estoy muy a gusto con Pablo. Estoy feliz y orgullosísima de lo que tengo en casa». Más activos andan en las redes sociales, donde se han inventado un hastag con el que compartir sus momentos: #zurekinnago (estoy contigo). Algo no tan fácil viendo sus agendas.
Su relación lleva muchos kilómetros recorridos en estos casi tres años debido a los compromisos del granadino por medio mundo. Él incluso cuenta con un piso en Nueva York (en la Setenta con Broadway, a unos minutos del Metropolitan Opera House) y otro en Madrid, tras pasar largas temporadas en Francia y Austria. Por eso a pocos les extraña verlos de repente navegando en velero por San Francisco, paseando por la Provenza, haciéndose selfis o corriendo por Central Park. Pero, sobre todo, les gusta escaparse a Granada en cuanto rascan un par de días libres. El golden boy de las batutas mundiales le ha inculcado a su ya mujer el amor por una tierra que justo la semana pasada lo nombraba hijo predilecto. Aunque a la ceremonia no pudo asistir Igartiburu, centrada en los rodajes navideños para poder tomarse unos días y disfrutar de su luna de miel antes de regresar para dar las campanas por undécimo año consecutivo en La 1.
Running y pasteles
De su viaje de novios poco ha trascendido. En esta ocasión no han optado por la magia de la Alpujarra, hacia donde la presentadora puso rumbo el año pasado tras tomarse las uvas con todos los españoles. Allí les esperaban sus hijas y Pablo. Tampoco harán parada en el Mulhacén, la cumbre más alta de la península que una vez al año escala el músico como tradición. Aun así, la familia del director de orquesta espera a la nuera en breve. Sus vecinos se han habituado a verlos en bicicleta o corriendo por los bosques de la Alhambra. También regalándose con sus hijas un goloso capricho en Casa Pasteles, una castiza repostería en Plaza Larga, el corazón del Albaicín.
Desde que hace dos años Heras-Casado le presentase oficialmente a sus padres y le descubriese el embrujo de Graná, Igartiburu se ha dedicado a documentar sus paseos por las callejuelas granadinas a través delos murales y frases curiosas que se ha ido encontrando. Sin olvidar las paradas técnicas para tapear en el bar Kiki, a unos metros del Mirador de San Nicolás (cuyas vistas enamoran a granadinos y viajeros de todo el mundo, algunos tan conocidos como Bill Clinton), junto a la cuadrilla de amigos de toda la vida de su chico. Seguro que alguno le habrá sacado en broma el paralelismo con Ocho apellidos vascos. Tampoco han faltado las cañas solo para dos en la peña flamenca La Platería con unas vistas a la Alhambra que quitan la respiración, o un plato de arroz negro en el restaurante Trillo, ubicado también en el barrio árabe granadino. Otras veces han ido directos desde Madrid con sus maletas y todo a la barra de Casa Torcuato, que se encuentra muy cerquita del carmen que rehabilitó Pablo y donde vive desde hace unos años. Allí comienzan sus fines de semana.
De familia humilde
Perfeccionista, resuelto, familiar, atento, cariñoso y practicante de la siesta siempre que puede, a Pablo Heras-Casado le pirran las judías con chorizo de su madre, Carmen. Aunque Anne se decanta más por el remojón granadino (una especie de ensalada de naranja y bacalao) de su suegra. De orígenes humildes, a los padres de Pablo (ella, ama de casa y él, policía nacional ya jubilado) les sonó raro que su hijo les pidiese de niño un piano para practicar en casa. Pero se lo compraron. Eso sí, «a muchísimos» plazos con tal de que el pequeño continuase con ese oído musical que con solo 8 años despuntaba en el coro del colegio. Pablo no pasó por un alumno de matrículas. Andaba más centrado en sus grupos musicales que en la carrera de Historia del Arte. La dirección de orquesta llegó poco después. Y al fin el niño prodigio se convirtió en «un hombre del Renacimiento y de muchas eras más», como lo definió The New York Times después de que la revista Musical America, la más prestigiosa de Estados Unidos en música clásica, lo convirtiera en «el director del año 2014».
A día de hoy, pese a su juventud, su agenda está cerrada para los próximos tres años con citas con las mejores orquestas del mundo. Figura como director principal invitado del Teatro Real de Madrid hasta 2018. En este contrato muchos vieron la consolidación de su relación con la presentadora vasca. Así podrían fijar su residencia habitual en Madrid y pasar más tiempo juntos... incluso en el teatro, porque Igartiburu ha sido abonada fija a la ópera del Real.
De la mano de su marido, del que la crítica destaca que su repertorio abarque cinco siglos de historia, ha descubierto nuevos estilos en la música clásica contemporánea. Y a ella le gusta variar de compositores mientras prepara una paella, aunque en su casa lo que va a sonar ahora, y mucho, son los villancicos. A los Heras-Casado les encanta celebrar la Nochebuena en familia en Granada cantando y bailando hasta la madrugada. Sin embargo, Igartiburu es más de esperar al Olentzero (el Papa Noel vasco) en Elorrio junto a su aita, su hermano Urko y sus dos hermanastros pequeños. Pero este año alguno tendrá que cambiar sus planes porque ya no vale el Tú al norte y yo al sur. Ya ejercen como marido y mujer.
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