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La pareja no se soltó de la mano. Ella lleva un vestido que requirió 150 horas de trabajo.
Tortolitos en Manhattan

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Isabel Preysler estrena a Vargas Llosa en sociedad. La pareja fue la sensación de la fiesta de inauguración de la nueva sede de Porcelanosa en Nueva York

MERCEDES GALLEGO

Viernes, 11 de septiembre 2015, 00:13

Fue como una boda, la cuarta en el caso de Isabel Preysler, sólo que patrocinada por Porcelanosa, la empresa que sirvió de excusa para la presentación en sociedad de la pareja del momento. Los invitados se acercaban a felicitarles y destacaban lo guapa que lucía la novia y lo bien que se veía el novio, a un tris de cumplir los 80. «Será la felicidad», atajó sonriente Mario Vargas Llosa.

Ya no había nada que ocultar. La pareja de tórtolos apareció con las manos entrelazadas para lucir su amor sin reparos. Fue ella quien le agarró con fuerza la mano para salir del coche al llegar al emblemático edificio que inauguraba la firma a la que lleva representando desde hace 30 años. La alfombra roja es su territorio. Preysler, de profesión socialité, ha sabido manejar como nadie su imagen discreta pero muy pública con exclusivas a la revista Hola, mientras que el escritor peruano, que ha criticado frecuentemente la frivolidad de nuestro tiempo, se sabía como pez fuera del agua ante la contradicción de zambullirse de lleno en lo que ha atacado sin reparos hasta en su último libro, que paradójicamente regalaba Porcelanosa a los invitados, junto con una réplica en chocolate del emblemático edificio que ha adquirido en Nueva York.

Hace sólo dos semanas el escritor se había enfrentado a The New York Times por hacerse eco de una información del Daily Mail que le atribuía haber anunciado su relación por Twitter y haber vendido la exclusiva a Hola. Palabras estas que el peruano calificó de «pérfidas» y «difamatorias», humillando públicamente a un periódico que creía «más respetable», dijo hiriente. Como las relaciones con Hola las lleva su nueva pareja y las cuentas a su nombre en Twitter no las ha creado él, el rotativo, que efectivamente lleva a gala su ética, tuvo que retractarse y pedir disculpas.

Pero a Vargas Llosa no se le podía pasar la ironía de encontrarse al final de su vida rodeado de paparazis, convertido en protagonista de exclusivas a revistas del corazón y sirviendo de instrumento publicitario para una marca, por mucho que en su discurso intentara introducir el problema migratorio y hablar de la brillantez de los empresarios españoles de los años 60 y 70, que ahora ponen su marca en la Quinta Avenida. Sólo el amor en los tiempos del cólera podía justificar tal contradicción, aunque García Márquez ya no esté aquí para contarlo. Por eso al final de la noche era él quien agarraba con fuerza la mano de su pareja. Desde luego, la filipina deslumbraba, no sólo por su cuerpo de adolescente y su porte real, sino por el derroche de cristales de Swarovski con aplicaciones de guipur que cubrían el diseño plateado con encajes negros creado por Alfredo Villalba.

La ex mujer de Julio Iglesias, el Marqués de Griñón y Boyer se sabía la estrella, a pesar de estar rodeada por otros que han volado mucho más alto, como Richard Gere o Sara Jessica Parker, fichadas para dar glamour hollywoodense a la ocasión. También se pasó por allí Chelsea Clinton y miembros de la farándula española como los toreros Cayetano Rivera y Finito de Córdoba, el viudo de la Duquesa de Alba, Alfonso Díez, la modelo Nieves Álvarez o el exministro José Bono.

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