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Luis Antonio Alías
Jueves, 2 de julio 2015, 00:43
La conversación, por previsible, no es menos cierta. El madrileño recién llegado en busca de nuestra hospitalidad, vida, gastronomía y fresco (¡sobre todo fresco, esa suerte de la que nos solemos lamentar!) hace la pregunta: «¿Dónde puedo comer bien, con sello de autor y a precio módico?». Las respuestas posibles, uno de los muchos lujos y orgullos locales, llenan listas, pero hoy toca decir: «En el Café Gijón».
«Ya» contesta el veraneante «pero eso está en Madrid y de precio módico poco». La objeción viene dada: «En Madrid está el Café Gijón de Madrid, y en Gijón está el Café Gijón de Gijón, y el de aquí, aunque aún le falte para llegar a centenario, ya posee su propia tradición artística, literaria y, ahora mismo, gastronómica. Y de altos vuelos. Tan de la estratosfera que la dirige todo un poseedor de la Caldereta de don Calixto desde el 2006: Álex Sampedro. Imposible mejor garantía».
El sonriente y bonachón Álex se dio a conocer mientras colocaba La Casa de la Ribera, en San Esteban de Pravia, a la cabeza creativa del Occidente; luego asombró cuando hizo de Los Tres Caracoles un primerizo y adelantado ensamble de posibilidades para todos los públicos y momentos alternativa culinaria hoy extendida por mor de crisis y renovación y continuó dándole nombre y comensales a La Capilla de La Llorea y al Doble Q de Quintueles (¡ah el bocata de morcilla que ganó el pinchu 2013). Finalmente, más urbanita que pastoril, aceptó la invitación de su amigo Gelu para convertir el Café Gijón que hoy nos ocupa y que ocupamos dos o tres generaciones de paisanos antes de las canas pues algo político, cultural o romántico celebramos allí alguna vez en escuela de guisos y vanguardia de sabores.
«Mi doctrina son los productos frescos, el mejor aceite de oliva, los sabores primarios, los sazonados leves, las sensaciones desenmascaradas; en definitiva, que el integrante principal sepa a sí mismo y los demás potencien tal protagonismo».
Y éste cocinero forjado en la Escuela de Hostelería de Madrid, y ejercitado al lado de Paco Ron, cada día elabora y cambia nuevas aportaciones y logros sensualmente visuales, olfativos y gustativos, ahora crujientes, ahora tiernos, ahora asturianos, ahora chifas, ahora italianos, ahora mestizos, ahora agradablemente ácidos o dulces, ahora elementales y desnudos: empanada de cebiche, ensalada caprese de burrata, arroz con verduras y langostinos en salsa verde, canelones con pitu, bocadillo de costillas thay y hierbas aromáticas, chocolates y manzanas que incluso mejoran el índice glucémico
Por entorno y fondo el alargado cafetón que cruza de Rodríguez Sampedro a Marqués de San Esteban, heterogéneo y cálido;en cada tramo mesas y sillas dispares, por ajuar platos de diseño y de duralex.
Lo abrieron en 1981 Boni e Ignacio, contó con premio literario de un millón de pesetas (el premio Café Gijón que luego el propio Ayuntamiento cedió al tocayo madrileño) y vivió momentos de crisis y cambios hasta que Gelu y Begoña, provenientes de otro café tan inolvidable y tan generacional como El Triskel, lo cogieron, reorganizaron y consolidaron. Quién lleve tiempo sin pasar por el Café y tenga nostalgias de aquellos maravillosos años del Tecnopericote, de Gwendal, de Jethro Tull, de las luchas de Ike y del Naval, de la aparición de una playa donde sólo había cemento y limo, y de tantas otras cosas, cambie el son: el Gijón prefiere mirar hacia adelante y apuesta por el presente. El Café Gijón, de la mano de Álex Sampedro, ha vuelto a primera.
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