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José Ángel, el heredero, entre Jesús y María del Carmen, padres y maestros.
Casa Segundo

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Primero cocinaron bajo un hórreo y después en una ampliación de su propio llagar. Por eso sus platos, si se ponen en círculo, bailan la Danza Prima

Luis Antonio Alías

Jueves, 26 de marzo 2015, 00:55

Ocupa un rincón solitario en el dédalo de carreterinas campestres entre el Botánico y Deva. Se anuncia al llegar, pero si preguntamos a cualquier caminante de inmediato nos guiará, que por resultar tan conocido dijérase prefiere ausentarse de los numerosos indicadores que recuerdan cómo La Guía, Somió, Deva, Santurio y ésta, Cabueñes, cumplen siglos, y el plural no es ninguna exageración, dando escape, aire fresco, práos, carbayeras, llagares y merenderos a los gijoneses urbanitas.

Y Casa Segundo comenzó dando llagar, el ininterrumpido más antiguo del concejo (la primera factura conservada data de 1903)y terminó dando merendero.

Merendero, cocina una cocina de carbón en negro y dorado con sus dos fogones vivos como entrañas de volcán y comedor sencillo, amplio, techado de madera y festivo, animado, alegre y generalmente lleno: mejor reservar que esperar.

Claro que cuando el tiempo lo posibilite, el merendero ampliará aforos con sus mesinas de banco corrido, entre un sauce protector de solaneras y pomaradas responsables de la sidra Segundo, puntín dulce, puntín ácida, de las que placenteramente chascan y respingan.

No hay menús, hay raciones. Y qué raciones. Dos para cinco alcanzan, dos para cuatro fartucan, y el precio total, incluidos cafetín y copa, sale por lo mismo. O por menos si valoramos las señas de identidad aportadas por Jesús, un paisanu atento, simpático, desenvuelto y cuyos consejos a la hora de plantearle el homenaje que seguidamente nos daremos merecen el máximo crédito, y de Mari Carmen, esposa y cocinera capaz de convertir los platos asturianos que guisa en arquetipos, sea la fabada, sean los callos, sea el cordero guisado, sea el vacuno guisado o asado, sean los chipirones afogáos, sea el bacalao de la casa, sea la merluza a la cazuela.

Y en verano bonito, por supuesto. Además, para probar nuevamente lo que, familiar, básico y delicioso ya apenas preparamos en casa, podemos elegir una jugosa tortilla de patatas, un salsero hígado al ajillo o los inmortales y viciosos huevos con chorizo y patatas, una de las esenciales raíces gastronómicas patrias al menos desde que el tubérculo boliviano desterró migas, nabos y torreznos. Y de postre arroz con leche requemadín.

Llegados a este punto subrayemos que Luis Argüelles, el inolvidable etnógrafo y recopilador de coses vieyes que hasta su muerte fue parte muy destacada de este diario, al que también se debe lo mayor y mejor del Pueblu dAsturies, y que sufrió el desagradecimiento con el que suele la administración castigar a los capaces, tiene su responsabilidad e influencia en Casa Segundo.

«Empecé con mi padre Segundo y mi madre Esther dirigiendo un restaurante tradicional bajo uno de los hórreos del Pueblu dAsturies; entonces la gente lo llenaba y lo disfrutaba, era un museo vivo y abierto, por eso, cuando tan injustamente retiraron de la dirección a don Luis Argüelles nos fuimos, igual que casi todos los artesanos allí instalados. Muchos de los clientes de aquellos años venían a por sidra y nos animaban a que siguiéramos cocinando y dando comidas, y al final ya llevamos treinta y dos años».

Basta la fabada, con goloso compangu de la matanza propia y unas fabas mimosas primero, apasionadas después, para concluir que los llevan bien llevados.

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