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Noelia A. Erausquin
Martes, 10 de junio 2014, 19:44
Para Javier Álvarez, Jesús González o Balbino Cano todos los lunes son al sol, o a la lluvia, a lo que la meteorología depare, porque llevan ya muchos meses parados, incluso años, y la perspectiva de encontrar un empleo cada vez les resulta más lejana y desesperante. Estar sin trabajo no solo les lleva a preocuparse por cómo llegar a fin de mes, sino por qué hacer con su vida, una vida que dio un vuelco por completo el día que les dieron la carta de despido. Como ellos, casi 100.000 personas en Asturias están en paro, según las últimas cifras del Servicio Público de Empleo del Principado, otras tantas historias a las que la caída del desempleo de mayo, un 2,38% en la región, les deja indiferentes y las declaraciones de que España está saliendo de la crisis les produce enfado.
LOS DATOS
Balbino Cano es uno de los llamados excedentes de Naval Gijón, 49 trabajadores a los que el Principado y Pymar les comprometieron su incorporación al astillero Juliana, pero de eso hace ya cinco años. Entre los más jóvenes hay algunos que han podido recolocarse en otras empresas, pero la mayoría de los mayores no ha vuelto a trabajar y ya ha agotado el subsidio de desempleo. Ahora solo les quedan los 426 euros que les paga el Estado por su situación y edad, 56 años para 57 en el caso de este curtido sindicalista de la Corriente Sindical de Izquierdas, una cantidad que no le da ni siquiera para mantener su cotización para el futuro. Cuando se fue al paro suscribió un convenio con la Seguridad Social y tiene que pagar 512 euros mensuales para tener una pensión digna cuando le toque, unos cuantos euros más de los que recibe. Vivimos de la indemnización que cobramos, aunque se está agotando, y del colchón familiar, pero hay compañeros en situaciones de verdadera urgencia, que no tienen para comer, que viven asfixiados, explica.
Su caso no es tan dramático en lo económico, ya que su mujer trabaja, pero sus rutinas han cambiado radicalmente y se considera expulsado, ya no solo del mercado laboral, sino de la vida. Con esta edad no te coge ni dios. He llevado curriculums en mano, los he echado por internet pero nadie nos quiere. Interesa gente joven, que no reclame seguridad y que cobre poco, asegura, con un añadido, un sindicalista tampoco es bienvenido en ninguna empresa. De este modo, se resigna incluso a postularse ya para algún puesto, prácticamente ha dejado de buscar. Esta situación te cambia por completo la vida, te arrincona, te expulsa de lo que tenías, destaca este oficial que ha dejado de salir con sus amigos, de comprar libros o de ir al cine. Ante las restricciones económicas, cambian todos los aspectos de la sociabilidad con el resto, aunque intento mantenerme activo, señala. Ahora su tiempo se reparte entre hacer algo de ejercicio, estar más tiempo en casa o dedicarse a las labores domésticas, como la cocina, porque ahora es él el que tiene más tiempo. Se ha convertido a la fuerza en una persona diferente, aunque sigue manteniendo su actitud de militancia y de reivindicación, como en la época en la que era miembro del comité de empresa de Naval Gijón, pero insiste en que en cinco años no han logrado nada. Nos hacen la pascua continuamente, asegura sobre el incumplimiento del compromiso de recolocación. Y mientras deja pasar el tiempo hasta el momento en el que pueda jubilarse.
El Instituto Nacional de Estadística alerta de que, en 2013, el 23% de los desempleados con experiencia laboral llevaba más de tres años sin encontrar trabajo y los sindicatos de que el 42 por ciento carece de prestación alguna, una situación alarmante si se tiene en cuenta que en España hay más de cuatro millones y medio de parados, como Javier, un caso similar al de Balbino. Tiene su misma edad y afirma que su día a día es dar vueltas. Durante 41 años se levantaba cada mañana para trabajar en la Fábrica de Armas de Oviedo, donde entró como aprendiz cuando solo era un adolescente, pero hace un año su nombre apareció en el listado final de despedidos, 55 en total, de los que solo tres han encontrado trabajo. Yo aún me pregunto, ¿por qué hubo esa lista? ¿por qué iba yo en ella?, aunque supongo que los compañeros pensarán lo mismo, dice con resignación y enfado, porque a sus 56 años se ve en la calle y sin demasiadas posibilidades de encontrar trabajo, él busca, pero apenas hay ofertas y su edad no facilita la contratación. Así que su jornada se basa en dar paseos por el barrio, donde casi siempre se cruza con las mismas personas. Pienso que estarán igual que yo, que aquí no trabaja ni dios, comenta y, aunque trata de olvidar su situación, le resulta imposible. ¿Dónde voy a ir yo?. Las preguntas sin respuesta resuenan en su cabeza y no le abandonan a cada paso que da. Terminará el paro con 57 años y no cree que nadie le contrate ya a esa edad y, por si esto fuera poco, explica que a partir de los 61 años ya no podrá tener ayuda familiar por los cambios legislativos del Gobierno popular. La reforma laboral, además de jodernos el trabajo, también el futuro y luego se preguntan por qué pasó lo que pasó en las elecciones europeas, señala, convirtiéndose sin proponérselo en analista político.
A Jesús González el paro se le termina en octubre. Con 41 años y una hija, este trabajador de las subcontratas de Hunosa ve el futuro negro, como el carbón que se dedicó a extraer durante años. La cosa está bastante complicada, en ningún sector hay trabajo, explica, porque él ya sabe también lo que es trabajar en la construcción o en la hostelería. Polivalencia no le falta, ni ganas, pero el mercado le dice otra cosa. Quizás la hostelería sea lo que más esperanza le despierta, al menos de cara al verano, pero aún así lleva casi dos años sin trabajar. Cuido de la niña, hago las labores de la casa, porque mi mujer trabaja a media jornada, y busco empleo, pero nada, comenta sobre su rutina. Y pese a todo, como Javier, cree que tiene más suerte que otros compañeros, que se fueron al paro con cuatro salarios sin pagar, a los que aún se les adeuda la liquidación o que no tuvieron derecho a la prestación por desempleo. Para algunos, la tabla de salvación fue la ayuda familiar y las cajas de resistencia de los pozos Candín y Sotón o la de los prejubilados. Con ellas ncluso se pagó algún recibo de la luz, pero no es suficiente, explica. Pese a todo quiere ser optimista, la esperanza nunca se pierde, hay que pelear por el futuro, afirma, con una edad que todavía le da confianza para reincorporarse al mercado laboral. Hasta entonces, continuará con sus compañeros aguantando en la lucha hasta que se reconozca su condición de excedentes mineros de Hunosa.
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