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Viernes, 25 de septiembre 2015, 05:07
El cielo se puede alcanzar poniéndose de pie sobre un Fórmula 1. Fernando Alonso lo hizo por primera vez el 25 de septiembre de 2005. Retiró el volante, se subió sobre su monoplaza, se sacó el casco, apartó el pelo de su cara y se secó el sudor antes de erguirse y gritar con rabia. "¡Tomaaaa!". Lo había conseguido. Era campeón del mundo. Los McLaren habían cruzado antes la línea de meta, pero eso nada le importaba aquel día. El piloto asturiano de 24 años, que durante esa temporada había pulverizado con su Renault casi todos los récords de precocidad del automovilismo, fue el tercero en pasar bajo la bandera a cuadros. Suficiente. Él era el verdadero ganador en el circuito de Interlagos aquel día. Aún le habían sobrado dos carreras del campeonato. Había estado a punto de conseguir el título en el anterior gran premio, en Bélgica, pero la victoria de Kimi Raikkonen había retrasado una celebración para la que ya había acumulado méritos de sobra. En Brasil, Alonso completó una temporada de ensueño en la que se proclamó campeón del mundo de Fórmula 1 con siete victorias. El más joven de la historia. Había llegado un héroe para suceder a un mito, Michael Schumacher, que había acaparado los cinco títulos anteriores con Ferrari.
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Fernando Alonso gritó con tanta fuerza aquel día que su gesto quedó para siempre en la memoria de los aficionados e impreso en camisetas, pósters y banderas que le acompañarían desde entonces por todos los circuitos del mundo. Era el rugido del joven que había tenido que ganarse un volante peleando desde niño en los circuitos de todo el mundo. Primero, con su padre, en competiciones de karts a las que ambos acudían sin más recursos que los propios. Y después, subiendo de una categoría a otra, victoria a victoria, hasta conseguir un volante en la Fórmula 1, la élite a la que solo unos pocos elegidos podían llegar y un sueño para un chaval de Oviedo sin más padrino que su talento. Pero su calidad se hizo notar incluso al volante de un limitado Minardi. Y Flavio Briatore, el dandi italiano reconocido en el circuito por su buen ojo para los prodigios, puso en sus manos un prometedor Renault. Aunque para quedarse entre los elegidos, Fernando Alonso sabía que aún tenía mucho que demostrar. No se conformó con eso. Asombró al mundo y puso al circo de la Fórmula 1 a la velocidad que quiso. Ni siquiera sus incondicionales, quienes le habían seguido desde sus comienzos y confiaban plenamente en sus prodigiosas manos y su feroz deseo de ganar esperaban tanto tan pronto.
El año de su primer título comenzó con un podio en Australia. Luego llegaron tres triunfos consecutivos, Malasia, Bahrein y San Marino, ésta última tras un épico pulso con Schumacher. Cuando todo parecía favorecerle, McLaren afinó su monoplaza y el finlandés Kimi Raikkonen ganó en España y Mónaco. Alonso tenía aún ventaja, pero no se limitó a administrar los puntos. El asturiano arriesgó, desafió el poderío de los Mclaren-Mercedes y presionó a su rival, que terminó por romper el coche en la última vuelta a Nürburgring. El único fallo de Alonso durante toda la temporada se produjo en el Gran Premio de Canadá, cuando rozó muro a la salida de una curva, rompió la suspensión y tuvo que dejar la pista cuando lideraba la prueba. Fernando Alonso no se permitió que aquel revés hiciera le hiciera mella. En Francia y en Alemania volvió a ganar. El segundo puesto de Bélgica y el podio de Brasil fueron suficientes para añadir su nombre a la selecta lista de campeones de la Fórmula 1.
Un nuevo mito del deporte español
Con su primer campeonato, Fernando Alonso cambió la percepción de la Fórmula 1 en España. La pasión se desató. Decenas de miles de personas celebraron junto a él su victoria en Oviedo. El automovilismo se convirtió en el deporte de moda en un país en el que las alegrías del motor se habían limitado las dos ruedas y los rallys. Había nacido un nuevo mito del deporte español. 'Magic Alonso', 'El extraterrestre'... Todos apelativos parecían quedarse pequeños para quien había alcanzado la cima en el deporte rey de los circuitos. En su tierra, Alonso se convirtió en un icono antes de cumplir los 25 años. El Premio Príncipe de Asturias reconoció la gesta de quien había llegado donde el deporte español ni siquiera se atrevía a soñar.
Pero a su carrera aún le quedaban muchos años por delante. Aún le quedaba otra temporada con Renuault. Al año siguiente, Alonso logró su segundo título. Con él bajo el brazo, dejó el equipo de su amigo Briatore, que pese a sus triunfos no parecía tener claro su futuro, para recalar en McLaren en 2007. En su estreno con la escudería británica estuvo a punto de lograr su tercer campeonato. Pero los ingleses apostaban por Lewis Hamilton, a quien Ron Dennis, el jefe de la escudería, apadrinaba. El mal ambiente en el equipo terminó por dejar a ambos sin el campeonato, que fue a parar a manos de Raikkonen.
Decepcionado, Alonso regresó a Renault, donde estuvo las dos siguientes temporadas, 2008 y 2009, en las que fue quinto y noveno lastrado por las limitaciones. Pero el asturiano ansiaba su tercer título. Y confiaba en lograrlo con la escudería a la que todo piloto soñaba con pertenecer, la mítica Ferrari. Su deseo se hizo realidad en 2010. Los italianos confiaban en él para volver a dominar el campeonato y Alonso esperaba en que la legendaria y glamurosa Scuderia, la más poderosa del circuito, le ofreciera un coche a su altura. Pero no fue así en los cinco años en los que sentó al volante de los bólidos rojos. Su saldo fue de tres subcampeonatos (2010, 2012 y 2013), un cuarto puesto (2011) y un sexto (2014), insuficientes para la ambición del asturiano. Eso sí, su capacidad para hacer mejor a su coche le abrió para siempre un hueco en el corazón de los tifosi, que lloraron su marcha. Pero la promesa de McLaren de que sus motores Honda le llevarían a un tercer título hizo que el bicampeón regresara a Woking en 2015. En realidad, el coche se encontraba aún en plena evolución, a siglos luz de lo que Alonso esperaba. Su temporada discurre este año de forma frustrante para los aficionados españoles, luchando por terminar carreras o sumar algún punto en el mejor de los casos. Para los seguidores del asturiano las carreras se suceden como pesadillas. Aunque a sus 34 años, Alonso mantiene intactas sus cualidades como piloto. Su capacidad para sacar lo mejor de cada coche, de mejorar en cada vuelta y luchar al límite de sus posibilades están fuera de toda duda en la parrilla. Incluso sus rivales más encarnizados de los últimos años, como Lewis Hamilton, reconocen que Fernando Alonso siempre tendrá un espacio reservado entre los mejores. Pero él nunca ha querido estar sobre el asfalto para pasear su pasado glorioso. Quiere competir. Y si no ganar, disfrutar como lo ha hecho siempre al volante. Ya lo ha dejado caer. Me encantan los deportes de motor, todas las categorías, y es cierto que la F1 no es exactamente lo mismo, o tan emocionante como era en el pasado. Al menos para mí, pilotando un monoplaza que solo es dos o tres segundos más rápido que un coche de GP2, decía recientemente. Él será quien decida su futuro, arropado como siempre en su familia y su círculo más íntimo. Decidir lo que quiere hacer en los próximos años sin escuchar más que a quien quiera es un derecho que se ha ganado a pulso con dos títulos mundiales. Y desde su segundo título ha seguido engordando un palmarés de podios del que pocos pueden presumir. Sin embargo, Flavio Briatore, su mentor, suele decir que para los campeones como Alonso "un segundo puesto solo es ser el primero de los perdedores". Y al fin y al cabo, hace ya diez años que demostró ser un ganador.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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