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Y Wilfred no pudo despedirse

Y Wilfred no pudo despedirse

El emblemático exportero del Rayo fallece de un cáncer sin ver a sus hijos, su último deseo

Daniel Vidal

Miércoles, 28 de enero 2015, 04:06

Entre partidas de dominó y carajillos de Veterano sobreviven hoy en día, en un puñado de bares de Vallecas, futbolines de madera y acero con los jugadores pintados con el color blanco y la franja roja del equipo del barrio, el Rayo. En algunos de esos futbolines, la piel del portero es negra desde hace más de 20 años, cuando Wilfred Agbonabvare (Lagos, Nigeria, 1965) se convirtió en el ídolo de la grada de Vallecas y su cromo era uno de los más buscados. Willy como le conocían todos, se retiró a los 31 años, tras seis temporadas en el Rayo, tres de ellas en Primera División, y otra más en el Écija, además de una participación en un Mundial, el de Estados Unidos de 1994. Pero no vivió de las rentas y rodeado de lujos. Nada de comentar partidos en la radio o hacerse promotor inmobiliario con los réditos del balompié.

El mundo no volvió a saber del portero hasta el año pasado, cuando un programa de televisión grabó al director general de MRW infiltrándose entre los trabajadores de su empresa de paquetería para conocer de cerca el funcionamiento de su negocio. Y allí, ante millones de telespectadores, apareció Willy. Operario y exfutbolista, rezaba el rótulo. «Soy famoso, ¿y qué? Antes no había tanto dinero. Ahora en dos temporadas ya eres rico», espetaba, con media sonrisa, ante un ejecutivo disfrazado y boquiabierto, que acabó pidiéndole un autógrafo. «Tienes que saber cómo es la vida, que es muy dura», le recomendaba el empleado al directivo. La de Wilfred se transformó en un verdadero calvario poco después de colgar las botas. Un tortuoso camino que terminó de la peor manera posible en la madrugada de ayer, cuando falleció víctima de un cáncer fulminante, a la edad de 48 años. En la ruina. Y sin su familia cerca. Ni siquiera pudo despedirse de sus tres hijos, que estudian en Nigeria y a los que no veía desde hace diez años. Era su último deseo, pero no pudo hacerse realidad. El Rayo intentó traerlos, pero los trámites de los pasaportes se han llevado unas horas que han resultado vitales. MRW, su empresa, también hizo lo posible hace unos meses. «Le regalamos un viaje a Nigeria, pero justo después del programa su enfermedad se manifestó de manera importante, y él mismo aplazó cualquier decisión», se lamentaba ayer una portavoz de la firma. Willy, un tipo afable y abrazable, de permanente sonrisa a pesar de las dificultades, era «un chiquito», como le definió Carmen, la mujer de 85 años a la que desahuciaron a finales del año pasado y a la que el Rayo prestó su ayuda con una recaudación de 20.000 euros. Carmen, hace solo unos días, decidió donar la mitad de ese dinero al exguardameta. «He rezado por él», admitió. Ni los euros ni los rezos han sido suficientes para sacar a Willy del hospital.

De chulapo y en portada

El exportero del Rayo se fundió sus pocos ahorros pagando los tratamientos médicos contra otro cáncer, el que acabó matando a su mujer. Después de aquello, y sin una peseta en el bolsillo, tuvo que quitarse los anillos y ponerse a currar de lo que saliera. Lo ha hecho, hasta partirse el lomo, como repartidor y como mozo de carga del turno de noche del aeropuerto de Barajas, entre otros oficios modestos que nada tienen que ver con los destellos del negocio del balón. Aunque a él le hubiera gustado abrir una escuela de fútbol en su país y trabajar con niños, otra de sus grandes pasiones como demostraba cuando se disfrazaba de Rey Baltasar en la cabalgata por la avenida de la Albufera de Vallecas.

Tosco pero bonachón (nunca rechazó un autógrafo), era un guardameta corpulento que, sin embargo, sorprendía con unos reflejos felinos inimaginables para su tamaño (rozaba el 1,90). Fallaba en las salidas y con el pie, sí, pero al Real Madrid le amargó los dos partidos de la temporada 92-93. En el primero de los choques, que el Rayo ganó 2-0, los delanteros merengues no pudieron con Wilfred: «Es el día más feliz de mi vida, el mejor partido de mi carrera», sacaba pecho ante las cámaras. En el partido de la segunda vuelta, le paró un penalti a Míchel. Y el Marca, claro, le sacó en portada, disfrazado de chulapo y con su inseparable sonrisa: «No soy su bestia negra, soy su bestia morena», bromeaba el nigeriano.

Esta vez no ha podido hacer la parada de su vida, pero los niños de Vallecas seguirán jugando al futbolín del Rayo. Con Willy de portero.

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