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Rufus Wainwright salió a escena con retraso por motivos técnicos.
Wainwright sin 'Hallelujah'

Wainwright sin 'Hallelujah'

El cantautor se presentó en la Laboral sin su icónica versión, en protesta contra Trump

ALEJANDRO CARANTOÑA

Lunes, 17 de octubre 2016, 00:53

Rufus Wainwrigth llegó ayer a Gijón como el autor que es: uno que ya se sabe liberado de la necesidad de explicar su último trabajo, o de promocionarlo para vender discos, y autorizado a construir un discurso propio, exigente y en solitario. Lo hizo con el pretexto reciente de 'Take all my loves', su personal relectura de nueve sonetos de Shakespeare, pero con un repertorio que daba buena cuenta de sus casi dos décadas de trayectoria.

Entre un lustroso piano de cola y una guitarra acústica -sus dos únicos acompañantes en la hora y media larga de espectáculo-, Wainwright fue enlazando canciones y elaborando un monólogo en el que cupieron las inevitables alusiones al Nobel de Dylan. «Yo ya he escrito una ópera, me acabo de mudar a Hollywood, y ahora solo me queda ganar el Nobel», bromeo ante el público. No se olvidó de Victoria de los Ángeles, una soprano de la que se confesó admirador y a la que dedicó un tema del concierto.

Sonó de todo, desde alguno de los sonetos del último disco hasta la celebrada 'Going to a town'; desde una 'Candles' completamente desnuda, hasta fragmentos de su producción operístca, de la que tan orgulloso se siente ('Prima Donna' fue la primera, en 2009; y la segunda, 'Hadrian', recibirá su estreno mundial en 2018 en Canadá). Dos decenas de canciones compusieron el repertorio, que concluyó con un par de bises, uno de dos canciones y otro de una, que fueron recibidos con el público en pie.

Pero si algo quedó, notoriamente, fuera del repertorio, fue la consabida 'Hallelujah', que por cierto no hace ni dos meses que volvió a editar con un monumental coro. Wainwright, sabedor de que aunque no sea suya sí es su mayor éxito comercial, la evitó no por complejos prepotentes o voluntad de centrar el tiro en sus creaciones más recientes, sino a modo de protesta contra Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos: en este, su tercer concierto de los cinco que ofrecerá estos días en España, volvió a hacer valer su reciente decisión de no tocarla hasta que Trump pierda, decía, las elecciones de su país. No en vano -y así lo dejó traslucir en sus comentarios-, Wainwright, conocido activista por los derechos homosexuales en Estados Unidos, está haciendo campaña activa por Hillary Clinton.

Con todo, y tal y como ya había avanzado en la entrevista previa concedida a EL COMERCIO, este espectáculo no respondía más que a una «necesidad» de expresión sustentada por la «variedad de material» que ha ido atesorando: había ganas, un lustro después de que visitase el Niemeyer, de un reencuentro caluroso y cálido con él. Con las tablas de quien empezó defendiendo sus temas solo hace más de veinte años, supo recoger la energía, conducirla y colmar expectativas.

Porque a pesar de su reciente visita a España, había vendido todas las entradas en su recital del viernes en Girona, y lo mismo en el de Sant Cugat del sábado; y lo mismo en los dos que le quedan, en Vigo y Murcia. La Laboral, en cambio, llenó tres cuartas partes de su aforo para darle la bienvenida. Un público entregado y fiel, que rio sus chanzas y que conocía a fondo su obra, disfrutó y celebró un concierto que arrancó con 26 minutos de retraso por motivos técnicos.

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