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RAMÓN AVELLO
Jueves, 16 de abril 2015, 00:29
Lo del nuevo marco de 'Katiuska' no sólo es metafórico, sino de lo más real y literal. Un gran marco dorado inclinado, como si fuese un cuadro zarandeado, enmarca la escena, diseñada por Daniel Bianco, en el que se desarrolla sin solución de continuidad esta nueva 'Katiuska', en versión de Emilio Sagi. Nueva en varios aspectos. El primero la poda del texto original de Gonzalo del Castillo y Marti Alonso, que no deja de ser un conflicto triangular de opereta entre Katiuska (Mariola Cantarero), el comisario del soviet Pedro Stakoff (David Menéndez) y el príncipe Sergio (Jon Plazaola). Los 'hablados' que han perdido su función de alargar la obra, junto a los graciosillos secundarios, desaparecen en aras de la cohesión dramática y el realce de la música.
En la concepción escénica de Sagi se fusionan los dos actos y se aprecia una proyección muy cercana a la ópera, entre expresionista y cómica. La escenografía produce cierta sensación de inestabilidad con el permanente marco inclinado. Aunque se habla de los soviets, por la vestimenta el concepto de revolución parece más cercano a los años treinta.
Precisamente, al aligerar el texto se pone el acento en la música, protagonista absoluta del drama y que se interpreta, creo que por primera vez en Oviedo, de forma íntegra siguiendo la edición crítica de la partitura realizada por Pablo Sorozábal, nieto del compositor. Al director asturiano Oliver Díaz le agradan las mezclas de géneros musicales, desde el foxtrot cabaretero o el vals Boston de salón, a los aires populares eslavos; de las grandes romanzas a los coros. Díaz lleva a la orquesta con mucho colorido y a veces con ese sabor ruso que da especialmente la presencia de mandolinas y las aceleraciones del tiempo, característico de los cosacos. También destaca la introducción de saxofones con tintes de cabaret casi expresionista. Y controla los volúmenes para comodidad de los cantantes y de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, que juega un buen papel, especialmente en el arranque y en los concertantes acompañando a las voces. El guiño de la cita corrió a cargo del coro, cuando sus integrantes ofrecieron un baile colocándose en las manos, a modo de marioneta, katiuskas, bajo el ritmo de una canción ucraniana.
Entre los protagonistas, destacaron en primer lugar a los secundarios Milagros Martín, David Rubiera, María José Suárez y Juan Noval. De los protagonistas, David Menéndez empezó muy bien, especialmente con 'Calor de nido', con una gran potencia, capacidad respiratoria y homogeneidad en todas las tesituras, pero al final en 'Somos dos barcas' estuvo forzado en el registro agudo. Lo más aplaudido fue la romanza 'La mujer rusa'. Mientras, Joan Plazaola mostró una voz de tenor muy limpia, no mucho volumen, pero facilidad en los agudos. La más equilibrada fue la protagonista, Mariola Cantarero, ataviada más como actriz de los 30 que como una princesa rusa, que imprimó mucho lirisimo a su rol, especialmente en 'Noche hermosa de jazmines', uno de los momentos más aplaudidos. En general, una obra muy Sagi, con nieve cayendo y un rico juego de luces, con gran movimiento y muy sugerentes. A todo ello se añade el 'lifting' del texto, a veces un poco absurdo, y el resultado son los aplausos cosechados anoche en el Campoamor. Un éxito.
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