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RAMÓN AVELLO
Jueves, 29 de enero 2015, 00:27
Antes de alzarse el telón, flotaban en el ambiente las incógnitas sobre el estado de salud sobre el tenor Stuart Skelton. Se comentaba que en los últimos días, el interprete de Sansón padecía un fuerte proceso catarral, lo que mermaba su fuerza vocal. Al final, como solución de urgencia, se optó por desdoblar la voz y la actuación. Darío di Vietri cantaba en una esquina y Stuart Skelton actuaba, como en play-back. Una situación insólita, pero una solución funcional al fin al cabo que al menos permitió salvar la representación. La encargada de hacerlo, no le quedaba otra, fue Nancy Fabiola Herrera.
Porque Sansón no solo perdió la fuerza en la obra, sino también la voz en la realidad. Dario di Vietri, que llegó a Oviedo para hacer una audición, acabó quedándose para cantar el papel con la partitura en la mano y una pequeña luz alumbrándola. Enfrentado a tal papelón solo cabe felicitarle. Como cantante, tiene una proyección vocal a veces bastante engolada, aunque fue mejorando según avanzaba la ópera. Su grito de 'victoria' al final de la obra cobró en este casó un sentido doble: Sansón venciendo a los filisteos y él que, a pesar de todo, consiguió salvar la obra.
Como la salvó también Nancy Fabiola Herrera en el papel de Dalila, que sedujo al público, especialmente en el aria final de la primera parte, 'Primavera que comienza', y también con su languidez mórbida en el aria 'Mi corazón se abre a tu voz', que fue, vocalmente, el punto culminante de la función de ayer.
'Sansón y Dalila', de Saint-Saëns, es una opera que posee cierto carácter de fusión, entre un oratorio monumental, especialmente en el primer y tercer acto, y un gran 'drama musical' romántico, en el segundo. La historia bíblica, y que 'grosso modo' sigue con cierta libertad la ópera, se ambienta en el año 1115 antes de Cristo, y en ella confluye el amor, la seducción, las ideologías religiosas y la lucha por el poder. Se desarrolla en tres actos. El primero en Gaza, en donde los hebreos oprimidos por los filisteos -hoy se llamarían palestinos- son liberados por la fuerza de Sansón. El segundo, sucede en el valle de Soreck, en Palestina, en donde está la casa de Dalila. El tercero, la primera escena en la prisión de Gaza y la segunda en el interior del templo de Dagon.
En esta nueva producción de la Ópera de Oviedo y el Teatro Villamarta, de Jerez, el director de escena Curro Carreres envuelve la obra en una atmósfera algo intemporal en la que de una manera híbrida y sincrética entremezcla elementos bíblicos con otros que se pueden asociar al mundo de 'Star Wars'. Desde el traje que lleva el Sumo Sacerdote de Dagon a los espacios del templo, vemos aspectos intencionados que recuerdan a la iconografía ideada por George Lucas. Cabe destacar la escena creada por el escenógrafo Antonio López, con ciertos toques de tenebrismo barroco. Juega con referencias al arte oriental de la antigüedad -en unos zócalos que parecen persas- y con diseños cercanos al futurismo y la pintura metafísica de Giorgio de Chirico, aportando además una sensación de gran profundidad en el escenario, gracias a las líneas de fuga. Incluso formas que podrían recordar vagamente a la escultura de Chillida. La idea general que proyecta Carreres resulta muy atractiva, no chirría en absoluto: está maravillosa resuelta al final y sugiere unas relaciones pasionales y de poder de carácter intemporal.
Saint Saëns, además de un músico excepcionalmente dotado, tenía una enorme curiosidad. Eso llevó le llevó a crear una obra musicalmente compleja, en la que a veces se condensan las imponentes formas del barroco, como en las fugas corales, la belleza angulosa de la melodía vocal francesa, la orquestación densa del postromanticismo musical y el exotismo folklórico. Esa musicalidad variada, de gran riqueza tímbrica y contundencia coral, la proyectó con una gran elegancia Maximiano Valdés al frente de 'su' Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Junto con 'Tristán e Isolda', 'Diálogos de carmelitas' y 'Electra', esta dirección es de lo más representativo que ha hecho este director al frente de la OSPA en la ópera. Muy bien reguladas las dinámicas, sacando siempre el relieve a cada frase, apoyando las voces y ejerciendo una dirección perfectamente integrada con la representación escénica. Tuvo mucho color y brillo la famosa 'Bacanal', con una coreografía muy imaginativa de Antonio Perea, con dos bailarines de ballet en escena. Una de las grandes peculiaridades de 'Sansón y Dalila' es la importancia que tienen los coros. El de la Ópera de Oviedo fue uno de los grandes protagonistas de la función. Un coro polimórfico, muy bien empastado y con algunos momentos encantadores, como el final del primer acto con el coro 'de las filisteas'. Otros momentos sobresalientes fueron los 'Himnos hebraicos' y las atinadas fugas, muy bien ajustadas.
Del resto de protagonistas principales, destacamos al bajo Miguel Ángel Zapater, el viejo hebreo que aconseja en el primer acto a Sansón. Hace un papel muy breve, pero muy atractivo, con una declamación muy clara y potente. También ha sido breve la interpretación de Álex Sanmarti como el sátrapa de Gaza, un barítono con una voz bien timbrada, en una melodía muy cercana al recitativo. Carlos Álvarez, sorprendentemente, estuvo bien, si se piensa que pasó unos años prácticamente retirado. Indudablemente ha recuperado ese timbre característico de su voz y, acompañado por una gran seguridad escénica, perfiló un papel de Sumo Sacerdote atractivamente maquinador. El dúo del segundo acto con Dalila o sus intervenciones en el tercero fueron sus momentos estelares.
El público, a pesar de lo evidente, aplaudió, salió muy contento y ahora queda esperando a que Stuart Skelton pueda cantar el sábado en Oviedo, tras su gran éxito con 'Peter Grimes' en esta misma plaza. Si consigue cantar, este 'Sansón y Dalila' será el broche dorado de la temporada, tanto por la escena como por la música y por los cantantes.
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