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La producción de ‘El barbero de Sevilla’, ya vista hace seis años, apuesta por una estética contemporánea y por el continuo movimiento en escena.ÓPERA OVIEDO.
Humor macarra con música deliciosa

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Carmen Romeu y Dalibor Jenis triunfan en un ’Barbero de Sevilla’ transgresor y con una escena confusa

Ramón Avello

Lunes, 15 de diciembre 2014, 11:07

Hace seis años vimos en el Campoamor esta misma puesta en escena de El barbero de Sevilla, producida por la Ópera de Oviedo y el Stadt Theater Bern, que ayer regresó al odeón ovetense. En aquel entonces, se recibió la obra, al menos en la primera representación, con una clara división de opiniones. Unos patearon la escena, y otros, tal vez los menos, para contrarrestar, la aplaudieron. Ayer la sangre no llegó al río. Lo que hace seis años irritaba, ahora hace cierta gracia o resulta indiferente. De todas formas, la escena en general no gustó y hubo intento, minoritario pero bastante claro, de pateo.

Aunque la escena no entusiasmó, el público aplaudió a los cantantes tanto al final de los números, como al término de la obra, especialmente las actuaciones del barítono Dalibor Jenis y la soprano Carmen Romeu.

El Barbero de Sevilla siempre tuvo una comicidad crítica, transgresora y un tanto disparatada. En este sentido, la concepción teatral de Mariame Clément mantiene ese espíritu rossiniano, pese a su traslado temporal de la acción, y sus cambios en la caracterización de los personajes. La Sevilla del XVIII se traslada a la época actual, ubicándola en lo que podría ser una urbanización moderna. Allí, en una especie de casa cúbica, con posibilidades de girar y abrirse para adaptarse a las diferentes situaciones, se desarrolla la acción. Los protagonistas también sufren esta especie de aggiornamento, a veces excesivo y caótico. Por ejemplo, Almaviva cambia su disfraz de oficial de dragones por el de una especie de Rambo, o, más adelante un roquero a lo Elvis; Rosina se depila mientras canta Una voce poco fa; Bartolo es un dentista, o Fígaro, el factótum de la ciudad se adorna con toques canallas. Todo esto es una bufonada, lo cual no es malo para una ópera bufa. Sin embargo, el exceso puede ser contraproducente, hartar al público y agotar a los cantantes, obligados a realizar movimientos o acciones incómodas cuando cantan. Y quizá esta producción peque de un exceso de hiperactividad. Siempre en la escena ocurren cosas, cuando alguien canta, otro abre una lata de cerveza o da un salto y eso llega a ser agotador. En los números concertantes a veces hay un poco de confusión, por ejemplo en el final del primer acto.

Al director de orquesta Ottavio Dantone le habíamos escuchado, al frente de Oviedo Filarmonía, en La italiana en Argel. Buen conocedor de Rossini, realizó ayer, al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, una correcta labor. Hizo muy bien los famosos crescendos rossinianos. La orquesta tocó en unas dinámicas medias, subrayando solamente los puntos finales y llevó con elegancia esos parlatos orquestales que dan cierto protagonismo melódico a los instrumentos. El coro de hombres de la Ópera de Oviedo, correcto. Se mueve bien en el escenario e interpreta con afinación.

Para los cantantes no resulta cómodo un barbero tan movido y físicamente esforzado. Eso se suma a una ópera muy compleja desde el punto de vista vocal, tanto en las arias individuales, como en los difíciles concertantes, por ejemplo Don Basilio Buona será, que requieren, además de esa constante vis cómica, la perfecta afinación. Ayer asistimos a una buena versión vocal, aunque en estos concertantes en ocasiones resultaron confusos y con una dinámica un poco plana en las voces.

Mercedes Gancedo, como Berta, criada del doctor Bartolo, pese a su reducido papel, tiene un aria notable, Il vecchiotto cerca moglie, cantada con esmero y comicidad. Fue también muy aplaudida por el público y verdaderamente tuvo una actuación en general muy segura. El bajo Carlo Malinverno, como Basilio, el eclesiástico al servicio de Bartolo, se nos presenta con tintes de rockabilly. Gustó en su famosa aria La calumnia è un venticello. Es una voz de bajo profundo, con potencia, aunque da vida a un Basilio poco convencional.

Enric Martínez-Castigliani ya había interpretado en Oviedo hace años, en función fuera de abono, este papel de Bartolo. El bajo bufo fue ayer un dentista hilarante, bien parodiado su papel, con un canto silábico siempre claro, ágil y veloz. Es un caricato nato con sentido del humor, que a veces imposta la voz de una manera imitativa y que defendió su papel de una forma muy correcta.

La Rosina de Rossini no es solo una señorita con la cabeza a pájaros que lee revistas del corazón, sino también una hábil maquinadora, que consigue lo que se propone. Carmen Romeu nos dio esa síntesis de una Rosina soprano de coloratura. Agilidad, un buen legato, melodías bien adornadas y una línea de canto muy bien perfilada.

El tenor rumano Bogdan Mihai interpreta a un Almaviva de un belcantismo quizá demasiado fino. Poca potencia, un fraseo elegante y en los concertatos estuvo deficiente.

Finalmente, el barítono eslovaco Dalibor Jenis encarnó un Figaro omnipresente, simpático, irónico y muy vital. Llena la escena, tiene una voz potente y es un actor consumado, además de un cantante excelso.

En resumen, se puede decir que los triunfadores de la velada fueron Carmen Romeu y Dalibor Jenis. La orquesta, por su parte, supo captar el espíritu rossiniano con bastante sutileza. Lo que se dice un barbieri di qualità.

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