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Un momento de la representación, anoche, en el Teatro Campoamor, de la zarzuela 'Curro Vargas'.
Retrato trágico de la España profunda

Retrato trágico de la España profunda

La zarzuela de Chapí no logra llenar el Teatro Campoamor, que despide el programa entre intensos aplausos

RAMÓN AVELLO

Jueves, 19 de junio 2014, 00:47

A veces, más que 'drama lírico', como lo definía en la partitura Ruperto Chapí, 'Curro Vargas' nos recuerda a un 'dramón patético'. Dramón por lo tremendista y extenso. Patético no por el sentido habitual entre los jóvenes de 'penoso', sino por la pasión arrebatada y trágica. Sobre la novela 'El niño de la Bola', de Pedro Antonio de Alarcón, Chapí creó una obra que posee el alma de una ópera verista, encarnada en el cuerpo de una monumental zarzuela en tres actos.

El argumento se puede resumir en pocas palabras. Curro Vargas está enamorado de Soledad, y es correspondido por ella; la familia se opone a estas relaciones porque Curro es pobre. Curro se va del pueblo para hacer fortuna, pero avisa a todos los posibles rivales de que «Soledad es mía». Cuando Curro regresa al pueblo, encuentra a Soledad casada con Mariano, lo que desata una reacción volcánica. El resultado, una obra de difícil calificación y que por su duración y complejidad apenas se representó en su integridad, pese a la calidad y riqueza de la partitura. Es la primera vez que esta ópera zarzuela se representa en Oviedo -anoche cerró el XXI Festival de Teatro Lírico Español sin lograr llenar el teatro como en anteriores ocasiones- y desde luego no dejó indiferente al público que asistió al Campoamor. Especialmente la arriesgada y visceral dirección de escena de Graham Vick.

Aunque Curro Vargas se desarrolla en un ambiente rural como podría ser un pueblo de la Alpujarra granadina, Graham Vick -y probablemente en este aspecto coincida con la intención de Chapí- huye de lo que podría denominarse un pintoresquismo amable. Sin embargo, es indudable que Vick carga las tintas, para proyectar, por una parte, la imagen más tenebrista de la España profunda.

Por otra, un expresionismo deformador y simbólico, creo que en este sentido alejado de las ideas contenidas en la partitura de Chapí, especialmente en la impactante escena de la procesión. Lo que es indiscutible es la fuerza potenciadora del drama en esta concepción escénica de Vick, a pesar de los claroscuros y cierta ferocidad crítica. Fundamentalmente hay objetos un poco descontextualizados en la escena, que discurre sobre un círculo. Está adaptado a lo que podría ser el mundo actual, haciendo abstracción de referencias a la época original (finales del XIX) en la que se desarrolla la obra. En otras palabras, es una traslación al mundo de hoy, algo muy frecuente en las escenografías actuales.

La partitura de Chapí es compleja, y todo un reto para músicos y cantantes. El sinfonismo orquestal abiertamente postromántico -la implicación de la orquesta en la trama a través del leitmotiv o las partes corales- ha estado muy controlado por la batuta de Martín Baeza-Rubio, al frente de Oviedo Filarmonía. Ya desde la obertura se percibió el exquisito cuidado de Baeza en el control de volúmenes y en la individualización de los instrumentos.

El Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo encarga lo que puede ser la representación simbólica del pueblo, que asiste a la tragedia. Musicalmente es un coro que tiene muchas relaciones con la música popular andaluza, además de presentar una gran complejidad escénica.

Entre los protagonistas, la soprano Cristina Faus interpreta el papel de Soledad con un intenso dramatismo. Uno de sus puntos culminantes es el lamento 'Esperanza que finges traidora', y la Saeta del segundo acto. El tenor gijonés Alejandro Roy encarna a un Curro Vargas de alto vuelo lírico. Gustó especialmente en la romanza 'Que siempre me has querido', cuya línea melódica se utiliza como leitmotiv de la obra. Esta melodía está inspirada en un zorcico de Eugenio de Urrandúrraga, y la utilizó también Puccini en el aria de Rodolfo 'Mimì è tanto malata'.

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