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Amador Menéndez (en el recuadro) cree que el desarrollo en el futuro dependerá de una combinación de nanotecnología, biotecnología, ciencias de la computación y neurotecnología.
La humanidad del futuro

La humanidad del futuro

«El peligro del hombre no está en la máquina, sino en el propio hombre», defiende el investigador asturiano Amador Menéndez, que hoy recoge el Premio de Ensayo Jovellanos al tiempo que Emma Pedreira, el de poesía

JESSICA M. PUGA

Miércoles, 31 de mayo 2017, 00:12

La hiperconectividad entre disciplinas será crucial en el progreso científico-tecnológico». Así lo expone el químico y divulgador asturiano Amador Menéndez en 'Historia del futuro. Tecnologías que cambiarán nuestras vidas', el ensayo que le ha valido el XXIII Premio Internacional Jovellanos que recoge esta tarde en la casa natal del ilustrado. Para él, que internet haya roto las barreras geográficas favoreciendo un mundo interconectado ofrece multitud de posibilidades. De la misma manera, los grandes retos de nuestra era «no pueden ser abordados desde una única disciplina científica». De ahí que en su ensayo aporte una visión holística de estas, tildando cuatro disciplinas como troncales -nanotecnología, biotecnología, ciencias de la computación y neurotecnología-, pudiendo, a partir de su combinación, darse cualquier otra.

Amador Menéndez confiere en su trabajo un lugar destacado a la inteligencia artificial, cuyo reto será «que las máquinas sean capaces de igualar o superar al ser humano en cualquier tarea intelectual», apunta el científico, al tiempo que recuerda que el hito logrado en 1997 en este campo fue conseguir que el ordenador Deep Blue venciera a un campeón mundial de ajedrez, Kaspárov en concreto, aunque en este caso la inteligencia estaba restringida a un dominio concreto: el juego del ajedrez. Está seguro de que «llegaremos a alcanzar la superinteligencia», pero matiza que la fórmula no se basará en crear máquinas que suplan al ser humano, sino que se trabajará como colectivo de hombres y máquinas para, así, crear una inteligencia colectiva superlativa. «Algo así como ocurre con la hormiga en el reino animal; que una sola es mínimamente inteligente, pero, al actuar como colectivo, adquieren una destacada inteligencia que les permite tomar decisiones y sobrevivir», tal como ha corroborado el científico Edward Wilson. Esta forma de trabajar desecharía las teorías cinematográficas que auguraban qué podría ocurrir de generarse una mala relación entre el humano y la máquina: «Aunque una máquina se vuelva loca, por encima estará el colectivo, que es el que posee la superinteligencia», incide Menéndez, quien cita al fundador de Tesla, Elon Musk, y a Stephen Hawking, para concretar que, según ellos, «la inteligencia artificial puede ser lo mejor o lo peor que le pase a la humanidad». Menéndez es de los que aboga por un mensaje «optimista» y asegura que «el peligro del hombre no está en la máquina, sino en el propio hombre».

Lograr la superinteligencia permitirá abordar algunos de los grandes retos de la humanidad, como el cambio climático, el calentamiento global o la conquista del espacio. Sus beneficios tendrán aplicación en ámbitos como la salud humana o el desarrollo sostenible del planeta. «Muchas enfermedades pasarán a ser un vestigio histórico y se fomentará el uso de fuentes de energía sostenible», enumera Amador Menéndez, asegurando su implementación a corto plazo. «Ahora estamos viviendo en los albores de la singularidad tecnológica. Ese momento en el que los cambios van a ser muy grandes y en el que lograremos alcanzar la superinteligencia», explica el químico, que marca la fecha que se baraja en su mundillo: 2045. «En este siglo el ritmo de innovación se va a seguir incrementando y lo hará de forma exponencial. El director de ingeniería de Google, Ray Kurzwei, asegura que en el siglo XXI no viviremos cien años de progreso tecnológico, sino 20.000; y tiene razón», apunta.

El científico no habla de futuro sin tener en cuenta el presente, que pasa por disponer de los recursos necesarios para cumplir lo que establece. Ve necesario invertir en I+D+i y apostar decididamente por proyectos de alto riesgo «que son los que pueden cambiar el mundo». «En Europa somos más conservadores a la hora de hacer tecnología; tenemos que aprender de los americanos, que tienen una mentalidad más arriesgada y bien definido el trinomio ciencia-tecnología-empresa», asegura. «En cuanto a la sociedad, esta transición va a ser global y nos costará, pero también es cierto que las nuevas generaciones van a asimilar mejor y más rápido los cambios», sentencia.

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