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PACHÉ MERAYOpmerayo@elcomercio.es
Martes, 2 de mayo 2017, 00:06
Fue la sorpresa literaria de 2013. Su primera novela, 'Dejar las cosas en sus días', la instalaba en el mapa literario sin debate. También sin esperanzas. Confiesa que la propia alegría de ver su historia publicada (además con Alfaguara) le valía como sueño cumplido. «Sin más». Ahora, con su segunda obra, 'La noche que no paró de llover', que presenta el jueves, en el Centro de Cultura Antiguo Instituto (19.30 horas), las expectativas ya no son tan ingenuas. No pueden serlo tras el éxito. Gijonesa nacida en Mieres (1961), lectora voraz antes que escritora definitiva, Laura Castañón lleva ya cinco días (los que el libro hace que está en la calle) testando respuestas y no puede estar «más feliz». Hay quien ya le ha contado que «no quiere llegar a la última página» para que la historia no termine nunca.
-¿La segunda novela viene con obligaciones? ¿Más responsabilidad?
-Muchas más. Sientes que el lector, que por un lado te empuja a escribir, por otro te exige. Al haber sido tan buena la acogida de la primera, existe cierta obligación en la nueva. Con el éxito he sufrido algo que se llama el efecto de la segunda novela, que da muchos nervios. Algo que no sentí con la primera. La pura alegría de ver el libro me bastaba.
-Le cuesta decir éxito. Como si sintiera reparo.
-Un poco sí. No sé si por la edad, algo provecta, a la que empecé en esto. Lo cierto es que todo me sigue sorprendiendo muchísimo. Nunca soñé nada de lo que está pasando.
-¿Y qué es lo que está pasando con 'La noche que no paró de llover'?
-Solo lleva desde el jueves en la calle y ya he recibido cientos de mensajes de lectores que están encantados. Gente que no conocía de nada, pero con la que tengo una relación desde la primera novela. Hay quien me ha dicho que esta la ha leído de un tirón, que no ha podido soltarla y quien no quiere que se acabe nunca.
-La han comparado ya con Galdós en su manera de afrontar el realismo y con Unamuno por acudir a la intrahistoria. ¿Qué se siente?
-Sonrojo. Me siento muy agradecida, claro, pero he oído tantas cosas, que no me lo puedo creer. Son nombres tan grandes a mi lado. No, no me lo puedo creer.
-Hablemos de la novela. Su columna vertebral es el mal, la culpa y el perdón.
-Sí. Se habla esencialmente de los mecanismos del mal. El que infligimos queriendo, el que hicimos y nunca supimos que habíamos causado y el que creímos hacer y no hicimos, pero, igualmente, nos provoca sentimiento de culpa. Pero también hablo de la redención. Del perdón y de alguna manera también hago una reflexión sobre la maternidad en sus distintos aspectos.
-Valeria Santaclara, su protagonista, ¿de dónde salió?
-No responde a ningún personaje real. Es pura ficción, como todo. Se trata de una mujer solitaria que vive en una residencia. No tiene familia, ni amigos, pero sí mucho dinero. Pertenece a la burguesía de Gijón y arrastra una culpa, que ha ido enterrando como ha podido en el tiempo, sabiendo, en el fondo, que un día deberá afrontarla. Y ese día se acerca, como se acerca la lectura de una carta que lleva años cerrada y habla de esa culpa. Antes de abrirla acude a una psicóloga que, curiosamente, tiene la consulta en la esquina de Ruiz Gómez con la plazuela de San Miguel, donde ella vivió.
-¿Gijón está muy presente?
-Es un personaje más. El Gijón de ahora mismo, que permite que mucha gente se reconozca en calles, bares, lugares, y el Gijón de finales de los años 20, de los años 30, a través de los recuerdos de Valeria Santaclara.
-Además de Valeria, la novela tiene otras dos voces de mujer esenciales para la historia.
-Sí, la psicóloga Laia, y la limpiadora de la residencia, Feli. Las tres tienen un papel fundamental que se va tejiendo.
-¿Sus personajes acaban teniendo autonomía propia?
-Llega un momento que reaccionan de una cierta manera a los acontecimientos. Y eso tiene su lógica. Si les proporcionas una buena psicología, construyes una personalidad, que debe responder de una manera determinada. No es que caminen solos, van creciendo con lógica.
-Como en la primera novela, aquí la memoria histórica tiene un peso importante. ¿Por qué viajar al pasado?
-Creo que el escritor, como decía Garcilaso en un poema tiene que parar las aguas del olvido. Para entender los procesos de la vida, del presente, tienes que ir hacia atrás.
-Ese gesto le obliga a investigar. En 'Dejar las cosas en su sitio' ese proceso era muy evidente. ¿Lo es también en 'La noche...'?
-En aquella la documentación era esencial. En esta no lo parece, pero lo es también. Es otro tipo de investigación, la que tienes que hacer cuando te surge un elemento que debes saber si realmente estaba ahí en ese tiempo. Una cosa es el marco histórico, los hechos, y otra, tan importante, son los elementos cotidianos, los detalles. Como lectora no soporto ciertos errores en ese sentido y ahora trato de no cometerlos.
-Como un reloj en una de romanos.
-Algo así. Soy tremendamente puntillosa y hasta 'repunante' a la hora de los detalles, me parecen importantísimos.
-Su segunda novela ve la luz cuatro años después de la primera. ¿Todo ese tiempo ha tardado en escribirla?
-En realidad han sido dos años y medio, más el tiempo de edición y publicación que es muy largo. Pero no he estado todo el tiempo escribiendo. Eso sí, he estado todo el tiempo viviendo en la historia. Cuando estoy escribiendo vivo en el universo que he creado, esté o no tecleando. A veces escribo solo con la cabeza. Es como una especie de esquizofrenia, que me permite hacer otras cosas que no tienen que ver con la escritura, pero sin salir nunca de la novela. Luego cuando me pongo sobre el teclado acabo procesándolo todo.
-¿Y ahora que tiene este en la calle está metida en otro mundo?
-Sí estoy instalada en otro universo literario y se puede decir que ya cerca de terminar la que pudiera ser la precuela de 'La noche que no paró de llover'. La próxima novela está situada temporalmente en el tiempo anterior a esta.
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