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PABLO A. MARÍN ESTRADA
Lunes, 5 de diciembre 2016, 01:26
El poeta Adolfo Cueto falleció ayer en Madrid de forma inesperada. Cueto, que apenas tenía 47 años y que deja una mujer y dos hijas sin consuelo, será despedido hoy por todos aquellos que le querían en el tanatorio madrileño de la M-30 y, posteriormente, sus restos serán incinerados. La noticia de su fallecimiento causó una enorme conmoción en el mundo de las letras asturianas, ya que, aunque madrileño de nacimiento, Cueto tenía orígenes, amigos y numerosas querencias y vivencias en la región.
En la capital había cursado estudios de Filología Hispánica y Derecho y allí se dio a conocer poéticamente con la aparición de 'Diario mundo', un libro destacado por la crítica nacional como uno de los mejores de autor novel aparecido ese año y en el que recogió un centenar de poemas que merecieron varios premios. Aunque, previamente, había sido antologado ya en algunos recuentos poéticos de la época como uno de los autores más señeros de su generación.
Tras un largo período de silencio editorial, solo interrumpido por la aparición del cuadernillo bilingüe '7 poemas', Adolfo Cueto fue dando a la luz el fruto del trabajo de casi una década de escritura a través de títulos como 'Palabras subterráneas', 'Dragados y Construcciones' y 'Diverso.es'.
También colaborador de radio durante la década de los noventa, su poesía había sido traducida parcialmente al inglés y al árabe y reconocida con galardones como el Ciudad de Burgos o el Premio Emilio Alarcos de Poesía en 2010.
En aquella ocasión, Cueto se declaró «feliz» porque el galardón le había llegado «de casa» y orgulloso porque llevaba el nombre del «eminente filólogo» al que siempre admiró, además de explicar que su obra encerraba un conjunto de poemas que dragaba «en las debilidades de la existencia para desarrollar un discurso amoroso».
Vinculado al mundo de la edición, ejerció también la crítica literaria y, a decir de quienes lo conocían y le apreciaban como su colega José Luis García Martín, «era una persona muy sensata y amable, además de un excelente poeta, cercano al realismo pero con una visión novedosa también en la forma». Otros, a modo de homenaje tristemente póstumo, se aferraban a sus versos: «Lo que nombra el dolor, en esta hora desierta, ya/ no son enredaderas trepando muros viejos/ ni es el toro enlutado con su traje de muerte. /Ni la hiel, ni la pena. No es,/ no siquiera, tampoco la palabra herida: es/ la palabra que hiere sencillamente, es la sal en la herida».
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