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ALBERTO PIQUERO
Lunes, 8 de agosto 2016, 01:35
Creo que debió ser en la asociación 'Amigos del Nalón', tapadera comunista en años difíciles, donde escuché por primera vez a Gustavo Bueno. Pero de aquella tarde tengo un recuerdo borroso.
De las múltiples entrevistas que tuve la oportunidad de hacerle, rescato una simple anécdota. Le hice una pregunta inicial y él fue ramificando la respuesta, prolongándola largos minutos, quizás media hora. Llegado a una de las bifurcaciones del árbol lógico que iba configurando, me atreví a interrumpirle y explicarle que el cuestionario era más extenso. «¡Yo solo estaba contestando a lo que me preguntó!», replicó, con las interjecciones bien puestas.
Era vehemente y en ciertos momentos incluso hiriente. Sin embargo, por lo general, tales manifestaciones del ánimo las guardaba para la esgrima contra los mercachifles de la irracionalidad. Ante un contrincante dialéctico que se atuviera a unas mínimas reglas de cordura, la pasión era respetuosa.
Ha fallecido dos días después de que muriera su mujer, Carmen. Y tampoco puedo olvidar que en una de las aventuras que emprendió Gustavo, poniéndose en la orilla de un programa televisivo tan polémico como 'Gran Hermano', tuvo la gentileza de permitirme que acudiera a su domicilio para contemplar una noche junto a ellos dos el transcurso del 'reality'. Una experiencia singular. Carmen exponía criterios sensatos acerca de los participantes, pero asimismo de orden común, de aquellos que se pueden hacer en torno a la mesa de un café. Y Gustavo se acomodaba a ese tono coloquial. Una consideración que le escuché en alguna circunstancia aludía a la necesidad de que la filosofía se involucrara en el tejido social. Sospecho que incursiones como la de 'Gran Hermano' respondían a ese impulso.
Otra cuestión es la que concierne a sus últimas adscripciones, como filósofo de cabecera del conservadurismo español. Debate para discípulos y adversarios.
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