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A. VILLACORTA
Viernes, 4 de diciembre 2015, 01:08
El Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) fue ayer el escenario para que su tierra le tributase un homenaje a Carlos Bousoño -el primero tras su fallecimiento el pasado mes de octubre- a través de la presentación del libro 'Carlos Bousoño. Estudio y antología poética', de Santiago Fortuño Llorens, que el «boalés universal» no llegó a ver publicado. Un acto cálido y apasionado como su viuda, Ruth Bousoño, emocionada hasta las lágrimas y autora de un prólogo en el que repasa su vida desde que era apenas «un niño genial y fascinante que, con solo diez años, escribía como un adulto y relataba en su diario el sufrimiento que pasó en casa de su tía», las penurias de la guerra o el dolor por la muerte de su madre, «que fue la que diseñó la educación que tuvo».
Pero «el prólogo va más allá de la infancia» y revela «anécdotas muy fuertes e inéditas» que abarcan su vida en común. Desde la época en la que se conocieron: «Yo era una niña jovencita y algo espabiladilla que traía un currículum de matrícula de honor de Estados Unidos y dicen los académicos que su verdadera inteligencia la demostró Carlos Bousoño casándose conmigo». Hasta que delegó en ella «la gestión de su obra literaria», de la que actualmente tiene el usufructo pese a que los herederos son sus hijos.
En esa convivencia, contó Ruth Bousoño, se trataban como iguales: «Me casé con una gran hombre pero no me consideré nunca inferior a él». Y, de hecho, desveló, le dejó algo claro dada la diferencia de edad: «Que yo iba a vivir mis experiencias y él las suyas». Y, por eso mismo, le pidió a su marido «que dejase a un lado sus obsesiones existencialistas y religiosas» toda vez que le consumía «el paso del tiempo que llevaba hacia la muerte». Pero también tuvo claro su mujer desde el inicio que entre ella y él estaba «su obra, porque Carlos era un poeta sobre todas las cosas y, luego, un teórico».
A esas dos facetas se refirió asimismo Santiago Fortuño Llorens, que habló de «una poesía marcadamente existencialista» en la que Bousoño defendía que «la vida, aunque precaria, debe ser celebrada» y que «la belleza y el arte son elementos salvadores de la desolación humana, lo que no excluía el sentido del humor», un rasgo que también destacó su amigo y profesor de Literatura Alejandro Duque Amusco.
Él dibujó la semblanza de alguien «con una personalidad realmente arrolladora, un gran conversador» que, en la charla, «sorprendía con un golpe de humor o una frase que nadie esperaba», y «así eran también sus clases, que, de repente, distendía con una broma».
«Hombre de múltiples lecturas», destacó Duque, «que todo lo hacía carne y sangre, no limitándose a tomar las ideas de otros», además de poseer «una capacidad de análisis que le hacía parecer mas bien un científico que un poeta». Y precisamente porque toda su vida eran sus versos, la palabra precisa, «odiaba la inexactitud» y se enervaba con «cualquier ensayo en el que no se sabía a dónde quería ir a parar el ensayista. Un estilo que Bousoño llamaba 'prosa algodonosa'». Un hombre, resumió, «que tuvo alma de niño hasta el fin de sus días», convencido de que «en el fondo uno siempre tiene la misma edad. Y de la pérdida de todo eso no podremos reponernos».
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