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ALBERTO PIQUERO
Lunes, 6 de abril 2015, 01:02
A la manera del famoso colegio Hogwarts, donde Jane Kathleen Rowling hizo pasar varios cursos a Harry Potter estudiando magia y hechicería, la Laboral de Gijón hizo suya la propuesta por un día, en el domingo de ayer, convertida en ciudad del ilusionismo y el humor, pese a que el atardecer se puso frío y ventoso en las inmediaciones.
La II edición del festival infantil Piccola Laboral multiplicó sus actividades durante una tarde que comenzó ofreciendo documentales en La Petite Caravanne, un pequeño teatro sobre ruedas en el que se proyectaron algunas de las secuencias más célebres del género. De forma simultánea, se impartieron talleres en el patio corintio dedicados a distintas especialidades. Así, la 'Magia de cerca', 'Magia cómica' y 'Bricolaje mágico', de los que salían los aprendices locales de Harry Potter con amplia y sabia sonrisa.
El espectáculo mayor se reservó para la gran gala que comenzó a las 18.30 horas, en la que actuó de maestro de ceremonias el argentino Adrián Conde, mago-clown que suscitó montañas de risas. En su compañía, el belga Sebastien Detishe, investido del personaje que ha creado, Tornavic, un científico heterodoxo sorprendente, que colmó el laboratorio escénico de tantos hallazgos como regocijo; y el también argentino Carlos Adriano, quien hizo de la comicidad y el burla burlando un auténtico delirio.
Como sin duda la chiquillería que cubrió algo más de la mitad el aforo del patio de butacas del Teatro de la Laboral, ya venía aleccionada, el ida y vuelta entre la tarima y el público fue una constante marea de entrañables complicidades y humor inteligente y colectivo, con el beneplácito de los padres viendo disfrutar a sus retoños.
Entre los números más celebrados, el que el conductor de la función organizó alrededor de un micrófono, con indumentaria del profesor chiflado que llevó a la pantalla Jerry Lewis, en el que las voces de una chiquilla invitada a la tarima se tornaban semejantes a las de la niña del exorcista o a las de los pitufos, o las mil diabluras de Tornavic, capaz de fundar un club de fans en menos tiempo del que se requiere para un truco, hilarante bajo su pelambrera y glotón merendándose un rollo de papel higiénico. O el despliegue que Carlos Adriano, un actorazo, cumplió en un diálogo vivísimo con los espectadores, mientras bromeaba en plan de sombrerero o lograba que una varita mágica se convirtiera en cinco.
A destacar, la naturalidad de las criaturas que subieron a las tablas, quienes bien por el cursillo acelerado o porque las nuevas generaciones traen la espontaneidad artística junto a la partida de nacimiento, se lucieron en sus breves actuaciones. Como dijo al principio de la gala su presentador, «no hay nada más bonito que tener un sueño».
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