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P. MERAYO
Miércoles, 19 de octubre 2016, 00:32
Escribir, escribir y escribir. Eso es lo que tiene que hacer quien tenga el sueño de la literatura. Lo dijo ayer alguien que lo cumplió hace tiempo, el estadounidense que ha recorrido con su pluma y su casa todos los estados, un «feliz y agradecido» Richard Ford. Contestaba así el Princesa de las Letras al ser invitado a elegir entre talento y formación, pues para él «no hay manera de enseñar literatura. Yo doy clases en Columbia, pero no enseño a escribir, sino a leer», dijo, añadiendo inmediatamente con una enorme sonrisa: «En realidad dicen que hay tres reglas para componer una novela, pero nadie conoce cuáles son».
De todos modos Ford no quiere dar la sensación de que sabe más que nadie, ni como dijo «ser ejemplo de nada». Él ha construido una vida, una manera de contar y una forma de hallar las experiencias que le llevan a crear, pero no las considera las mejores. Solo son las suyas. Asegura que lo que ha hecho, que circunstancias como su movimiento continuo por la geografía de los Estados Unidos o su necesidad de levantar casa en diferentes lugares, «no responde a una búsqueda literaria, sino vital. Kristina (su mujer) y yo teníamos curiosidad por conocer y libertad para ir de un lado a otro porque elegimos no tener hijos y eso nos permitió no estar atados a ninguna parte». Ese viaje interminable solo tuvo una contrapartida. «Me convertí en un escritor sin región. He tenido que ir llamando a cada puerta, cada vez que me mudaba, para recordar que lo que escribía era bueno».
A la que no tiene que convencer es a su mujer, que le escuchaba atentamente al otro lado de los micrófonos y a la que regaló los oídos, manifestando que él no sería él «si no se hubiese encontrado con ella». Igual que su literatura tampoco sería lo que es sin ella, ya que fue «un consejo de Kristina» el que le llevó a buscar nuevas respuestas para sus personajes. «Yo pensaba que la oscuridad era una excusa perfecta en sí misma para narrar. Cuando ella me dijo que por qué no escribía sobre un hombre feliz, yo no sabía lo que era la felicidad en la literatura. La veía como algo cómico, poco serio. Tuve que ponerme a buscar respuestas y eso lo hice, sí, gracias a su consejo. Me hizo localizar en mi cabeza a un personaje que era infeliz y quería dejar de serlo. Eso implicaba buscar una forma en la vida para salir adelante, para ser útil. Preguntarme sobre qué debía hacer para lograr ese objetivo cambió todo. Pasé de ser un escritor que tenía algo parecido al semi éxito a convertirme en un autor muy leído. Fue solo un consejo, pero está claro que fue un gran consejo».
Con la reflexión y las historias que nacieron de él Richard Ford no volvió a preocuparse por la cuestión económica. Y eso que, como aseguró ayer, «la economía determina todo, por supuesto también los temas artísticos». De ahí, dijo, que el género del relato, que también practica y que «de vez en cuando sufre un renacimiento muy breve», no tenga la visibilidad que necesita. «Aunque es cierto que también existe otro determinante esencial, la falta de lectores. Sin ellos no hay desafío para escribir».
Lo que sería imposible de contar con un relato breve es el estado actual de la situación política en su país natal. «No hay historia corta que pueda responder a qué ha pasado en Norteamérica para que una persona como Donald Trump esté donde está».
Pese a todo lo intentó: «Si nos olvidamos de los temas sociológicos, demográficos, incluso, del corazón, lo que encontramos es que a los norteamericanos no les interesa el Gobierno y Trump es una encarnación fea y monstruosa de esa realidad. Los estadounidenses quieren gobernar, pero no que les gobiernen a ellos. Piensan que el gobierno es la fuente de todos los males y eso es muy peligroso». Y dicho lo cual anunció: «Trump no va a llegar a la Casa Blanca. No va a ser elegido. De eso no hay duda, pero me preocupa lo que pueda ocurrir después, porque alguien más listo que él va a llegar para aprovecharse de ese desinterés».
Antes de decir adiós, Ford dejó un recado más. Preguntado de nuevo por el Nobel a Dylan contestó, lógicamente, como el día anterior, que estaba de acuerdo, pero con un añadido. «Decir lo contrario me haría ser acusado de envidioso».
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