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Diego medrano
Domingo, 13 de septiembre 2015, 13:55
Licenciado en Derecho, después en Letras, Medalla de Asturias, fundador de Tribuna Ciudadana, impulsor del Círculo de Valdediós, secretario de Camilo José Cela en La Bonanova, catedrático de francés, sabio en zapatillas, un corazón catedralicio que no le coge en el pecho y una clase de aquél que no conoce las bajas pasiones, majestad humanística en todo su esplendor, docto hasta la entrega sin reservas. El estudio lo tiene todo de paz ilustrada o gabinete de pícaro: la colección de pipas silenciosas, las figuritas de arlequín que parpadean, erotismo en cuadros que son semáforos sentimentales, el aire enmaderado, los suelos donde tantos se confesaron y bautizaron en ginebra (Ángel González, Goytisolo, Alberti, etc). Juan Benito Argüelles, el maestro, es un hombre sin vanidad, solidario al límite, ángel custodio de mil vocaciones literarias y artísticas, Papa Wojtyla (tan rojo como él) de un millar de jóvenes desorientados, dandy de jersey inglés y ese flequillo, pleno hachazo en el gesto, de noble capitán de viejo balandro, sacudido de mil gorras y mil batallas, bastones de incasable flâneur/clochard parisino.
«Juan, nunca te oí decir un solo taco. Juan, ese bastón de mariscal te queda como casi un premio literario». «Mira, Medrano, prefiero el bastón de la experiencia que el carro rápido de la fortuna. El filósofo viaja a pie. Es una cita de Pitágoras de Samos, a quien leo junto con otros muchos griegos todas las mañanas. Y lo del bastón, Napoleón lo dice en alguna parte: Todo soldado francés lleva en su mochila el bastón de mariscal. Yo creo en el pueblo, soy de izquierdas, viví la literatura cuando ésta era indisoluble de la política; me comía una manzana por la calle, cuando en Oviedo te llamaban la atención por estas cosas, siempre una ciudad tan crítica sin ninguna autocrítica, debí de ponerme corbata tres veces en mi vida». «Nadie habla mal de ti, Juan, y tu labor es pleno apostolado. Tu único oficio es el de buena persona, ni la ebriedad te atañe». «Debí emborracharme dos veces en mi vida. Soy una persona moderada. De la segunda copa, no paso, no me llama, pese a mis muchos amigos dipsómanos. Yo lo que he sido, fundamentalmente, es lector y ciudadano, no quiero más. Recuerdo mis primeros libros, de niño, "Corazón", de Edmundo d"Amicis, prohibido en España; "Flor de leyendas" de Casona, un tocho de geografía, los clásicos franceses, especialmente Daudet, Hugo y Dumas; el existencialismo y Camus, lector, ya te digo, sólo eso». «¿Nunca has perdido la noción de realidad, saber lo que está pasando, compartir al límite todo lo tuyo?». «Mira, la plaza pública es una segunda familia. Vivir y convivir es lo propio del hombre civilizado. El trabajo es o debería ser la gran fiesta del hombre, lo explica muy bien Goethe. Yo no soy un coleccionista de libros, doy lo que tengo, eso te da vitalismo. Creer en la vida al límite y no anestesiarse, con alcohol o lo que sea, para no interrumpir el sempiterno aprendizaje». «Juan, fuiste secretario de Cela». «Admiro toda esa tradición: Cela, Valle Inclán, Baroja, Quevedo. Me deslumbró desde el primer momento su gigantesca capacidad de trabajo, él decía que yo era el autor de uno de sus diccionarios. Poco antes de morir hablamos tres horas. Era mi maestro y gran amigo. Hipersensible a todos los niveles».
Juan Benito y Lola, su ninfa, generosa hasta la locura, que ríe siempre con la letra i (ji, ji, ji), han hecho de la cultura un modo de estar en el mundo. «Juan, ahora lo que se lleva es la guerra literaria. Aquí, todo el mundo a palos, y nuestros vecinos de León consiguiendo cada vez más cosas entre todos ellos». «Eso no debería ser así. Estamos en un país que todavía no se ha recuperado de la prohibición de libros durante lustros. Zancadillas, siempre ha habido, pero superar esa ignorancia debería ser el primer afán. El hombre es mucho más de lo que hace. El prejuicio exclusivista siempre está exento de crítica y la ceguera es la mayor forma de vanidad». «Nunca te vi hablar mal de nadie, ni de aquel que publicó aquello de Tribuna Ciudadana se vende». «Yo viví Mayo del 68. La meta era luchar por un mundo mejor. Somos prójimo, sin más. El exilio español en México y Francia fue muy duro. Eso te curte, te enseña a ser liberal sin miopías, como era Cristo. Sigo interesándome mucho por el ensayo, creo en una sociedad mejor entre todos, y ese debe ser el goce supremo de la vida. Debo mucho a mi generación. La única manera de ser feliz que teníamos era la ilustración, una curiosidad que no me ha abandonado, el aislamiento está bien como método de trabajo pero el hombre es compromiso».
«Maestro, eres paz y sabiduría». «El ejemplo de Gandhi valdría en esa dirección: no hay camino para la paz, la paz es el camino». «Sé que tienes un vicio lector extraño». «Muchísimos. Sí, sé por donde vas. Soy muy lector de enciclopedias, de diccionarios. Me encantan. Leer un diccionario como una novela, algo que aquí reactualizó García Márquez. También de libros de pintura no banales, raros, si quieres. No sé, muchas cosas». «Eres un asturianote convencido». «Es mi tierra, sí. Mucho regalé queso de Cabrales a otras figuras. Unas sidrinas, lo que fuese. Lo que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza. No hay por qué preocuparse». «El ágora es lo tuyo, la lectura grupal, una paideia griega». «El hombre entra en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio. Y el que sabe hablar, como decía Arquímedes, sabe también cuándo». «¿Sólo es útil el conocimiento que nos hace mejores, señor Argüelles?». «No sabría decirte. Nadie prueba la profundidad del río con ambos pies. Tan decisivo como leer es dudar. Y la ilusión lo es todo, no olvides a Plutarco: el cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender». «Tú nunca has creído en eso de que el talento se eduque en la calma y el carácter en la tempestad». «A mí las frases cortas no me van, sino las experiencias largas. Homero lo dice mucho mejor: llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga. Arrimar el hombro, lo que han hecho en nuestra tierra familias de campesinos, mineros y pescadores durante lustros, sin preguntarse si mañana va a salir el sol o no».
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