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JESSICA M. PUGA
Lunes, 8 de diciembre 2014, 00:47
El Papa Francisco ha vuelto a mirar a Asturias, especialmente a sus gentes. Lo hizo este fin de semana, tras reunirse con el cardenal y prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Amato, al autorizar el reconocimiento de las «virtudes heroicas» de dos españolas: la asturiana Prassede Fernández García y la murciana María Seiquer Gayá, cofundadora de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado.
Prassede Fernández García nació en Puente la Luisa, parroquia de Seana (Mieres), el 21 de julio de 1886. Fue laica, madre de familia, llegando a tener cuatro hijos aunque ningún nieto, y miembro de la tercera Orden del Santo Domingo. «Prassede fue hija, madre y esposa de mineros; modelo para una sociedad tan difícil como era la de la cuenca minera de los años 20 y 30. Fue esposa, hija y madre ejemplar y encajó los golpes que le dió la vida, que fueron muchos, con una paz tremenda», señala Gonzalo José Suárez Menéndez, arcipreste del Caudal, quien cuenta que aunque no la pudo conocer en persona, sí ha coincidido con personas que lo han hecho.
El reconocimiento que ahora se ha concedido a Prassede Fernández no ha sido fácil de lograr. Todo comenzó en 1957, cuando se inició el proceso canónico, que tiene dos fases: una diocesana, con un tribunal constituido en Oviedo -con un texto que inicialmente presentó defectos y tuvo que repetirse-; y después en Roma. Con la confirmación hecha pública por el Papa Francisco, Prassede ha pasado de ser reconocida como sierva de Dios -por tener un proceso abierto-, a venerable.
«Tenía fama de santidad evidente. Pero todo se inició gracias a su párroco, Moises Díaz Caneja, quien ofició una misa en su honor en 1951 porque tras su muerte en 1936, en plena guerra, no podían hacerse funerales. Él fue quien dijo al pueblo que harían mal si no la llevaban a los altares, y entonces se comenzó a movilizar la gente y los sacerdortes de Mieres lo pidieron oficialmente», explica Suárez. Fue entonces cuando el pueblo juntó una veintena de cartas escritas por ella y unas sesenta personas tuvieron que servir de testigos de sus virtudes heroicas, siendo preguntadas por temas como la fé, la prudencia o piedad.
Un proceso largo, apoyado por el arcipreste, quien señala que a Prassede Fernández se le deben muchas gracias extraordinarias, como oraciones, protección física y espiritual, conversiones y también muchas visiones. «En un arrebato de amor, llegó a tatuarse con el gancho incandescente de la cocina, los nombres de Jesús y María», explica el arcipreste, poniendo en valor también la actitud de la mierense en la guerra que llegó a Asturias en el 34. «Todos en el pueblo coinciden en que nunca se definió políticamente ni la escucharon hablar mal de nadie. Una vez, cuando los rojos quemaron la iglesia de Seana, su hijo Arturo, el menor, le preguntó si eran malos, y ella contestó que era gente como la demás, como sus vecinos, pero que no sabían bien lo que hacían», recuerda Suárez.
La vida de Prassede se apagó en Oviedo, el 6 de octubre 1936. En su pueblo, cada seis de cada mes, se reúnen fieles en su casa natal, transformada en oratorio. Con este nombramiento, Prassede Fernández García está un paso más cerca de la beatifificación, que se lograría de confirmársele un milagro; y de la canonización, cuando sean dos los milagros probados, aunque Gonzalo Suárez afirma que no le conoce ninguno, pero que investigará.
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