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cristina del río
Domingo, 9 de abril 2017, 02:17
Nacido en el seno de una familia minera en una cuenca asturiana con escombros y carbón para jugar en vez de columpios, para Antonio Suárez Marcos (Turón, 1950) la contaminación ha sido siempre algo consustancial. Un concepto que no tomó forma en su ideario hasta un par de décadas después, pero que una vez conocido ha sido su principal campo de operaciones y un interés que ha trascendido la esfera laboral. Antonio Suárez Marcos, doble doctor en Física y en Química, y diplomado en Ingeniería Ambiental, marchó a regañadientes de la Universidad de Valladolid en la que realizó el doctorado bajo la dirección de José Casanova, el 'culpable' de que aquel emigrante asturiano por voluntad propia regresara a su tierra.
El real decreto que desarrolló en 1975 la Ley de Protección Ambiental Atmosférica pautaba la creación de un servicio de control de la contaminación atmosférica que el Ayuntamiento de Avilés sacó a concurso y ganó un jovencísimo Suárez Marcos. Veinticinco años tenía cuando en 1976 estrechó las manos del alcalde Ricardo Fernández Suárez, del secretario Jaime Fernández Villanueva y del interventor César Zardaín, a quienes reconoce una talla personal y profesional inigualable.
Veinticinco años y la inocencia, o el descaro si se prefiere, propias de la edad. Un chaval que no se arrugó al saber que nadie le iba a dar unas pautas para trabajar y que siempre trabajó y defendió sus posturas en conciencia. Él fue el encargado de montar la oficina que tenía que controlar la contaminación en Avilés en una ciudad que recibía a sus visitantes con un embate en la membrana pituitaria.
Era la época de la contaminación brutal. Que se olía y se veía. La que salía de las chimeneas de las empresas nacionales de la Siderurgia (Ensidesa, hoy ArcelorMittal), de Fertilizantes (Enfersa, hoy Fertiberia) y del Aluminio (Endasa, hoy Alcoa), de Asturiana de Zinc, de los Hornos Siemens, de la térmica, de la fábrica de harinas de pescado Alfa, alias 'La Fedionda' y de la fábrica de productos dolomíticos, en Corugedo.
Recibido el encargo y con la recomendación de gastar bien (un bien, enfatizado e intimidante para un investigador universitario ajeno a los conceptos del gasto) los 2.700.000 pesetas que el Ayuntamiento concedía para la puesta en marcha del servicio, decidió colocar una red de estaciones para medir la contaminación. Primero había que medir para después decidir. Las colocó donde había población, según su propio criterio. Y al lado de la fabrica de productos dolomíticos vivía, entre otros, Rita Manuela, una octogenaria que cada cierto tiempo tenía que sacar a paladas el polvo que se acumulaba en el desván de su vivienda.
Datos descorazonadores
Los primeros resultados, en enero de 1977, revelaron que la materia sedimentable en Corugedo era de 30.000 miligramos por metro cuadrado y día, cuando el máximo estaba establecido en 300. No era la peor de las materias contaminantes, pero daba una idea de la magnitud del problema. Tan asombrado se quedó Suárez Marcos que recurrió al profesor de Química Julio Rodríguez, posteriormente rector de la Universidad de Oviedo, para que verificara con él los datos.
Con la impetuosidad de la edad, la imprudencia incluso porque faltaban los índices del resto de la red, presentó los datos al secretario, que inmediatamente lo trasladó al alcalde y convocó un pleno municipal. Era la España predemocrática y Antonio se pregunta muchas veces si tan rápida y transparente reacción tendría lugar hoy en día. No solo eso, en aquellas corporaciones que no habían salido de unas urnas, empresas como Ensidesa tenían a tres de sus ingenieros como concejales. Ningún problema con ellos. Se decidió tramitar la declaración de Avilés como zona de atmósfera contaminada y la elaboración de un plan de saneamiento.
Aquello provocó un revuelo social. La gente vivía con la contaminación y estaba acostumbrada a poner el plato sobre la taza del café, en vez de bajo ella, en la terraza del Café Colón, pero no se conocía ni el concepto ni las consecuencias de la contaminación. Por no citar al Ministerio de Industria, que no quería ni oír hablar de tales medidas por el desafecto que pudieran producir entre las empresas. El propio director general de Innovación Industrial y Tecnológica, Alfonso Enseñat de Villalonga, reunió en Ensidesa a todo el poder económico de Asturias para abordar el asunto. El último en hablar fue Antonio Suárez Marcos, que, ajeno a las consecuencias profesionales que para él podría tener su empecinamiento, insistió en que tanto el problema como la solución estaban en aquella mesa.
Se comenzó a tramitar la declaración y, a la par, una batalla en la que siempre estuvo respaldado por las corporaciones locales de turno. Con Manuel Ponga como alcalde, la lucha dio un giró al abordar la contaminación como un asunto nacional y no solo local. No se logró finalmente esa declaración de zona contaminada, pero sí la formulación de un plan de saneamiento atmosférico que sentó las bases de la renovación de la industria y la creación de un cinturón de protección ambiental en Valliniello, en una actuación regeneradora y multimillonaria sin parangón en Europa.
El importante bagaje profesional adquirido en Avilés catapultó a Antonio a la dirección de la Agencia de Medio Ambiente del Principado, desde donde pudo controlar el saneamiento de la ría de Avilés y la retirada de lodos para crear el actual paseo, y después a la del Consorcio de Aguas de Asturias (Cadasa).
Recién jubilado y con la tranquilidad que da el estar sentado en la butaca del espectador, Suárez Marcos pone en valor lo mucho que se hizo por Avilés y la valentía de aquellas corporaciones que no se allanaron bajo ningún temor. Le apena, no obstante, que al saneamiento de la ría de Avilés, otra obra de grandísima envergadura dirigida por el ingeniero Miguel Ángel Ruiz Bazaco, a quien Marcos siembra de elogios, le falte la entrada en funcionamiento del colector industrial.
En la memoria
A pesar de su retiro en Gijón, ciudad a la que regresó tras residir en Salinas durante su etapa en el Ayuntamiento de Avilés, Antonio sigue muy de cerca la actualidad de la ciudad que marcó su especialización. En su biblioteca personal, convertida en baúl de recuerdos y memorias, tiene a la vista la foto firmada por Alberto del Río en la que una cortina de contaminación difumina el sol y la silueta de Avilés o los antiguos altos hornos que él quiso salvar como recuerdo de lo que allí se quemaba.
A veces charla sobre ello con los amigos o con sus hijos, con Alejandro, coordinador de Izquierda Unida en Oviedo, con Carmen, experta en ingeniería ambiental y ahora fotógrafa en Miami, o con Guillermo, estudiante de ingeniería industrial que reta a su padre con los problemas de la rama electrónica. Ellos y sus nietas, por quienes salta el charco al menos una vez al año para oír como lo llaman 'güelu', son por quienes ha luchado toda su vida por la mejora ambiental con la 'autoritas' como bandera. Cree que es lo que falta ahora, ese trabajo conjunto que había entre los ingenieros del Principado y los responsables de las empresas, que sirvió para conocerse mutuamente y coordinar acciones que, según él, solo se pueden llevar a cabo desde el entendimiento y esa prevalencia que da la capacitación técnica. Como muestra, la estrecha relación que mantuvo, y el buen recuerdo que guarda, del ecologista Fructuoso Pontigo, el otro azote de la contaminación.
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