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Luis Arias Argüelles-Meres y Leopoldo Tolivar, ayer en el Centro de Servicios Universitarios.
Elogio y defensa del pensamiento

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Luis Arias Argüelles-Meres recuerda el papel de los grandes intelectuales españoles

FERNANDO DEL BUSTO

Viernes, 24 de marzo 2017, 08:42

Fueron las palabras, lúcidas y certeras, de Luis Arias Argüelles-Meres, escritor y columnista de LA VOZ DE AVILÉS, y Leopoldo Tolivar Alas, profesor de la Universidad de Oviedo y colaborador de este diario, las que presentaron el nuevo ensayo de primero: 'La reinvención de don Quijote y la forja de la Segunda República' (Editorial Renacimiento), pero lo cierto es que el Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS, coordinada por Armando Arias y patrocinada por Cafés Toscaf, contó ayer con la presencia de varios de los mejores intelectuales que ha dado España: Ortega y Gasset, Azaña, Maradiaga, Pérez de Ayala, Américo Castro y Miguel de Unamuno. Personalidades que pensaban lo que decían y que lo publicaban de manera constante en medios de comunicación convertidos en aulas para la sociedad.

«Hoy en día no existen esas guías, esos faros. Y, si los hay, no los encuentro. Tengo una sensación de orfandad y cierta tendencia al pesimismo», confesó Luis Arias en el salón de actos del Centro de Servicios Universitarios de Avilés.

Luis Arias Argüelles-Meres repasó en su intervención el acercamiento que hicieron una serie de autores a 'Don Quijote' desde la generación del 98, en «un proceso histórico que duró unos veinticinco años». La publicación de 'Vida de don Quijote y Sancho' de Miguel de Unamuno abrió un camino donde la obra de Cervantes servía como espejo y transformación de la realidad española.

Eran épocas convulsas, de un país sometido a contradicciones internas que lo desgarraban. Así, Argüelles-Meres recordó cómo, en 1923, coincidieron el nacimiento de 'Revista de Occidente', la publicación más avanzada de su tiempo con la proclamación de la dictadura de Primo de Rivera y su invitación para recuperar la virilidad de los españoles. Sumergirse en el siglo XX al tiempo que se regresaba al XIX.

Este proceso intelectual coincide con un fenómeno europeo como es la creación del intelectual como una figura de prestigio por su talento e independencia de criterio, que no se rinde «a ningún pesebre. De ese prestigio, se deriva su poder», afirmó.

«Hamletianos y quijotescos»

De esa manera, la interpretación literaria de los ideales quijotescos termina repercutiendo en la realidad y contribuyendo a la proclamación de la Segunda República. Arias basó su tesis en el famoso artículo de Ortega y Gasset, 'El error Berenguer' y el papel de intelectuales en la Agrupación al Servicio de la República'.

En su intervención, Luis Arias describió a todos esos autores con el binomio de hamletianos y quijotescos; en teoría una contradicción, pero que la vida convirtió en real. Por lo primero, son personas temerosas de las masas, proclives a la creación, a permanecer en su estudio; pero que pasaron a la acción (incluso con responsabilidades de gobierno) para cumplir sus ideales y que buscaban el desarrollo de democracias liberales, que asegurasen las libertades ciudadanas.

Una meta donde la educación jugaba un papel esencial, como lo demuestra el compromiso desde la Institución Libre de Enseñanza y la Segunda República con la educación para formar ciudadanos cultos, con criterio y críticos. «Apostaron por un nuevo Estado donde la educación terminase con sus demonios, lograr un país abierto a Europa, tolerante», resumió Arias, con la pena de que todos ellos, como Don Quijote, vivieron la derrota de sus ideales a manos del nazismo y el comunismo, los grandes totalitarismos del siglo XX y su alto precio en sangre y el aniquilamiento intelectual de un país.

Confesado su escepticismo, Arias animó a la lectura y la independencia como armas para superar la mediocridad. No faltaron reflexiones sobre el papel de la universidad en todo este proceso. Leopoldo Tolivar fue claro al asegurar que cualquier proceso de reforma «debe salir de la sociedad, la universidad, por sí sola, no se va a regenerar. Existen demasiados vicios. Con frecuencia se confunde la libertad de cátedra con un blindaje absoluto», aseguró.

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