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CRISTINADEL RÍO
Domingo, 8 de mayo 2016, 00:56
José Manuel Navia (Madrid, 1957) contagia con cada palabra la pasión que siente por Miguel de Cervantes, un autor al que llama en presente por su nombre de pila. Lo hace con pasión, la misma que desborda en la conversación y que comprobarán los asistentes a la visita guiada que dirigirá el miércoles 11 (19.30 horas) en la Casa de la Cultura de Avilés, en la inauguración de su homenaje fotográfico 'Cervantes o el deseo de vivir' al literato por excelencia de las letras españolas.
Organizada por el Instituto Cervantes y Acción Cultural Española (AC/E), la Asociación Cultural Aula Avilés -la entidad de LA VOZ de la que depende el Aula de Cultura- ha logrado que sea Avilés la segunda ciudad de España en la que recale una muestra que está itinerando ahora por los institutos Cervantes de todo el mundo. Aquí llegarán 45 de las 66 que la forman gracias al patrocinio de la Fundación Cristina Masaveu. Y Navia, su aclamado autor, aprovechará su estancia en Asturias para ofrecer, además, dos talleres de fotografía en Laboral Ciudad de la Cultura, en Gijón, el viernes 13 y el sábado 14.
¿Es posible comprimir la vida de Cervantes en 66 fotografías?
Es imposible, pero tampoco lo pretendo. La suya fue una vida de lo más fascinante, llena de lagunas y de espacios blancos, que hay que descifrar a través de sus obras. Y eso es peligroso. No pretendía realizar una autobiografía, aunque me interesa mucho la literatura. Quería ligar el lenguaje de la fotografía a la creación de atmósferas y emociones.
¿Veremos el mundo que vio Cervantes?
Tampoco quería mostrar el mundo en esos siglos ni hacer el típico libro de historia o de viajes, sino mostrar el mundo como es hoy. Mirarlo metiéndome en la piel de Cervantes.
¿Y qué ha visto?
En lugares como Orán me ha interesado mostrar ese sabor español porque, caray, esta ciudad ha sido española durante trescientos años y a ella llegaron los últimos exiliados republicanos. Ves las imágenes y podría ser cualquier pueblecito de la costa de Almería, pero fotografío a unas mujeres veladas y junto a ellas una niña que podría ser nuestra hija. Es la lucha entre la cultura occidental y la religión musulmana que se da hoy en día pero que fue por lo que luchó Cervantes ya en su época y en aquel lugar. Sigue siendo la misma lucha. Solo que ahora parece que todo cambia muy rápido por la tecnología, que va a pasos agigantados. Pero solo es eso, el aspecto. El ser humano no funciona a esa velocidad.
Ha tenido que profundizar en toda su obra. Más que leerla, estudiarla. ¿Con qué se queda?
Cervantes escribió mucho pero no tiene una obra inabarcable y en medio de ella está esa cumbre que es el Quijote. Si no lo hubiera escrito, sería igualmente un gran escritor, pero uno más de los del Siglo del Oro. No es difícil meterse en su obra porque escribe en un lenguaje llano y accesible, no es culterano. Lo más emocionante es que fue un hombre humilde que vive de cerca la pobreza y con una vida llena de circunstancias difíciles y duras. Una vida con muchos paralelismos con el presente, en medio de una época de cambios que anuncian una decadencia del imperio español, que era más fachada que otra cosa. Cervantes es un superviviente, que va buscándose la vida, le caracteriza el deseo de vivir, de ahí el título de la exposición.
Pues ya era optimista porque aparte de su cautiverio, de perder un brazo en una batalla, de algunas épocas de problemas económicos y de no triunfar como dramaturgo, que era su objetivo.
Lo de triunfar como dramaturgo responde más a la necesidad de saldar deudas que a otra cosa. ¡Fíjese si es moderno y actual! Quería triunfar como autor teatral porque era el único género con el que se podía ganar algún dinero, del porcentaje de taquilla. Tuvo algún éxito puntual pero mucho de su teatro no se llegó a estrenar, se publicó en libro y él no llegó a verlo nunca representado. Hay una alegoría a eso en la exposición, un teatro cerrado con butacas cubiertas, en la que solo está descubierta una.
¿Entenderá el público de la exposición esa alegoría?
Se entenderá porque en la exposición va acompañada de breves textos escritos por mí y con citas de otros autores, en los que voy dando pistas al lector. Pero daría igual si no lo entendiera. Esa fotografía no está hecha un día de éxito. Ese es el lenguaje de la fotografía. Para explicar las cosas, nada como la palabra o las matemáticas si hablamos de ciencia.
¿Cuál es el lenguaje de la fotografía?
La fotografía es hija de la pintura. Crea sensaciones y atmósferas, y apela al ámbito de los sentimientos más que al de la razón. Pretendo que quien termine de leer visualmente la exposición se haya metido en un clímax determinado, muy ligado a los viajes y a los caminos, en la primera parte de la vida de Cervantes; y al mar, a la España interior, después.
Hay también un libro.
Para mí es el producto más completo y fascinante. En la exposición ves las obras más grande y aprecias las calidades plásticas. Pero en el libro hay 85 imágenes con textos más detallados.
En algunas fotografías de su muestra hay mucho humor, la misma herramienta que usó Cervantes.
Él no lo pierde nunca, ni siquiera en sus obras más serias. Si tuviera que destacar una característica de su personalidad sería la ironía, la ironía bien manejada, sin sarcasmo, para pasar la vida y entender, algo que no abunda. Me recuerda a lo que me dijo una vez una monja en Ávila a la que explicaba por qué la había intentado fotografiar al despiste: «En la vida no hay que darse tanto tono». (Risas). Si se compara con Lope o con otros, lo que tiene muy bonito Cervantes es que nunca 'se da tono'. Y recomendaría que quien quisiera leerlo, empezara por los prólogos de sus principales libros. Los del Quijote, Persiles y las Novelas Ejemplares. Si después de leerlos no te cae bien... (se lo piensa), tienes que consultarlo. (Risas).
Es un personaje admirable es consciente de la importancia de su literatura y no se 'da tono'.
En realidad usted jugaba con ventaja. Ya había realizado una muestra sobre el Quijote en 2005.
Por eso he establecido ya una relación muy afectiva con el autor y me permito una serie de licencias. En el texto del libro lo llamo Miguel sin más, como se llama mi hijo, un nombre que me encanta. Y jamás me atrevería a hacer eso con otros escritores. Se te hace muy cercano. Este encargo lo he realizado desde un punto de vista subjetivo, más personal. Me atrevería a definirlo con el término acuñado por Walker Evans, de documentalismo poético.
Siguiendo los pasos de Cervantes por Nápoles, Orán, Portugal, España. ¿Ha vivido su propia novela?
Yo vivo mi propia novela en cada trabajo. El viaje es la mejor metáfora de la vida humana y la gran literatura también toma esta forma. Desde la Odisea hasta ahora siempre hay alguien que abandona su patria, le ocurren cosas y las cuenta. Esa es la vida y esa es la estructura de mi trabajo. Yo no hago fotografías de viajes, el viaje es la estructura interna aunque a veces no lo parezca.
¿Existe lo que no se inmortaliza?
Parece que el pasado importa menos y que la fotografía es un ejercicio de nostalgia en desuso, cuando siempre ha sido la herramienta para recordarlo. Ahora, cuando se hacen más fotos que nunca, nadie las guarda, ya no son la biografía visual de la familia. Son pura comunicación instintiva, de adolescentes que fotografían unas botas para enseñar a sus amigos.
¿Qué se escapa de la fotografía?
Siempre ha cargado con el duro sambenito de la veracidad. Pues no, como cualquier otro lenguaje, una fotografía puede no ser verdad. Coincido con Joan Fontcuberta en que la única veracidad es la del autor que la firma. La fotografía por sí misma puede mentir tanto como cualquier otro lenguaje.
Si tuviera que fotografiar la España actual, ¿sería en blanco y negro?
No, porque me fascina el color, vivo en un mundo de color, comparto mi vida con una pintora obsesionada con el color, y abandoné el blanco y negro en 1983. (Risas). Si nos quedamos con el aspecto actual del país, es como para marcharse. Siempre nos preguntamos qué habremos hecho nosotros para tener estos políticos, pero creo que eso es la superficie y que por debajo hay gente intentando hacer cosas bien. Como decía Unamuno, por un lado está la espuma de la historia, pero luego por debajo está lo que no se ve, lo que no arma escándalos, un montón de gente anónima, gente humilde y trabajadora que sigue haciendo que este engranaje funcione.
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