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J. F. GALÁN
Jueves, 11 de septiembre 2014, 00:31
El 'Kruzenshtern' tiende su pasarela en Avilés, puertas abiertas. Su arboladura, cuatro palos con sus correspondientes vergas más el bauprés, puede divisarse desde muchos puntos de la ría, aunque para apreciar de cerca su esbelta línea hay que acercarse hasta el aparcamiento de la nueva rula o mejor aún, continuar por el cantil unos doscientos metros hasta la curva que une la avenida del Conde de Guadalhorce con el polígono de Las Arobias.
Es el punto de acceso al público, una puerta abierta en la valla que delimita los terrenos de la Autoridad Portuaria. El majestuoso barco está allí mismo, en el extremo Sur del muelle de Raíces. Amarró a primera hora de la mañana de ayer, permanecerá hasta el domingo y puede visitarse hoy jueves, mañana viernes y el sábado, los tres días en idéntico horario, de diez a una y de cuatro a siete.
Con 114,5 metros de eslora, el 'Kruzenshtern' es el segundo mayor velero del mundo de su clase, únicamente superado por el también ruso 'Sedov', de 117,5 metros. Los dos son buques escuela civiles, no militares, al servicio del Ministerio de Pesca de la Federación Rusa. El 'Kruzenshtern' atracó en Avilés con 171 tripulantes, incluidos 120 cadetes (seis de ellos mujeres) que reciben su verdadero bautismo de mar durante un crucero de instrucción de tres meses de duración. A modo de comparación, el 'Juan Sebastián Elcano' tiene 94 metros de eslora. También es notable la diferencia de altura, 49 metros el español y 54,5 el ruso, y de superficie vélica -3.153 metros cuadrados el 'Elcano'- y 3.553 el 'Kruzenshtern', casi un 12% más.
Su altura es precisamente lo que le impide alcanzar la dársena de San Agustín, junto al Niemeyer, un amarre más cercano, más visible y sobre todo, mucho más espectacular. El problema es la catenaria que cruza la ría de Avilés a la altura de la nueva lonja. Los cables cuelgan a cincuenta metros sobre el agua y constituyen una barrera infranqueable para un barco de su altura. El puerto tiene planes de elevar la catenaria, tal y como adelantó LA VOZ DE AVILÉS el pasado 11 de mayo.
Entró en aguas de la ría a las ocho de la mañana asistido por dos remolcadores, lógicamente a palo seco -con las velas recogidas- y bajo la mirada de al menos cien personas que a tan temprana hora acudieron a la barra para ver navegar al buque escuela ruso. La segunda oportunidad llegará el domingo. La hora de salida está prevista para las cinco de la tarde, y si la meteorología acompaña y el capitán, Mijailhail Ermuchenko, lo tiene a bien, podría dejarse ver en todo su esplendor, con las velas al viento. Su próximo destino es el puerto belga de Zeebrugge.
No mucho después de amarrar un buen número de cadetes y tripulantes echaron pie a tierra y se dirigieron, en la mayoría de los casos a pie, al casco urbano de Avilés. Ataviados con sus uniformes blancos y azules y tocados con sus peculiares y amplias gorras de marinero, se les veía bien en cualquier terraza de la ciudad. Sonreían y disfrutaban de un buen día de verano. «España siempre nos recibe con sol», dijo uno de ellos.
El capitán y los primeros oficiales permanecieron a bordo para recibir a la delegación de bienvenida Puerto de Avilés, encabezada por su director, Rubén Marín. Hubo intercambio de regalos, metopa por parte del Puerto y libro por parte de Ermuchenko, que capitaneaba el barco en su anterior visita a Avilés, hace diez años. Ayer también acudió el cónsul de rusia en Madrid, Konstantin Dorokhin, quien destacó la «gran tradición marinera» de su país.
Al margen de sus dimensiones y su imponente arboladura, lo primero que llama la atención del barco es su extrema pulcritud, como una patena, y su esmerada decoración, al menos en la zona visitable. En la cubierta principal dispone de una capilla dedicada al culto ortodoxo y en la inmediatamente inferior de un museo en el que guarda algunos de los mejores recuerdos de sus 88 años de existencia.
Construido en Alemania, resbaló por la grada el 11 de junio de 1926 y entró en servicio ese año bajo pabellón alemán con el nombre de 'Padua', como buque mercante oceánico. Es el último de una serie de cuatro veloces clippers. Uno de ellos, el 'Pamir', se fue a pique en 1957 y los otros dos continúan a flote, ambos como museos flotantes, uno en Estados Unidos y otro en Alemania.
El 'Kruzenshtern' sirvió de escenario a tres películas de propaganda nazi y meses después de concluir la Segunda Guerra Mundial (1939-45) fue requisado, como compensación, por Rusia, integrándose años después en la Marina de Guerra del Báltico hasta que en 1965 pasó a engrosar la flota del Ministerio de Pesca.
Su presencia es habitual en las concentraciones de grandes veleros. Con un registro bruto de 3.141 toneladas y 5.900 de desplazamiento a plena carga, 14,5 metros de manga y 6,8 de calado, su diario registra una velocidad máxima de 17,3 nudos. Para días de calma chicha y maniobras en puerto dispone de dos motores con una potencia conjunta de 2.000 caballos. Verlo es un lujo.
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