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José Cezón
Lunes, 14 de noviembre 2016, 11:44
A sus 82 años, la sierense Clavelina García Rodríguez ha vuelto a echarse a la calle contra el impuesto de Sucesiones y Donaciones. En apenas cuatro meses, logró reunir casi cinco mil firmas contra este polémico tributo autonómico, que los detractores consideran el más confiscatorio de Europa. Esta ama de casa octogenaria a la que costaría llamar anciana es una activista muy informada y se expresa con una elocuencia inusual. Le gusta recurrir a ejemplos y rematar las frases con interrogantes, que remarca con una expresividad propia de las buenas actrices teatrales.
«Por solidaridad», responde al preguntarle el porqué de su movilización. «El problema radica en la desigualdad de los derechos civiles y obligaciones comunes de los ciudadanos, que están ligados a la zona del país donde vivan; existe una desigualdad territorial brutal», añade. Y aporta un dato concluyente para ilustrarlo: «Una persona que reciba una herencia de 300.000 euros, en Asturias tiene que pagar más de 80.000 euros y en Madrid, ochocientos, ¿a ti parezte normal?» Y se pregunta si los asturianos «somos ciudadanos de tercera clase».
Clavelina reside en La Pola y salía por la villa abordando a los conocidos por si querían firmar contra el impuesto. Y, dependiendo del grado de confianza, le dejaba otra hoja para que la rellenara por su cuenta. Así fue tejiendo una red que alcanzó los principales establecimientos comerciales de La Pola. De ahí que rehúya el protagonismo: «No fui yo sola la que recogió esas firmas». Aunque sí se encargó después de recopilar todas las rúbricas y enviarlas a la plataforma ciudadana que se constituyó contra el tributo. Clavelina participó también, con camiseta reivindicativa y bastón, en la concentración de protesta convocada el mes pasado en la plaza de España de Oviedo, coincidiendo con la entrega de 87.501 firmas en la Delegación del Gobierno.
La implicación directa en esta lucha le ha permitido conocer numerosos casos, que califica como «sangrantes». Como el de un padre que le hizo una donación en vida a una hija con problemas. Tras desembolsar una cantidad importante, se murió repentinamente la hija y el progenitor tuvo que pasar por caja otra vez para recuperar su propia herencia.
Asegura, además, que algún damnificado del impuesto lo es por ignorancia de sus derechos. Cuenta otro caso de una mujer que heredó un piso muy viejo, que ni necesitaba, ni quería, pero desconocía la opción de renunciar. «Tuvo que pagar tres mil euros de plusvalía, pedir un préstamo de 30.000 euros y ahora está endeudada con el banco porque no sabía que la renuncia tiene que partir del heredero, ¿a ti te parece lógico?», se lamenta.
A Clavelina le ofenden algunos lugares comunes: «Que no digan que los únicos que pagan el impuesto son los ricos, porque no es cierto, tener el dinero que te cuesta un piso no es ser millonario». Y plantea otro problema muy frecuente. «Si recibes un dinero en herencia, puedes pagar, pero muchas veces recibes una propiedad, ¿y qué haces entonces?».
Una socialista defraudada
Le indigna también que se trate de confundir al ciudadano sobre quiénes son los responsables. «Que no nos engañen diciendo que depende del gobierno central, el impuesto lo fija cada provincia y nosotros estamos gobernados por los socialistas». Pronunciar esa última palabra le toca la fibra sensible y es cuando afloran las costuras de su malestar. «Yo toda la vida fui socialista y no es que ya no lo sea, son ellos los que no lo son o los que obran como si no lo fueran», afirma.
Se fue desencantando con el partido cuando empezó a observar «chapuzas». «Me quemó muchísimo lo del director de la Guardia Civil (Luis Roldán), esos no son los cien años de honradez, ni el socialismo en el que yo creía». Ella nació en la parroquia rural de Valdesoto, en el seno de una familia de siete hermanos. Su padre regentaba un próspero negocio y era de ideología socialista. Se lo quitaron todo y estuvo en la cárcel de Figueras, «no por Franco, sino por la envidia», puntualiza. Y tras recobrar la libertad, le prohibieron seguir ejerciendo su trabajo. «Quedamos nueve personas con el cielo arriba y la tierra abajo», recuerda.
Así que conoce de primera mano lo que es pasar penurias y es, precisamente, esa experiencia personal la que la sitúa ahora del lado de los desfavorecidos. Fue asidua a las movilizaciones del 15-M y colabora en diversas causas de manera anónima. «Yo no tendría necesidad de luchar por los derechos sociales, pero lo hago por solidaridad», repite.
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