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Una raza autóctona en peligro

Una raza autóctona en peligro

Los depredadores que causan estragos y los cruces difíciles de controlar, amenazan a un animal andariego que fue mayoritario en la región

GUILLERMO FERNÁNDEZ GUILLERMO F. BUERGO

Lunes, 1 de diciembre 2014, 00:57

La cabra bermeya constituía la población más importante de caprino en Asturias hasta la mitad del pasado siglo XX. Su origen es incierto y los expertos le encuentran ciertas similitudes morfológicas con la 'costeña' malagueña y la 'retinta' extremeña. Las bermeyas son animales ágiles, vivos, andariegos y llamativos por su belleza. Pero lo que más llama la atención es el color de su capa: los cabritos nacen de color acastañado para tomar una capa uniforme de color rojo encendido, con variaciones que pueden ir desde el amarillo rojizo al rojo acastañado. A pesar de haber sido la cabra más representativa de la región, entre 1940 y 1960 estuvo a punto de desaparecer y desde 1997 se la considera como una raza de protección especial. Un año más tarde se constituía la Asociación de Criadores de la Raza Bermeya (Acriber), que en la actualidad preside el llanisco Ángel Fernández Muñiz, propietario de un rebaño de casi 200 cabezas que viven de forma permanente en la sierra del Cuera.

De forma tradicional, la utilidad de la bermeya en Asturias ofrecía una doble vertiente: la obtención de cabritos en pastos extensivos y la producción de leche para elaborar quesos, principalmente en las majadas de los Picos de Europa. A partir de 1940 la población de bermeyas acusó un descenso que parecía no encontrar fin por tres razones: la introducción de razas foráneas, el progresivo abandono de las explotaciones de ganado menor y el envejecimiento de la población rural, agravado con el despoblamiento hacia el centro de la región. Los problemas continúan hoy latentes porque de las 50.000 cabras que se supone viven en Asturias, solo 3.100 encajan en el prototipo de la bermeya. Es decir, el 6% del caprino regional puede considerarse bermeyo.

Esta cabra, un animal de patas fuertes y con pezuñas de tamaño intermedio, cuernos dirigidos hacia atrás y de arriba abajo, es un animal que necesita la montaña, donde tiene que enfrentarse a depredadores que causan estragos. Además, suele mezclarse con rebaños de cabras pintas o mantrinas y el pastor tiene que estar muy pendiente de ellas para evitar cruces no deseados. Y estas dos circunstancias constituyen un serio peligro para el futuro de la raza.

Sirva como ejemplo la secuencia que describe Ángel Fernández, uno de los criadores más pendientes del porvenir de la raza. «La bermeya es un animal al que aprecias y por eso tiramos de él. Donde nosotros vemos cualidades otros ven defectos. El mayor inconveniente es criarlas en pureza, ante el peligro del cruce con cabritos pintos. En el Cuera estamos en inferioridad, porque habrá 500 bermeyas y más de 5.000 cabras pintas. Hacerlas parir en pureza es un sacrificio enorme por parte del ganadero, que no está reconocido por la Administración ni el consumidor. Si un castrón pinto se mezcla con un rebaño de bermeyas deja preñadas a ocho cabras en 24 horas. En la época de apareamientos tenemos que estar pendientes de una manera constante».

Tipo de criadores

¿Quiénes son los ganaderos que están dispuestos a sacrificarse para brindar un futuro mejor a las bermeyas? Recientes estudios concluyen que el 93% de los pastores de bermeyas son varones, el 63% están solteros y el 78% de ellos cuenta con una edad inferior a los 45 años. De hecho, la edad media del criador actual de bermeyas es de 39 años. Por lo que atañe a los animales, la vida media de los castrones se sitúa en los cinco años y la principal causa de su eliminación obedece a evitar la consanguinidad. Las hembras tienen una vida media de diez años y dejan de ser útiles por razones de edad.

El principal aprovechamiento económico de las bermeyas tiene hoy relación con la venta de los cabritos. Los que acaban en la mesa de restaurantes y domicilios particulares se venden a la canal, a un precio que oscila entre 8 y 9 euros el kilo. Acriber tiene suscrito un convenio con la empresa Carnes Asturias, situada en la localidad de Puertas de Vidiago, para la compra de la totalidad de los cabritos. Eso sí, es razón ineludible que esos cabritos estén castrados, hayan alcanzado los seis meses de edad y hayan sido criados en libertad, no cerrados en una cuadra. Un cabrito que cumpla esos parámetros suele llegar a pesar entre 14 y 16 kilos a la canal.

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