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Verónica, Alberto, el bebé Álvaro, Carmen, Pepita y la pequeña Paula, felicitaron a Ángeles, abajo y sentada a la izquierda.
«Llevar una vida tranquila, comer poco y dormir bien»

«Llevar una vida tranquila, comer poco y dormir bien»

Ángeles García, la madre del fallecido cura Eugenio Campandegui, cumplía ayer 102 años en Pimiango

GUILLERMO FERNÁNDEZ

Sábado, 6 de septiembre 2014, 00:31

La ribadedense Ángeles García Gutiérrez, nacida en El Bau el 5 de septiembre de 1912, cumplía ayer 102 años arropada por familiares y amigos en la localidad de Pimiango. A mediodía, Amador Galán, párroco de Ribadedeva, se acercó al pueblo para celebrar con los vecinos, en la iglesia de San Roque, «una misa de Acción de Gracias a la vida por lo hermosa que siempre es y particularmente en el caso de Ángeles». Ángeles es la madre del sacerdote Eugenio Campandegui, fallecido en Ribadesella el 26 de diciembre de 2008 tras ejercer durante 15 años como párroco.

La vida de Ángeles no resultó sencilla. Asistió a la escuela hasta los 13 años. Sirvió en una casa de Panes. Se hizo novia de Eugenio Campandegui Bueno cuando los dos tenían 18 años y se casaron a los 24. Diez años más tarde, en 1946, Eugenio salió a pescar a caña y nunca regresó al domicilio. Se lo tragó el Cantábrico. En casa quedaron dos niños: Eugenio, de nueve años, y Vicente, de tres, que fallecería al cumplir los 14.

Tras enviudar, y para cubrir las necesidades básicas de la familia, Ángeles trabajó como jornalera en el campo y de cocinera en las casas que requerían sus servicios. Aseguraba ayer que se le dan bien los fogones y decía que alcanza su punto cumbre al elaborar «pote asturiano y bacalao a la vizcaína».

Cuando su hijo Eugenio se ordenó sacerdote «cerré la puerta de casa y me fui con él», recordaba ayer la centenaria. Madre e hijo peregrinaron juntos «durante 48 años» por las parroquias de Cocañín, Campo de Caso, Viabaño, Avilés y Ribadesella. En todos esos lugares «fui feliz. Pero a Ribadesella le tengo un cariño especial porque la gente me acogió con mucho afecto, como si fuera del pueblo de toda la vida. Y a Eugenio le quisieron muchísimo en todas las parroquias que recorrió», asegura.

Comentaba ayer que su secreto para llegar a 102 años pasa por «llevar una vida tranquila, comer poco y dormir bien. Ahora ando un poco pachucha de las piernas y el resto va como un reloj». «Me levanto a mediodía, repaso la prensa, hago ganchillo, almuerzo, descanso en el sofá, vuelvo a hacer ganchillo, leo poesía, ceno y me entero por el Telediario de la noche de las incidencias y calamidades del día». Así es la actual rutina de Ángeles, quien matizaba que «de los poetas me gustan mucho los antiguos, especialmente Gabriel y Galán».

En Pimiango, pueblo de ordenado caserío, había ayer más perros que vecinos y aunque el reloj de la iglesia cante bien las medias y las horas, las manecillas están paradas en las ocho horas y diez minutos desde no se sabe cuando. Allí, en una buen surtida mesa, se sentaron a celebrar el cumpleaños de Ángeles catorce parientes. Entre ellos, su sobrina Carmen García Vargas, la persona que actualmente la atiende.

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