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Parte del equipo del hospital para pacientes con covid, vestidos con los equipos de protección en la 'zona roja'. FOTOS: JUAN CARLOS TUERO

El corazón del H-144

El hospital de la Feria de Muestras alcanza la mayor ocupación desde su apertura. Dentro, un equipo entregado logra sacar adelante al 80% de sus pacientes

IVÁNVILLAR

Domingo, 31 de enero 2021, 01:28

Unos minutos antes de las diez de la mañana, Julio Redondo y Manuel Vallina, dos de los médicos del equipo, inician el protocolo ordinario para pasar la «aduana» que separa la «zona verde» de la «roja» en el hospital para pacientes con covid instalado en el recinto ferial de Gijón. Paso a paso, van poniéndose guantes, una mascarilla FPP2 y otra quirúrgica, gorro, calzas, una bata de aislamiento y gafas o pantalla protectora. Es el equipo obligatorio que tanto el personal médico como el de limpieza deben llevar puesto para moverse por el espacio ocupado por los pacientes. Un uniforme «agobiante», apunta una enfermera. Por eso agradecen la programación que se ha hecho para descansar de él y que les permite quitárselo cada tres horas, tarea aún más delicada que ponérselo y para la que deben seguir un estricto protocolo. Ya sin el equipo, pueden pasar unos minutos en la cafetería del pabellón, habilitada como zona de respiro y desde la que tienen una vista completa de toda la instalación.

Seis módulos componen este hospital, con capacidad para 144 pacientes -de ahí su denominación oficial de H-144-. Actualmente funcionan tres, con 72 camas. Pero están a punto de llenarse, lo que podría obligar a habilitar en breve, por primera vez, el cuarto módulo. Frente a los 55 pacientes que llegó a haber en el pico de la segunda ola, hace unos días se alcanzó el récord de 70. Ayer eran 67, con un balance de siete nuevos ingresos y tres altas.

A las once de la mañana una ambulancia aparca frente a la puerta principal. Buenas noticias. Tras la oportuna PCR negativa y un resultado positivo de inmunidad, una paciente abandona el hospital de vuelta a su residencia de mayores. Es el caso más habitual, teniendo en cuenta que la edad media de quienes son derivados a este hospital está en los 85 años. «Hemos llegado a dar de alta a gente de 104 años», señala su director médico, Rafael Castro. En el extremo contrario, también han pasado pacientes de 40, principalmente dependientes que precisaban de cuidado tras haber dado positivo por covid, «porque en su familia estaban todos ingresados». 267 personas han sido atendidas hasta ahora en estas instalaciones, con una estancia media de nueve días, aunque en algún caso ha llegado a alcanzar un mes. De entre las 200 que ya no están allí, un 12% fueron derivadas a otro hospital, bien por necesitar otras atenciones una vez superada la covid o porque precisaban de un soporte ventilatorio que vaya más allá de la oxigenoterapia para la que sí están preparadas todas las camas. Y aunque la mayoría de los cuadros clínicos son leves, a tratar con antibióticos y corticoides, también se cuentan ya 39 fallecidos.

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En busca de «humanización»

Para quienes están en peor situación, sin opción de mejora, se ha habilitado una sala en la que los familiares, vestidos también por completo con equipos de protección individual, pueden acompañar durante unas horas al paciente y despedirse de él. Forma parte del «plan de humanización», al que los responsables del centro dan tanta importancia como a la parte clínica y al diseño arquitectónico del espacio. En él incluyen también la posibilidad que se da a los pacientes de salir unas horas al día a una zona acotada en el exterior del pabellón. «Deben de ser los únicos de toda España que pueden salir a pasear al aire libre. Y es espectacular verlos», apunta la director de Enfermería, Paloma Pérez Quesada, quien explica que fueron los primeros usuarios quienes lo pidieron, «porque dentro, hasta perdían la noción del tiempo».

En el interior también tienen libertad para pasear por la «zona roja», en su caso sin necesidad de equipos de protección. Ahí cuentan con una sala de televisión y prensa diaria. Aparte, los familiares pueden hacerles llegar todo tipo de elementos para ayudarles a hacer más amena la estancia. «Y al salir, les explicamos el protocolo que deben seguir para descontaminar todo lo que les hayan traído». Porque la limpieza es clave. Y aparte de la ordinaria y la que se hace aún más profunda de cama, armario y mesita cada vez que una habitación debe quedar libre para un nuevo paciente, una o dos veces al mes se descontaminan todos los equipos de trabajo. Y por el momento, en las muestras periódicas que se toman de las distintas superficies el resultado es bueno, sin rastro de coronavirus. Su posible presencia en el aire también se controla mediante medidores de dióxido de carbono, en función de cuyos índices se maneja la ventilación. No obstante, los responsables del hospital apuntan que «nunca hemos tenido problema con eso», dada la propia envergadura del edificio, «con techos muy altos».

Sí ha habido positivos entre el personal, aunque «se pueden contar con los dedos de la mano y es imposible saber si el contagio se produjo en la jornada laboral, porque el virus está en la calle». Una de las últimas en sufrirlo fue Nuria Menéndez. «La gente se sorprendió porque casi soy la más cuidadosa con los EPI y la más pesada recordándole a todo el mundo que se ponga las calzas. Si hasta cuando salgo, me ducho aquí y luego otra vez en casa», cuenta tras haber recibido ya la prueba negativa e incluso la primera dosis de la vacuna. «Aquí dentro estamos incluso más protegidas que en la calle, donde mucha gente no respeta nada», añade su compañera Anyely Holguín.

Ambas forman parte del grupo de 18 técnicos en cuidados auxiliares de enfermería (TCAE) que prestan servicio en el hospital. «Todo lo que hacemos es geriatría. Casi como en cualquier residencia». Se encargan de asear a quien no es capaz de hacerlo por sí mismo, llevarles las comidas, acompañarles en sus paseos si lo precisan... Además hay cinco enfermeras por turno -parte de ellas contratadas específicamente para el hospital y otras que amplían voluntariamente en él su jornada ordinaria en otros centros- y seis médicos, uno por cada 12 pacientes, que hacen pases de planta tanto por la mañana como por las tardes, pues es cuando se producen la mayor parte de las derivaciones (un 53%, desde Cabueñes; el 25% del San Agustín de Avilés, un 12%, del HUCA).

«El pensamiento general es que esto se está haciendo demasiado largo», apunta Paloma Pérez Quesada, mientras Rafael Castro confía en que el avance de la vacunación vaya reduciendo poco a poco la presión sanitaria. ¿Qué sensación se llevan los pacientes? «Hubo alguna familia que bromeó con devolvernos a uno, porque decían que no paraba de hablar maravillas de su estancia», apuntan con orgullo. El mismo que reflejan los mensajes escritos en las pantallas protectoras de personal que ya ha dejado el centro, y que están colgadas en lo que han denominado 'Panel de vivencias'. «Nunca olvidaré el H-144. Pero ojalá nunca vuelva a repetirse».

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