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CHELO TUYA
Domingo, 12 de marzo 2017, 01:59
Sus piernas y brazos tienen hoy el mismo tono «que las latas oxidadas abandonadas en la pista por nómadas y soldados». Su ropa terminó «tan almidonada por las sales que mi cuerpo expulsaba con el sudor, que parece cartón». Tuvo que echar pie a tierra y tirar 20 kilómetros de su bicicleta con la cara cubierta con una máscara «porque el siroco me lanzaba arena». En dieciocho días, solo se ha podido dar «una ligera ducha». El resto del viaje se apañó «con toallitas húmedas y crema protectora». Pero el mensaje que quiere enviar a todas las mujeres no tiene nada que ver con las frases anteriores. «No hay objetivo inalcanzable, no hay proyecto imposible, no hay dificultades insuperables. El poder está en la voluntad».
Esas fueron las primeras palabras de Judith Obaya nada más poner las ruedas de su Biggie en la arena de la playa de Lamhiriz. El pequeño puerto pesquero, cercano a la frontera con Mauritania, fue la meta de 'Con2... Ruedas', el proyecto que esta deportista maliaya, que trabaja como policía local en Oviedo, ha desarrollado dentro de una campaña personal contra las agresiones machistas. Firmante del Pacto Social contra la Violencia sobre las Mujeres, el documento pionero puesto en marcha por el Principado, Obaya pedaleó durante 1.768 kilómetros con el lema 'En 2017 rodaremos contra los malos tratos'.
Porque a esa lucha dedicará todas sus iniciativas deportivas este año. Lo hará ella, que fue la primera piloto en recorrer en moto los veintiún mares de Europa. También la primera en atravesar el Sáhara Occidental en moto. Récords a los que suma ahora haber sido la primera persona en atravesar ese desierto en bicicleta. Sola. Sin más compañía que la presencia de su socio en Motorcycle Experiences, José Manuel Barros, que la seguía en la lejanía en un todoterreno como vehículo de asistencia.
No lo quería ella cerca, para que nadie dudase de su gesta. Una que probó con su cámara, que grabó su posición en todo momento y tomó fotos cada diez segundos, para demostrar que iba sola. Sin más compañía que su bici desde el 20 de febrero, cuando comenzó a pedalear en la montaña Djebel Ouarkziz hasta el 9 de marzo, al llegar a Lamhiriz.
«No hay Sáhara sin viento y los alisios me acompañaron en toda la travesía. El zumbido constante en mis oídos y la arena que arrastraba hasta mi boca me obligaron a protegerme con un pañuelo», asegura la deportista. Recuerda, especialmente, «la etapa diez. No pudimos evitar un siroco. Tuve que arrastrar mi bici 20 kilómetros».
Un viento que complicaba la comida -«masticaba arena»-, incluso instalar la tienda para dormir, pero no la hizo flojear del objetivo: concienciar contra la violencia de género. Porque las gestas deportivas «son nuestra particular forma de luchar».
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