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Inmortal y de Invernalia

Gonzalo Suárez es hijo del surrealismo, hermano de la magia, primo de los clásicos, está casado con el sentido del humor y la imaginación es su amante

MARÍA DE ÁLVARO

Martes, 21 de febrero 2017, 03:41

Transita por los registros más variados de la vida intelectual española, pero esa actitud de tránsfuga y casi de fantasma inquieta e incluso enoja a los críticos amantes del orden, los géneros y las etiquetas». Cortázar, el mismísimo Cortázar, dejó esto escrito a propósito de Gonzalo Suárez, del mismísimo Gonzalo Suárez, y a ver quién se atreve ahora a añadir algo más, a tratar de meter en unas pocas palabras a este gigante del cine, pero también de la literatura del siglo XX y lo que le queda del XXI, porque si algo tiene claro, además de que la realidad y la ficción son la misma cosa, es que no tiene intención de morirse nunca. Faltaría más.

Gonzalo Suárez es hijo del surrealismo, hermano de la magia, primo de los clásicos, está casado con el sentido del humor y la imaginación es su amante. Parió la todavía inclasificable 'Aoom' y la ya clásica 'Remando al viento' (Lord Byron y Mary Shelley estuvieron en Llanes, claro que sí) y es el culpable de que Ana Ozores tenga para miles de personas la cara de Emma Penella. Se inventó al genial Ditirambo, bebió directamente de 'Las fuentes del Nilo', demostró que 'El lado oscuro' no es patrimonio exclusivo de Darth Vader... Es un intelectual y, a la vez, un tipo al que adoran en su pueblo.

Si Gonzálo Suárez, que además de todo es fan confeso de 'Juego de Tronos', fuera un personaje de la saga de R. R. Martin sin duda sería Jon Nieve, el bastardo contracorriente de Invernalia que se convierte en héroe, entre otras cosas, porque sabe más que los demás: porque se ha asomado al otro lado del Muro. Claro que habría que añadirle algo del genio coñón y arrebatadamente inteligente de Tyron Lannister, el gusto por las mil caras de Arya Stark y la fe inquebrantable del Gorrión Supremo, en su caso creyente fiel del dios de las películas y de los libros. Todos esos ingredientes habría que añadir a un plato imposible de comer en una sentada. Como ese universo que él ha creado y que nos regala cada vez que se coloca detrás de una cámara, se sienta frente al ordenador o empuña un boli. Ese universo tan inmortal como él. Puede que más.

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