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IDOYA REY
Martes, 22 de diciembre 2015, 00:23
Al río de Xenestaza lo llamaban el río la fame. Un apelativo para una zona remota del suroccidente asturiano, apartada, tal vez demasiado acostumbrada a la soledad rural. El jueves, en lo alto de algunos montes de Tineo, encima de pueblos como Torayo, La Brañueta y Puentecastro, asomaron llamas de un fuego que ardió en esa soledad. Los bomberos, incluido un helicóptero del Servicio de Extinción de Incendios, trabajaron para apagarlo. El propio presidente de la Junta Vecinal de Montes de Tuña y Castañeo, Epifanio, recorrió gran parte de las zonas afectadas y parecía que estaba extinguido. «No quedaba nada, parece que luego surgió otro incendio, uno nuevo». Durante todo el viernes las temperaturas fueron muy elevadas y al otro lado de la montaña aparecieron nuevas llamas. El sábado, las llamas comenzaron a avanzar. Los bomberos trabajaban protegiendo otros incendios y faltaban medios para todos. Estaban «desbordados». En poco tiempo Asturias había comenzado a arder.
En Puentecastro, el fuego había corrido, empujado por el viento del sur, y estaba ya en un bosque de castaños centenarios. De arrasarlo, llegaría a las casas. Cuatro vecinos, cuatro de esos héroes anónimos que esa noche roja de Asturias pelearon para proteger todo un pasado, toda una vida y todo un futuro para ellos también, salieron para intentar contener las llamas. «Llamamos a emergencias pero no había medios y el pueblo no lo localizaban en el mapa», relatan algunos vecinos. Los bomberos trabajaban en dos pueblos cercanos, en Cabaniellas y La Troncada, donde las llamas quedaron a apenas diez metros de las casas.
Esos cuatro vecinos se dirigieron al bosque a intentar salvar su ganado y contener el fuego. Sus armas eran unos pocos cubos con los que lanzar agua. «Eran unas llamas altísimas, de veinte metros, era increíble», relatan Palmira González, Antón Menéndez e Higinio y Javier Arnaldo. Pasaron casi toda la noche en vela, como sus vecinos de La Troncada y Cabaniellas. «El humo te cegaba y no sabías dónde estabas. El viento cambiaba rápidamente». Oían caer árboles a sus espaldas y las chispas volaban sobre sus cabezas, casi quemándoles el cabello. Salvaron cuadras y consiguieron frenar el fuego cuando se acercaba peligrosamente a las casas. Trabajaron en soledad, solo con la ayuda de una tímida lluvia que duró poco tiempo.
El domingo aún portaban cubos para apagar los rescoldos en los pocos castaños que quedaban en pie. «Tengo 85 años y nunca vi un incendio así. El problema es que ahora no se cuidan los montes, están abandonados», lamenta Aladino González.
En la zona todo el mundo se pregunta quién pudo hacer algo así.
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