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leticia Álvarez
Domingo, 7 de diciembre 2014, 08:43
Bárbara García rompió ayer su silencio. Una semana y dos días después del brutal asesinato de sus hijas, Amets y Sara, a manos de su propio padre, Bárbara ha querido dirigirse a los asturianos para pedir que sus pequeñas no pasen a formar parte de una simple y fría estadística de víctimas de maltrato. «No quiero que mis hijas caigan en el olvido», afirma esta mujer rota por el dolor, pero también muy entera y que cuenta, sobre todo, con el apoyo de toda su familia y de sus amigos más próximos.
Además, Bárbara, natural de Cudillero e hija de la Chata, muy conocida entre los vecinos pixuetos, asegura que ahora quiere «que se le ponga cara al asesino» de sus hijas, José Ignacio Bilbao Aizpurúa, bilbaíno de 55 años, para que se muestre el rostro de la maldad y no sólo el de las víctimas. A través de EL COMERCIO también quiere agradecer a Ruth Ortiz, la madre de los niños Ruth y José, asesinados por su padre José Bretón, la carta que le envió el viernes, mostrando su comprensión y su dolor. En la misiva, Ruth Ortiz señala que «nunca se deje de escuchar a una madre que pide que se revisen las visitas, porque un maltratador nunca es un buen padre», y pide una ley que de verdad proteja a estas víctimas y no las olvide.
Como José Bretón, Iñaki, como se le conocía al padre de las pequeñas, también planeó el crimen con días de antelación. Las mató el pasado 27 de noviembre. En las dos horas de visita a las que tenía derecho, tras la separación de la pareja, por decisión judicial.
Iñaki y Bárbara mantuvieron una relación de la que nacieron las dos niñas y llegaron a regentar algún negocio de hostelería en el concejo de Cudillero. Tras la separación, Iñaki regresó a Bilbao, pero cuando Bárbara rehizo su vida, reapareció en Soto del Barco. Ahí comenzaron los problemas.
Ella llegó incluso a pedir una orden de alejamiento contra su expareja porque, últimamente, mantenían discusiones muy subidas de tono, aunque, según ella misma explicó ante el juez, no había llegado a maltratarla físicamente. Ese matiz, y que la propia Bárbara no pidiera medidas de distanciamiento entre el padre y las niñas, hizo que el juzgado de Pravia no le considerara como un hombre violento y desestimó la reclamación. A partir de ese momento, se estableció que Iñaki podría ver a sus hijas los martes y jueves, de cuatro a seis de la tarde. Además debería pasarles una pensión alimenticia de 150 euros. Una cifra que, en ocasiones, no llegó a abonar, por lo que también consta alguna denuncia de la madre en este aspecto. Nada más se hizo. A pesar de que llegó a rajar las ruedas del coche de la actual pareja de Bárbara y de que, en una ocasión, llegó a encararse con el juez de Pravia.
Mientras Bárbara se las apañaba para sacar adelante a sus hijas, su expareja fue maquinando el terrible crimen. El pasado 27 de noviembre, como todos los jueves, Iñaki recogió a las niñas a las cuatro de la tarde y las llevó a su domicilio en Soto del Barco. Horas antes se le había visto tomando café en una terraza.
Con una barra de hierro envuelta en papel de regalo golpeó a las pequeñas de nueve y siete años hasta matarlas. El día anterior había sido el cumpleaños de la pequeña. Tras el crimen, salió de casa, se dirigió en coche al viaducto de la Concha de Artedo, ahora en desuso, y se arrojó al vacío desde una altura de 110 metros. Cuando se encontró su cadáver, se temió lo peor. De inmediato, la Guardia Civil se trasladó a su domicilio. En el interior se encontraron a las dos niñas ya sin vida en una imagen que nunca olvidarán.
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