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EVA MONTES
Jueves, 14 de junio 2018, 11:06
No se anda con muchos miramientos el director de la Coordinadora para el Estudio y la Protección de Especies Marinas (Cepesma) a la hora de señalar culpables de los picores que en los últimos días están sufriendo los bañistas en una cada vez más amplia franja costera asturiana. Luis Laria no participa de ninguna de las tesis exhibidas desde el Principado: ni está convencido de la bondad de las aguas ni cree en la aparición de microalgas. «Es ridículo hablar de afloramiento de microalgas cuando en el Cantábrico, salvo en ocasiones muy, muy puntuales, no se producen hasta septiembre, que es cuando el agua adquiere una temperatura más alta», recuerda, mientras se deja llevar por el escepticismo al añadir que «puede que la calidad de las aguas sea excelente, pero a veces interesa dar buenas noticias y, aunque sea mentira, hay que decir que el agua es excelente».
Eliminados de la ecuación los factores en auge, Laria dirige las acusaciones a «la empresa Alumina (actual Alcoa, multinacional norteamericana del alumnio), que, desde su factoría de San Ciprián, en Lugo, «dirige la mayor producción de Europa», y a la que vincula con los «muchos intereses económicos que han impedido que la Xunta de Galicia actuara ante el informe que le hemos remitido». En él la Cepesma parte de que la empresa, que «trabaja entre otros componentes químicos con 250.000 toneladas de sosa cáustica, tienen obsoletas desde 1999 las balsas de decantación, que son las que evitan los vertidos», y relaciona este extremo con el hecho de que «hayamos detectado en once puntos de nuestra costa una elevada concentración de sosa cáustica».
Las consecuencias detectadas por la Coordinadora se centran, fundamentalmente, en la desaparición de los bosques marinos de laminaria, pero también afecta a los humanos, «hasta el punto de que los pescadores que van al percebe, a pesar de los trajes de buceo que llevan, se ven afectados también por las rojeces y los picores. Lo que pasa es que estos fenómenos se suelen dar en pleno invierno, pero la contaminación que sale a media mar, a 8 ó 10 millas, acaba diseminándose por la costa. Así que, en cierto modo, casi me alegro de que esta vez haya sucedido en julio, cuando la gente llena las playas, porque al menos prestarán atención a este problema. Porque esto es muy gordo y llevamos al menos 10 años diciéndolo sin que nadie nos escuche. El informe que enviamos a la Xunta está en un cajón y eso que advertíamos de que no se debían consumir ni frutas ni verduras a cinco kilómetros de la fábrica».
Al margen de la inacción de la Xunta, lo cierto es que Galicia tampoco está siendo ajena a este fenómeno sin explicación. Ayer mismo La Voz de Galicia se hacía eco de la improbabilidad de que las microalgas fueran las causantes de los picores y sarpullidos producidos en varios bañistas en una playa de Viveiro, en arenales de A Mariña y de la comarca de Ortegal y Ferrol.
La desaparición de la laminaria
Luis Laria va más allá y vincula la desaparición de la laminaria, esa alga parda, alargada, típica de Asturias, con los vertidos de Alcoa. «Dicen que es por el cambio climático. Puede ser, pero resulta curioso que en los últimos 10 años en el tramo de costa comprendido entre Ribadeo y Cudillero haya desaparecido en mucha mayor proporción que en Llanes, en Cantabria, en Gijón o en Galicia. Allí no desaparece de una manera tan dramática. Yo recuerdo los camiones de oricios de Luarca que llegaban a Gijón, y ahora no hay nada. Ni en Luarca ni en Valdés ni en Navia ni en la zona occidental de Cudillero. De la misma manera que perdemos la sepia, el pulpo, el maragote, los botones, el pinto, las farretas... Sólo mantenemos los que no necesitan laminarias para subsistir y eso pueden certificarlo los pescadores».
En cualquier caso son las corriente, el nordeste, lo que traería la contaminación detectada por Cepesma a las playas asturianas en pleno estío. Por eso Laria pide una acción inmediata. «Puede que cuando se hayan hecho los análisis estuvieran las aguas limpias, no lo sé, porque el mar no es un prado. En el agua no hay fronteras. Hoy hay diseminación aquí y mañana está en el País Vasco».
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