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retrato. Jean Genet y su mirada fulgurante. / e. c.
Genet en el Raval
Cultura

Genet en el Raval

DIEGO MEDRANO

Sábado, 24 de octubre 2009, 05:10

Juan Goytisolo revisita uno de sus santones, Jean Genet, y lo hace a través de un libro que lo tiene todo de folletín, de peligroso acercamiento: 'Genet en el Raval' (Galaxia Gutenberg/Circulo de Lectores).

Mucho mundo de urinario, y homosexualidad como filo se navaja, y cartas entre ellos a título de coda imposible de dejar indiferentes (Querida Juana La Maricona, etc, etc). Un tipo de escritor -Goytisolo o Genet, habitantes del lumpen- en la sordidez de los bares de travestis, en el canallismo de copas y más copas pagadas o sin pagar a todas horas, que bebe de la culpabilidad, salvándose o condenándose siempre por medio de la misma: «Cuanto mayor sea mi culpabilidad a vuestros ojos, entera y totalmente asumida, mayor será mi libertad y más perfectas mi soledad y mi unicidad».

Lo escindido del marginal por voluntad propia, sin más compañía o hermano que lo vil, que lo puramente ajeno a la sociedad biempensante: «Caído en la abyección, Genet decidirá asumirla y convertirla en virtud suprema. La escala de la valores de la sociedad biempensante no será la suya sino dándole la vuelta: lo vil se transmutará en lo noble y lo noble en lo vil».

El Mal, en mayúsculas, de veras, tanto para uno como para el resto: «El joven inclusero, mísero e indocumentado, se consagrará al robo, la prostitución y la mendicidad en su anhelo de alcanzar la dureza empedernida del criminal con la misma entrega de quien se inicia en los arcanos de una creencia mística y de su áspero camino de perfección espiritual».

Algo que a todos nos ha interesado mucho, el movimiento puro o suicida dentro del fracaso, la inercia del ir a peor con toda la calma del universo: «Estoy sin un céntimo en Barcelona, el cónsul es intratable, soy huérfano y vagabundeo de tasca en tasca».

Policía que, en los cacheos respectivos, descubren tubos de vaselina, lubrificante empleado para la penetración anal: «Estaba en el calabozo, y sabía que toda la noche mi tubo de vaselina sería objeto de burla -a la inversa de una Adoración Perpetua- de un grupo de policías».

Jornadas de cambalache y merodeo, pordiosear por los mercados, arte o desastre de buscarse la vida, jergones de pensiones mugrientas, filo del navajero y desayuno del casi paniaguado, locales de cocos, monos y negros de imaginario tebeo de Tarzán.

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