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O. SUÁREZ
Jueves, 24 de septiembre 2009, 08:35
Maximino Riera García, uno de los más destacados empresarios del sector lácteo asturiano, falleció ayer a los 90 años después de sufrir una enfermedad que le mermó la salud durante los últimos meses. Su funeral de cuerpo presente se celebrará hoy en la iglesia parroquial de San Julián de Somió a la una de la tarde.
Estaba casado con Hilda Palacio Suárez y tenía cuatro hijas: Esther, Hilda, María Jesús y Mercedes. Deja además diez nietos: José María, Esther, Silvia, Isabel, Marta, Ana, Beatriz, María, Alberto y Paloma.
Uno de sus yernos es el actual presidente del Real Club de Regatas, Fernando González Landa. Es precisamente él quien define a su suegro como una persona «muy emprendedora y trabajadora». Durante toda su vida, «estuvo muy vinculado al mundo empresarial y fundó numerosas compañías del sector lácteo. Su vida fue el trabajo y la familia».
Maximino Riera era natural de Breceña, en el concejo de Villaviciosa. Comenzó su andadura en la industria láctea con un negocio que llevó por nombre El Molinero y que más tarde dio paso a la planta de Nestle en la localidad maliaya.
Fructífera trayectoria
En la década de los 60 se trasladó a Gijón, donde fijó su residencia definitiva. A lo largo de su fructífera trayectoria profesional, fundó la Central Lechera de Gijón (Lagisa), de la que fue presidente y máximo accionista. En los años 70, la empresa que dirigía figuraba entre las cuatro primeras industrias lácteas asturianas, de las 44 que se encontraban en funcionamiento. Posteriormente, fue vendida al grupo catalán Cebalsa-ATO y luego absorbida por Corporación Alimentaria Peñasanta (CAPSA).
Pero Maximino Riera no concluyó ahí su vinculación con el sector de la producción y comercialización de leche, presidiendo después otras empresas como Mediterránea de Lácteos.
Quienes lo conocieron destacan el gran valor que daba a la figura familiar. «Apenas tenía aficiones porque fue un hombre que toda la vida estuvo dedicado a la empresa y a su familia», explica Fernando González Landa. Murió arropado por los suyos, como a él le hubiese gustado y por lo que había luchado siempre.
A la sala tres del tanatorio de Cabueñes se acercaron durante toda la jornada de ayer decenas de amigos y parientes del fallecido. Sus allegados coinciden al afirmar que «tenía una gran capacidad de sacrificio para el trabajo» y «un empresario al que no le importaba dedicarle 24 horas al día a sus negocios». Sin embargo, siempre le quedaba tiempo para conversar con su mujer, sus hijas, sus yernos y disfrutar de sus nietos y bisnietos.
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